Opinión

La doctrina Ribera

Sendos temas de socios estratégicos de Chile pusieron a prueba a la Cancillería en las últimas semanas. Las declaraciones del Presidente de Brasil en respuesta a la Alta Comisionado para los DD.HH de la ONU, Michelle Bachelet, y el duro intercambio epistolar entre el embajador de China, Xu Bu, y el diputado Jaime Bellolio, agitaron las aguas de la diplomacia criolla. Las respuestas de Cancillería no se hicieron esperar.

“Chile y Brasil tienen intereses comunes y una relación histórica, que trasciende coyunturas y gobiernos (...) Los informes y declaraciones elaborados por la Alta Comisionada (...) corresponden ser analizados por dicha organización y los Estados mencionados”.

“La Cancillería se expresó en forma privada con el embajador (Xu Bu), esa es una práctica habitual de las cancillerías y eso es lo que seguiremos haciendo cuando se presenten casos como éste”.

No todos quedaron contentos con las mesuradas declaraciones de Cancillería, en contraste con la intensidad de los debates. Unos esperaban una condena mayor frente a lo que se consideró un ataque personal contra una exPresidenta de la República, mientras que otros exigían una protesta pública del canciller frente a lo que algunos calificaron como destempladas palabras de un embajador contra un congresista de nuestro país.

¿Faltó a sus funciones el canciller? O, dicho de otra forma, ¿se equivocó en el tono y forma de sus declaraciones? No. Lo que hizo el canciller, con la complejidad adicional de tratarse de dos socios importantes para Chile, fue aplicar diplomacia pura y dura, recordándonos que la política exterior chilena es una política de Estado. ¿Qué significa eso? Que por muy justificada que pareciera una reacción más enérgica, nuestras relaciones internacionales no pueden estar sometidas a la pasión del momento.

Aunque el lenguaje en lo público se ha ido deteriorando, las redes sociales se han transformado en el “club de la pelea” y las nuevas formas de comunicación están dejando obsoletas a las tradicionales, ello no implica que los principios de la política exterior chilena tengan que cambiar. Sin duda, la diplomacia se ve mucho más desafiada hoy, cuando la sobriedad y ponderación generan bajos réditos políticos. El “arte” de la diplomacia, ese delicado equilibrio entre defender los principios fundamentales y las posiciones de un país, sin comprometer relaciones duraderas e intereses de mutuo beneficio, hoy es más difícil que logre la aceptación pública.

No es casualidad que en política exterior exista un consejo de ex cancilleres (¿imaginaría usted un consejo de ex ministros de Educación o de Interior?) Tampoco que, frente a casos de interés nacional como el juicio en La Haya frente a Bolivia o Perú, se cuente con una delegación política transversal, que trasciende a los gobiernos de turno. Ni menos que muchos embajadores sirvan exitosamente en sus destinaciones más allá del signo político del gobierno. Ese activo país nos distingue y, a pesar de las presiones de uno y otro lado, hay que cuidarlo.

Si el canciller Teodoro Ribera hubiese sido el parlamentario del pasado, probablemente hubiera salido con mayor estridencia frente a las situaciones de estas semanas. Pero el mérito fue entender que su rol político como ministro es otro: seguir defendiendo la tradición de la política exterior de Chile y velar por relaciones estables y duraderas con nuestros socios estratégicos.

Al final del día, entendió que más que tratarse de la doctrina Ribera, se trata de la doctrina de Chile: la del pasado, la del presente y, esperemos, la del futuro.