Opinión

Entrevista a Humberto la Calle en "El Mercurio"

Quien fuera el representante del gobierno de Juan Manuel Santos en la negociación con la guerrilla explica lo que ha sucedido con el acuerdo tras el plebiscito, en que el pueblo colombiano rechazó el pacto. Además, analiza la situación del vecindario y recuerda cómo se logró el consenso para la Constitución del 91 en su país.

La política colombiana está plagada de sucesos relevantes durante las últimas décadas y en estos –proceso constituyente y negociaciones con las FARC- nuestro entrevistado fue protagonista. Además de ser miembro de la comisión que redactó la nueva constitución de su país en 1991, fue quien lideró las negociaciones con ese grupo terrorista a nombre del Presidente Juan Manuel Santos.

De esas experiencias y de su actual visión de la política latinoamericana, el ex vicepresidente colombiano, Humberto de la Calle conversó con El Mercurio en las dependencias del Centro de Estudios Internacionales UC (CEIUC), entidad que lo invitó a Chile, precisamente para conocer sus opiniones al respecto de esos procesos.

¿Cómo calificaría usted la actual situación política de América Latina?

Es preocupante. Hay un fantasma que está recorriendo la región, que es de profunda insatisfacción social y que se expresa con violentas manifestaciones. Pareciera que estamos en un momento de transición. La vieja idea de la democracia representativa está reventada. Creo que se está gestando una nueva forma de gobernanza.

En ese panorama, dos de los principales países de la región, Brasil y Argentina, llevan adelante caminos muy distintos, aunque ambos ligados a ciertos tipos de populismo. ¿Cuánto daño hace el populismo a nuestras democracias?

Él fenómeno de los populismos es otro aspecto que también está presente en estos años y corresponde a un tipo de respuesta ante esta crisis. Los hay de ambos signos, izquierda o derecha, y pretenden llevar a los países hacia una democracia para el pueblo pero sin el pueblo, poniendo a orbitar toda la política en torno a una figura de un caudillo. Creo que es una regresión en términos del Estado de Derecho.

¿No le parece curioso que dos países bastante similares en muchos aspectos, como Colombia y Chile, enfrenten en la actualidad revueltas sociales intensas y cargadas de violencia? ¿Usted considera que pueda haber también influencia de terceros países de la región en estos hechos?

Es una especie de paradoja que países como Chile y Colombia estén enfrentando sucesos con tanta violencia e intensidad. Parecería que está es una revolución de los esperanzados y no de la desesperanza. Creo que es el resultado de un ingreso vertiginoso de grandes masas de población, desde la pobreza a la clase media, lo cual genera un espíritu aspiraciones, especialmente en los jóvenes que ven el espejismo del consumo y del confort y luego sienten temor de retrotraer su desarrollo personal, de no encontrar empleo, entre otros.

“Es cierto que ha habido tesis de que se trata de influencias extranjeras, pero yo dudo de eso. Lo que he visto es una cosa mucho más masiva. Yo creo es más espontaneo que organizado.”

Usted participó en el proceso constituyente de su país. ¿Cree que ese camino, el de una nueva constitución, va a lograr aquietar los ánimos ciudadanos en Chile tras los episodios que se iniciaron el pasado 18 de octubre?

Yo no puedo dar consejos a Chile, porque yo soy consciente de la complejidad de los temas y también de las diferencias. La nueva constitución se aprobó en el año 91 en medio de una enorme crisis y fue casi un milagro que, en vez de acudir al autoritarismo, Colombia haya elegido limpiar su democracia. Esto empezó con un clamor estudiantil y luego lo tomó el presidente César Gaviria, que lo convirtió en el eje de su gobierno.

“Lo que habría que hacer es establecer opciones de consenso, que fue lo que hizo Gaviria, incluso antes de posicionarse. Reunió a todas las fuerzas políticas hasta el punto de que varios proyectos se presentaron, consistentes y armónicos, hacia unas determinadas finalidades. Eso fue importante, pues en la historia de Colombia las constituciones eran como cartas de batalla. El que ganaba la constitución, lo que hacía era destruir al enemigo. Si ese es el ambiente, es muy riesgoso. Por eso hay que verificar primero cuáles son los temas realmente constitucionales, porque a veces, en Latinoamérica, tendemos a un cierto fetichismo legal de creer que todo se resuelve con normas. Y, además, hay que ver qué capacidad de consenso hay. No solo en la sociedad política, sino que en la civil. De qué manera se puede canalizar el proceso sin convertirlo en una guerra civil.

El diálogo con la guerrilla

Además de haber jugado este papel importante en el proceso constituyente, le correspondió encabezar también el proceso negociador con las FARC. Con la perspectiva de los años, ¿qué cree que fue lo que falló y que no permitió que se ganara el plebiscito?

El mejor acuerdo es el que pone fin al conflicto, y el que hicimos fue el mejor, porque puso fin realmente al conflicto con las FARC.

¿Por qué el resultado del plebiscito? Yo creo que hay varias causas, en primer lugar, responsabilizo sobre todo a las FARC. La prolongación de las negociaciones nos hizo traslapar la discusión sobre la paz con las discusiones netamente electorales, porque se aproximaba una elección presidencial. Esto despertó en los grupos de derecha la ambición de utilizar la crítica al acuerdo con un propósito electoral. Y ahí se suma un segundo elemento, que es el nivel de noticias falsas. Lo que pasó fue una calumnia de tamaño bíblico. Todos los días había una nueva ficción que iba generando resistencias.

En cuanto a terceros involucrados en este proceso, ¿puede describir en particular el papel que jugaron?

Tengo la convicción de que sin la comunidad internacional esto hubiera fracasado. Fue esta la que otorgó el sustento en los momentos más difíciles.

¿Y los cubanos jugaron de manera leal durante el proceso?

Absolutamente, de manera extraordinariamente limpia y muy profesional. Cuba no solo jugó con lealtad, sino que era un interlocutor necesario, Fidel Castro había impulsado la paz en Colombia. Incluso en su libro “La paz en Colombia” critica duramente a las FARC y dice que el tiempo de violencia terminó. Él y su régimen eran una garantía territorial para las FARC.

Da la impresión de que el proceso en su conjunto está con un freno en términos de su nivel de avance, porque este gobierno no tiene convicción positiva respecto del mismo. ¿Eso es efectivo?

Lo que ha dicho Duque y también Uribe, el jefe del partido de gobierno, es que se entienden con la base guerrillera pero no con los jefes. Ese es un error, porque ningún acuerdo en el mundo es sostenible solo con la base, pero aún más porque, ya lo dije deliberadamente, excluye temas que son mucho más de fondo de la estructura de la sociedad colombiana, reforma política, reforma rural y tema de la justicia transicional que es clave.

¿Y esta revitalización del acuerdo va a requerir nuevas negociaciones?

Pienso que no. El acuerdo, ya lo dije, puso fin al conflicto con las FARC. Probablemente en el terreno de la implementación siempre habrá matices, énfasis. Pero el acuerdo es suficientemente completo.

¿Hay conflictos al interior de las FARC? ¿Cuál es la fisionomía actual de este movimiento?

La estructura mayoritaria de las FARC siempre creyó que el acuerdo era el punto final. Luego vino el lenguaje permanente del gobierno de decir que lo va a modificar unilateralmente, y esto también contribuye a generar nuevas disidencias o a auspiciar las existentes. La ventaja es que el grueso del partido de las FARC hoy sigue orientaciones de Rodrigo Londoño, alias “Timochenko”, y está cumpliendo. El propio gobierno señala que el 90% de los guerrilleros sigue en los territorios y en los programas de reincorporación. Pero me parece que sí hay un riesgo, y es la coexistencia de este acuerdo con otras formas de violencia en Colombia.