Opinión

Entrevista a Michael Ried en "El Mercurio"

Pronto a publicar en la prestigiosa revista un informe sobre nuestro país que adelanta en esta entrevista, el periodista ingles dice que “era discutible si resultaba esencial tener una nueva Constitución, pero Chile está donde está y eso se ofreció, por lo que, si se quitara el ofrecimiento, sería algo muy peligroso.

Sus análisis y reportajes semanales son leídos por los influyentes del mundo. Michael Ried, periodista británico, es el responsable de la edición iberoamericana de The Economits, la más prestigiosa revista de asuntos económicos, políticos e internacionales hoy en circulación. Sus artículos se caracterizan por los buenos datos que sustentan, aunque sus enfoques suelen ser controvertidos y no exentos de polémica.

Precisamente, con el objetivo de preparar un informe sobre el caso chileno, Michael Ried estuvo en Santiago a mediados de enero. Cuenta que ahí converso con mucha gente, desde el presidente Piñera, con quien estuvo en La Moneda por más de una hora, hasta dirigentes políticos, empresarios y analistas. El reportaje está cercano a ser publicado. Sin embargo, adelantó para “El Mercurio”, donde reside, sus principales impresiones.

¿Advierte algún denominador común en la ola de estallidos sociales y políticos, con gran violencia, que han acontecido en América Latina durante estos últimos meses?

Pienso que hay algunas especificidades en cada caso, pero también elementos comunes. Primero, que en los últimos 6 años el crecimiento económico de la región ha sido mucho más bajo que en la década anterior. Si tomamos América Latina como un todo, el producto interno por persona ha disminuido de una manera significativa. Un segundo punto es que esto lleva a un sentimiento de frustración ente la gente, ya que las desigualdades se vuelven intolerables. Y un tercer hecho, muy importante, es el desprestigio de la clase política y las instituciones. Esto último, en gran medida por los efectos de la corrupción, que se ha expresado de muchas maneras, pero especialmente a través del financiamiento irregular de campañas electorales y el deterioro cada vez mayo de la calidad de los servicios públicos. Una mezcla de todo parece que está detrás de los estallidos sociales.

¿Puede ser el surgimiento de modelos autoritarios y populistas una especie de salida a estos cuadros de desorden social?

Sin duda, el desprestigio de la política democrática y las instituciones abre un espacio para miradas populistas. Es el caso de México y Brasil, aunque de signos políticos distintos, muy parecidos en su forma de actuar y en desprestigio que representan para la democracia. Por otro lado, la experiencia de Venezuela es una cierta vacuna contra esas experiencias de autócratas electos, de putinistas, como son Maduro y Ortega. De ahí que he visto las protestas contra Evo Morales como un sentimiento de ese mismo tipo.

¿Qué influencia o directa participación le atribuye usted al régimen de Maduro en estos sucesos de estallidos sociales que enfrenta la región?

No he visto ninguna evidencia directa, y lo que he escuchado me parece más bien menor. Sería un error no mirar hacia delante de cada país para encontrar las causas que explican lo sucedido.

Carencia de seguridad

¿Existe algún elemento particular en el caso chileno que permita entender la fuerza con que emergió y hasta cierto punto se ha mantenido?

Cuando estuve en Chile escuché muchas explicaciones y, como me dijo el presidente Piñera, “estoy de acuerdo con todas”. Sin embargo, me parece que en Chile existe algunos asuntos especialmente distintivos. Por una parte, el enorme desprestigio de las instituciones constituye un asunto muy grave -que se suma a la desconexión entre las élites y la gran mayoría del país- y, por otra, el repentino descubrimiento de los disfuncionales, en el sentido de incompetentes, brutales y corruptos, de Carabineros. Si a eso se le agrega la carencia de un adecuado servicio de inteligencia democrático, el resultado es precursor de estos sucesos.

¿Cómo evalúa el manejo de la crisis que ha realizado el gobierno de Piñera?

Hay que empezar diciendo que evidentemente esto no era fácil para nadie. Dicho eso, pienso que es evidente que el Presidente Piñera no era la persona mejor preparada para manejar esta situación, dado su baja empatía con la población. Tiene otras cualidades, pero esta no es precisamente una de ella. Me llamó la atención que en su conducción inicial hubo aspectos erráticos. Mientras en una semana reflejaba un tono más bien duro y hablaba de la guerra, luego adquirir un estilo conciliador y dispuesto a buscar acuerdos. Eso fundió a la gente. Su forma de negociar me pareció la de un empresario que no estaba dispuesto ningún peso sobre la mesa, y bien sabemos que la política requiere de otro tipo de tratos. Hubiera sido bueno que el Gobierno hubiera tomado uno de los temas básicos y ofrecer algo muy importante respecto de eso, más que entregar pequeñas cosas cada semana. Podría haber sido salud o pensiones, porque los recursos no son infinitos.

¿Hubiera abierto a la discusión del tema constitucional no constituye esa concesión de la que habla?

Es un buen punto y se podría leer así, pero por más simbólico que sea, no tiene un impacto inmediato en la calle.

¿Las medidas tomadas en materia social no satisfacen esas expectativas?

La impresión que recogí en Chile esta vez, y mucho de eso no es nuevo, es el grado de hastío de la población. Nadie podría negar que Chile ha sido un país exitoso económicamente y que venía haciendo un esfuerzo por conformar una sociedad más inclusiva y con mejor seguridad social. Sin embargo, creo que esos esfuerzos han sido demasiado poco y tal vez demasiado tardíos. Lo que acontece en pensiones y e salud son buenos ejemplos de lo que señalo.

¿Cómo evalúa las reacciones que ha tenido la centroizquierda y la izquierda más extrema frente a estos sucesos? Se les ha criticado por cierta ambigüedad respecto a los hechos de violencia.

Cuando se planteó el Acuerdo por la Paz Social y Nueva Constitución, me pareció que era muy importante que la mayoría de los partidos de izquierda suscribieran ese documento, porque constituía una salida posible a la crisis. Y en ese sentido, hay que reconocer el valor que tuvo que dirigentes del Frente Amplio respaldaran ese camino. Sin embargo, me parece lamentable la falta de una condena más clara frente a la violencia, en eso hay que ser muy claro. La violencia no es aceptable en democracia.

¿Cómo calificaría la situación de derechos humanos en todos estos meses?  El gobierno ha sido evaluado por diversos organismos internacionales y ONG que han visitado el país, y han sido especialmente duro en sus informes. ¿Coincide usted con esas conclusiones?

Chile ha descubierto que los carabineros no sirven, pero hay que reconocer que no es fácil ser carabinero en una situación en que hay gente que está atacando y que solo busca causar daño a la policía. Las fuerzas policiales en democracia tienen que ser capacitadas y disciplinadas, y evitar por todos los medios posibles el uso de la fuerza letal y los heridos. Me llama mucho la atención la cantidad de heridos oculares, porque implica que por más que los protocolos indiquen que había que dirigir balines de la cintura para abajo, eso no se cumplió. Debe de investigarse, sancionarse, pero también revisarse los protocoles de la institución.

La violencia de la que hablamos de la que hablamos no solo proviene de algunos carabineros, principalmente emerge de algunos grupos que han salido a la calle y que se han tomado ciertas zonas de la ciudad, generando destrozos. ¿Con qué impresión se quedó de la llamada “primera línea”?

Le formularía esa pregunta al Gobierno, porque me quedó la impresión de que no lo saben o al menos no lo tienen suficientemente claro, y eso es muy grave. Los análisis que recogí indican que solo en Santiago hay cerca de 80 mil ninis, esto es, jóvenes que no estudian ni trabajan, pero también se ha sabido por más de una década que han ido creciente en Chile grupos anarquistas, antisistema y violentos que han puesto bombas en lugares públicos, e incluso han atentado contra autoridades y empresarios.

¿Y eso no se observa en otros países de Latinoamérica?

No de la misma forma. Asimismo, me hablaron mucho de la confluencia entre esos grupos y las barras bravas del fútbol y la gente del narcotráfico. La mezcla es muy mala, sinceramente.

¿Considera que están dadas las condiciones para acometer el proceso constituyente? ¿Cuáles son las precauciones para que este llegue al mejo puerto posible?

Era discutible si resultaba esencial tener una nueva constitución, pero Chile está donde está y eso se ofreció, por lo que pienso que si se quitara ese ofrecimiento, sería algo muy peligroso. Constituiría una nueva frustración. Los que están haciendo campaña para el rechazo sería bueno que reflexionaran al respecto.  Estoy convencido de que en ese sentido es importante, porque lleva a la necesidad de buscar consenso entre las diversas fuerzas políticas en torno a los principales temas. Más allá de otros asuntos, lo esencial es mantener en la Constitución claridad sobre la importancia de contar con una política económica responsable y en particular respecto de una política fiscal seria que busque equilibrar los derechos sociales con las posibilidades reales de cumplirlos.

¿Cuánto le van a afectar a Chile en su reputación internacional estos sucesos?

Es un cruce de caminos. Si hay una salida consensuada que implica mayor progresión social y mejor calidad de la democracia, Chile puede retomar su camino, suponiendo que va a lograr darse una nueva Constitución sensata y equilibrada. Incluso, puede terminar siendo un salto que mejore la condición del país. Sin embargo, todavía es demasiado pronto para saberlo.

Luego de la visita, ¿con qué impresión se quedó? ¿percibió una cierta mirada común y ánimo de acuerdos o, por el contrario, demasiada polarización?

Si, advertí preocupación, pero ánimo de llegar a puntos comunes. Hay que ser cuidadosos en todo lo acontecido haga inevitable una cierta inconsistencia fiscal. Es muy necesario fijar límites. Escuché a mucha gente, de izquierda, de derecha, decir que es fundamental que respecto del debate constitucional se llegue a un texto que sea para todos y no solo para algunos. Ese, me parece, es el gran desafío.

Fuente: El Mercurio