Opinión

La nueva Constitución chilena y el mar boliviano

El debate y análisis sobre el proceso constituyente de Chile en nuestro país, aunque muy exiguo, ha estado centrado en los efectos de la plurinacionalidad y de sus parecidos con el caso boliviano, pero no ha considerado las implicancias geopolíticas que podría tener para nuestro más que centenario objetivo de reintegración marítima.

Ciertamente, teniendo en cuenta que el artículo tercero de la propuesta de Constitución del país vecino dispone que el territorio chileno es “único e indivisible”, es evidente que estamos ante una contradicción o una suerte de respuesta a nuestra Carta Magna que, en su artículo 267, determina que el Estado boliviano “declara su derecho irrenunciable e imprescriptible sobre el territorio que dé acceso al océano Pacífico y su espacio marítimo”. Y aunque el principal propósito del referido artículo tercero, según los propios constituyentes chilenos, es el de evitar posibles secesiones territoriales que podrían darse a partir del establecimiento de las autonomías comunales, regionales e indígenas que establece el artículo 187, naturalmente que también tiene el objetivo de impedir un posible desmembramiento territorial en favor de otro país, en este caso, en favor de Bolivia y su temible “aspiración marítima”.

Digo temible porque en el último tiempo y muy a pesar del fallo de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) en el caso “Obligación de negociar un acceso al Océano Pacífico”, que resultó totalmente desfavorable a Bolivia; el tema marítimo boliviano se ha utilizado en Chile para atemorizar a la población respecto a la posibilidad de una nueva demanda boliviana ante la CIJ si Chile suscribía el Acuerdo de Escazú durante el gobierno de Sebastián Piñera y más recientemente, respecto a la posibilidad de que la plurinacionalidad (artículo 1) y el derecho de los gobiernos regionales a tener relaciones internacionales (artículo 23), permitan a Bolivia recuperar una salida soberana al mar sin disparar una sola bala, tal como lo explicó la constituyente Teresa Marinovic.

Aunque el primer caso resulta inimaginable desde la perspectiva boliviana en el contexto actual, marcado por el mal sabor de boca que nos dejó el fallo de la CIJ, es importante tenerlo en cuenta porque el gobierno de Gabriel Boric finalmente decidió suscribir el Acuerdo de Escazú que presta especial consideración a los países en desarrollo sin litoral (artículo 11). En cuanto al segundo caso, también debemos tenerlo presente porque según el destacado geopolitólogo José Rodríguez Elizondo, se trata de un plan fraguado por el expresidente Evo Morales no sólo para recuperar una salida soberana al mar para Bolivia y convertir a Chile en un Estado Plurinacional, sino también para retomar el poder en nuestro país y contagiar a toda América Latina de la plurinacionalidad, que podría poner en riesgo la soberanía, la libertad y la institucionalidad democrática de la región, tal como lo denunciaron en diciembre del año pasado varios ex cancilleres y ex vicecancilleres del Perú.

No obstante, y a pesar de los peligros anunciados, toda esta situación demuestra que, contrariamente a lo que muchos creían, el tema marítimo boliviano sigue vigente en Chile y es una realidad completamente asumida que Bolivia continuará reclamando por lo que constitucional y espiritualmente considera un derecho.

Sobre este punto cabe citar la interesante y apreciable propuesta del profesor Jorge Shad de la Universidad Católica de Chile, que desde hace más de un año viene apuntando que la clave para un nuevo acercamiento a Bolivia es asumir una relación de “rivalidad selectiva”, en la que Chile debe entender que la retórica por la salida al mar continuará, pero coexistiendo con una agenda de colaboración en intereses comunes.

Este tipo de aportes que vienen desde la academia, junto con las nuevas formas de entender la soberanía que por su parte ha planteado el profesor Claudio Coloma del Tecnológico de Monterrey, son los faros que alumbran el camino que Bolivia y Chile deben seguir para resolver sus temas pendientes y llegar así a la tan anhelada “normalización” de relaciones.

Fuente: Página Siete