Opinión

Las cosas por su nombre

El drama humanitario de Venezuela es mucho más complejo que una mera crisis política. Es el desangramiento de una sociedad completa, que en los últimos años ha visto desmoronarse las instituciones más básicas de la institucionalidad legal y política en una serie de actos de irresponsabilidad, falta de decoro y frivolidad de querer embarcar a todo un país en sueños irresponsables, donde nadie conduce y todo da igual.

Es que no da igual en señalar quiénes son los responsables. Al igual que los dictadores que campearon en el Cono Sur en los años 70 y 80, Nicolás Maduro termina por graduarse de dictador con el cierre y desconocimiento de la Asamblea Nacional, es decir, la Cámara Unicameral que la Constitución establece como Poder Legislativo. Entonces, en qué quedamos: ¿cerrar el Congreso Nacional de Chile era una aberración en 1973, pero hacerlo en la Venezuela de ahora es entendible, en función de que la ideología del líder me conviene? Es decir, la voz del pueblo se respeta solamente si dice lo que yo quiero escuchar. Peor aún, los derechos humanos dependen solamente si es para proteger los míos.

Como algunos hoy mañosamente entienden la soberanía nacional y el principio de no intervenir en asuntos externos de otro país, habría sido imposible la solidaridad con Chile en otros momentos dolorosos de la historia nacional. Lo dijimos cuando la dictadura chilena tenía cerrado el Congreso y proscrita la oposición. Hoy hace lo mismo el régimen venezolano y nos oponemos, porque la democracia es siempre primero.

 

Echarle la culpa al imperialismo norteamericano, a las luchas intestinas de la élite o a que el régimen de Maduro es la rebeldía de los pobres es simplemente vivir en la obstinación de los slogans del pasado, sin importar la realidad. Esa misma que nos señala de una corrupción descontrolada, de ciudadanos temerosos de la persecución de bandas armadas del régimen. Nos habla de un país del cual más de tres millones de personas simplemente se deben ir para poder darles de comer a sus hijos.

El régimen de Maduro no cae porque un diputado asumió las funciones de presidente. Por lo demás, solamente están dando cumplimiento a la propia Constitución que Hugo Chávez hizo aprobar. Este es el fin de un camino de abusos que no da para más. El fraude electoral y una judicatura donde los magistrados se asilan en otros países, son las razones de este quiebre absoluto de la vida social venezolana.

Esta es la hora del cambio. En Chile no están los que abogamos por invasiones extranjeras, ni creemos en soluciones pretorianas. Es la hora del cambio, porque es el propio pueblo venezolano el que dijo “suficiente”.

Los pueblos del mundo queremos que Venezuela recupere su libertad con elecciones democráticas y un Estado de derecho. Queremos que los derechos humanos sean respetados. La historia nos preguntará dónde estuvimos. No todos podrán levantar la cabeza en alto y tendrán que reconocer su error histórico. Esperamos poder estar ahí con la mano extendida, tal como otros nos la tendieron en su tiempo.