Opinión

Hacia un futuro pacífico y promisorio

“Socios cercanos” es una fiel expresión para contextualizar -en secuencia de amistad y cooperación- los contactos desarrollados entre Chile y la República Popular China (RPC), desde el 15 de diciembre de 1970, cuando altos delegados de los respectivos gobiernos suscribieron el Comunicado Conjunto que consigna su decisión de establecer relaciones diplomáticas plenas conforme “los principios de respeto mutuo a la soberanía e integridad territorial, no intervención en los asuntos internos o externos del otro, igualdad y beneficio recíproco”. La solemnidad del acto, además de su trascendencia implícita, tuvo una connotación adicional y determinante en el desarrollo de una vinculación de cincuenta años de prolífico ejercicio diplomático, cuyos resultados positivos se proyectan ahora impregnados de múltiples sensibilidades ciudadanas en un contexto de Globalización galopante, que si bien convulsiona las tradiciones que orientan la gestión de los gobiernos, crea condiciones favorables para abordar, conjuntamente, una agenda de mayor espesor institucional. Ahí radica la relevancia y pertinencia de rendir homenaje a un emprendimiento común que revela, entre otras cosas, que la asimetría entre los actores no ha sido óbice para fomentar cursos de acción de beneficio mutuo y sustentables. 

Que Chile haya sido el primer país sudamericano, segundo de América Latina, en oficializar las relaciones con China continental fue fundamental para que ellas adquirieran un curso ascendente y ejemplar. A su vez, que lo hiciera, coetáneamente, con la recuperación por parte de Beijing de su membresía en la Organización de Naciones Unidas (ONU) y del correspondiente asiento en el Consejo de Seguridad como único representante de la nación china, influyó también en la creación de un clima de confianza y armónica convivencia con repercusiones tanto a nivel doméstico como internacional.

“China no olvida” señaló, en el año 2004, su Jefe de Estado al firmar el acuerdo para negociar un Tratado de Libre Comercio (TLC) con Chile, quien fue también el primero del orbe en hacerlo individualmente, sin temerle a las aprensiones evidentes que pudiera despertar una expedición de tal envergadura; más bien, mostró voluntad política ante una óptima oportunidad para encauzar intereses entrelazados en un proyecto consensuado, asumiendo -de paso- la maciza impronta de la contraparte y su influencia a nivel multilateral. Situados en esa perspectiva, estas “pionerías”, sumadas a otras conocidas, muestran cómo han favorecido la construcción de una “asociación estratégica” que, al implementarse convenientemente, las dimensiona como hechos de la causa en la conmemoración de una efeméride que congrega a dos Estados, si bien distantes geográficamente, son vecinos en la virtualidad 4.0, vertiente rectora del torrente de nuevas tecnologías que se enseñorean como impronta del Tercer Milenio.

Así las cosas, parece recomendable que las partes aticen en este nuevo contexto el sentido de oportunidad y configuren un estilo innovador sustentado en lo que sucede y se piensa en los ámbitos cubiertos por cada una. Ortega y Gasset  expresaba que “la vida es esencialmente un diálogo con el entorno”; de ahí que, quizás, para mejor comprender lo que depara del nuevo milenio sea necesario incrementar la capacidad de análisis para no repetir lo hecho hasta ahora, considerando que los cambios cotidianos que se suceden en la esfera mundial interpelan a los estados a captar sus impactos asertivamente. En consecuencia, corresponde aprovechar los acervos intangibles del patrimonio común con sentido pedagógico en ambas direcciones y como aprendizaje del régimen de gobernanza global e identificar las coordenadas que guiarán las relaciones bilaterales durante las próximas décadas; más todavía, cuando el mapa geopolítico se ha tensionado, tornándose cada vez más inclasificable por diferentes razones, dentro de las cuales están los estragos de l@Covid19, cuyos alcances son aún difíciles de prever en su totalidad. Las consultas e intercambios de información sobre estas materias han de ser permanentes, especialmente en lo que se refiere a la búsqueda de paliativos para neutralizar la pandemia, sus efectos disruptivos e, idealmente, erradicarla. Sumando todos estos elementos, la escritura de una nueva página de la historia común es una convocatoria espontánea que emerge de esta efeméride para aportar ideas, experiencia y conocimientos específicos y alentar a las comunidades apostadas en las riberas opuestas del Océano Pacífico a compenetrarse de la relación sino-chilena, asumiendo que la misma no descansa meramente en declaraciones de amistad o en importantes intercambios de productos agrícolas o mineral de cobre entre los primeros productores y consumidores del mundo. Si bien ello es parte de una realidad que le ha otorgado musculatura en el tiempo, no puede quedarse como creencia per se o sello de una agenda de futuro que pretende expandir su cobertura. Allí, justamente, surgen como indispensables los criterios de innovación que ubiquen a la conectividad como engranaje de cooperación que potencie una fluida inserción en el orden digital global, que está a un click de transformarse en la fórmula de relacionamiento habitual. La electro movilidad es un buen ejemplo para graficar el cambio de paradigma; de hecho el parque de transporte vial eléctrico más numeroso se encuentra en China seguido de nuestro país.

Con este marco de referencia, resulta gratificante darle trazabilidad a un peregrinaje pródigo en acontecimientos y comprobar la fertilidad de una histórica y profesada vocación de amistad que, a través de una narrativa y accionar coherente, ha estructurado un esquema fecundo de provisión de negocios con ventajas recíprocas. Sus prolegómenos se remontan a 1845 con la apertura de una oficina de asuntos comerciales chilenos en la región de Guangdong, que devino en referente para otras iniciativas precursoras de la vinculación actual . Si la observamos con perspectiva estratégica, se advierte que la común condición de estados ribereños de la Cuenca del Pacífico ha actuado como catalizadora para afinar y concluir convenios de carácter económico-comercial, cultural, científico-tecnológico, que se vigorizan constantemente por múltiples canales. Se trata, ciertamente, de una coincidencia virtuosa que perfila a Chile con su territorio tridimensional terrestre, marítimo/insular, antártico y a China como país continente y actor central de una zona que concentra los principales representantes del poder global y un importante porcentaje del producto mundial . En otras palabras, una comunidad de intereses en un espacio geopolítico de destino compartido y patrón de acercamiento para ambas sociedades y, especialmente, para las nuevas generaciones de (ciber)ciudadanos que emergen como protagonistas de la historia presente, ejercitando una interlocución intermitente, innovadora, pragmática, franca y eficaz. Se trata pues de una coyuntura política de proporciones inimaginables donde, el Foro de Cooperación Económica de Asia Pacífico (APEC), juega un rol neurálgico agregando valor a la red de contactos y actividades que la relación exhibe “cosida a la misma estrella” que, blanca o amarilla, ilumina igual el camino a transitar. En el firmamento de esta rica vinculación aparecen al menos dos figuras que simbolizan la historia compartida desde del siglo XIX: Bernardo O’Higgins, quien concibió una concepción oceanopolítica para Chile y Sun Yan-sen, considerado el padre de la China moderna, cuya presencia global también tiene dimensión marítima.

Ahora bien, para mirar el futuro con confianza, resulta oportuno mantener vivo lo acontecido en el ámbito cultural hacia la mitad del siglo pasado con el aporte de una pléyade de personeros que ayudaron a construir esta sólida relación entre ambas naciones que promete perdurar por mucho tiempo. En efecto, figuras de la estatura de Salvador Allende, Pablo Neruda, José Venturelli, por citar los más prominentes, se concertaron en torno a una única y visionaria mirada para expandir las expresiones culturales e idiosincrasia de su pueblo y, a la vez, realzar las virtudes milenarias de la China con la creación del Instituto Binacional de Cultura con sede en ambas capitales. Ahora, cuando la humanidad ha traspasado el umbral de un nuevo milenio, vale constatar cómo la sensibilidad y sabiduría de tantas mujeres, hombres,  periodistas, académicos, empresarios, diplomáticos, sindicalistas, jóvenes y trabajadores de ambos países, siguen contribuyendo en el ámbito de la carta de navegación que encauza el diálogo bilateral; sus continuadores, impregnados en la idea del “homo technologicus”, han de endilgar la relación hacia estadios superiores con el imperativo de generar ideas y acciones que favorezcan el protagonismo y grados de influencia en el contexto de la gobernanza inteligente para el siglo XXI, la que no se basta por sí sola si se trata de lidiar con los avatares de una agenda más densa temáticamente y que incluye nuevos actores (opinión pública) que buscan incidir en la toma de decisiones en toda oportunidad. En ese orden de ideas, si el capital de la cultura se sintoniza empáticamente con el valor de la ubicación geoestratégica, la participación ciudadana deviene natural en la materialización de una política comunicacional que transmita lo que realmente cada país siente y las convicciones que lo animan. Con ello aumentará la confianza de chilenos y chinos en un destino común al cual aspirar conjuntamente. Aprovechar tal coyuntura es tarea de ambos Gobiernos, quienes han de saber filtrar lo esencial y alimentar la necesaria mirada distanciada que se requiere para ponderar los acontecimientos que ocurren en el entorno y convivir armónicamente con los (ciber)ciudadanos del presente y del futuro en un ambiente de paz y seguridad.

Como embajador de Chile en la RPC en un momento neurálgico de inflexión para la relación bilateral, dado por la negociación y firma del TLC, me correspondió indagar en los entresijos de esta historia común y compartir experiencias con el variado espectro de la sociedad china, intentando aportar, razonadamente, desde la visión de este estratégico rincón del mundo al vasto entramado configurado por ambos países y robustecerlo. Hoy la tarea se hace todavía más demandante conforme su espectro aparece desafiado por un moderno estilo de comunidad que se expresa en la “Sociedad de la Información y el Conocimiento”, donde el rol de la diplomacia como generadora de confianza para desplazarse en un escenario que redefine la vida de todos por igual, se dimensiona positivamente.. Ahora bien, cuando la dinámica de la relación sino-chilena allana caminos de crecimiento, cabe sumar aún, nuevas fórmulas encaminadas a derrotar la pobreza y superar las desigualdades que surgen como imperativo ético ante demandas legítimas e intermitentes de la sociedad global. En otras palabras, forjar nuevas políticas de acercamiento que nazcan de la concertación social (diplomacia ciudadana) y no puramente como fruto de la razón política o la retórica. La conmemoración de 50 años de relaciones diplomáticas plenas invita a reflexionar respecto de dónde estamos para responder con renovada energía como “socios cercanos” que habitan un entorno favorable de futuro auspicioso.

Fuente: La Tercera