Opinión

El frágil acuerdo de Trump y Xi

Mañana miércoles, Estados Unidos y China firmarán la fase uno del acuerdo comercial para aliviar las tensiones comerciales que se arrastran desde 2018. El anuncio lo hizo el Presidente Trump a través de su herramienta favorita, Twitter. El documento será menos extenso de lo común, 86 páginas que incluyen materias de propiedad intelectual, transferencia tecnológica, temas monetarios, compras agrícolas, servicios financieros y mecanismos de resolución de controversias.

Los mercados han reaccionado favorablemente y hay expectativas de reducir los niveles de incertidumbre que han caracterizado a esta guerra comercial. En Chile, el anuncio significó una baja del dólar, mejores rendimientos de la bolsa y un aumento del precio del cobre. Más allá de la euforia inicial, ¿cuál es el verdadero alcance de la llamada “fase uno”?

Limitado. El acuerdo parcial es frágil y posterga los temas de fondo. Su mayor mérito es evita una escalada arancelaria, a través de la suspensión de nuevos impuestos a las importaciones chinas por un monto de US$ 160 mil millones y el compromiso del país asiático de aumentar las compras de productos agrícolas americanos por US$ 200 mil millones. Buenas noticias, en un contexto en que el promedio de los aranceles aplicados a China pasaron de un 3% antes del inicio de la guerra comercial a un 19,3% en enero de este año, según el Peterson Institute, golpeando aún más su desacelerada economía.

Pero es solo eso: un calmante. La fase uno o entra en temas de mayor sensibilidad, como las posibles prácticas injustas de las empresas estatales chinas, apoyadas por cuantiosos subsidios estatales, créditos públicos más favorables y apropiación indebida de propiedad intelectual. El anhelo americano de forzar cambios estructurales en la economía China, de creciente corte “capitalista estatal”, tendrá que esperar.

¿Por qué no es posible avanzar más? Ambos países saben que se necesitan, pero están haciendo mayores esfuerzos para desacoplarse. El desarrollo tecnológico es el mejor ejemplo. China avanza aceleradamente en lograr mayor autonomía y supremacía con el 5G, inteligencia artificial, robótica y otros. Estados Unidos intenta reaccionar poniendo en la lista negra a firmas tecnológicas chinas como Huawei, consciente de que esto no detendrá el avance asiático. Aunque el desacople puede tomar más de una década, con un enorme costo global, la eventual “Guerra Fría” entre ambas potencias, será tecnológica.

Existen razones políticas que tampoco alientan un acuerdo definitivo. Tanto el “America First” como el “Made in China 2025” han exacerbado el orgullo nacional y sus instrumentos de apoyo político de sus respectivos presidentes. Si algo une a demócratas y republicanos, es apuntar al gigante asiático como una amenaza real para los intereses americanos. En época electoral, el acuerdo parcial ayudará a las economías, pero mantener desafiada a China seguirá siendo una herramienta de alta rentabilidad política para Trump.

El choque comercial es sólo la punta del iceberg de un conflicto geopolítico mayor. Lo que existe entre EE.UU y China es una rivalidad estratégica sobre quién logrará el liderazgo mundial en las próximas décadas. Deberemos acostumbrarnos a una “tensa calma”, con episodios de mayor o menor intensidad.

Por eso, el mayor valor de la firma de mañana será el alivio de las tensiones arancelarias y una menor incertidumbre para un 2020 que se anticipa atribulado. Pero de ningún modo significa cantar victoria sobre el fin del conflicto sino-estadounidense.