Opinión

La superpotencia disfuncional

“Mi hijo no es un idiota ni un perdedor. Tú eres un idiota y un perdedor”. “Tú tuviste sexo con una estrella porno mientras tu señora estaba embarazada”. “Yo llamo a Hunter (hijo de Joe Biden) un delincuente convicto de muy alto nivel”.  Cualquiera pensaría que se trata de una pelea de barrio, pero fue ni más ni menos que el debate presidencial de Estados Unidos entre el presidente Joe Biden y Donald Trump.

Quizás lo que mejor resumen el estado actual de Estados Unidos es el de una “Súper Potencia Disfuncional”, como lo llamó el ex secretario de Defensa americano, Robert M. Gates, en un artículo de la revista Foreign Affairs.

Estados Unidos ha sido un país admirado, centro de atracción de talento, innovación y desarrollo intelectual. El orden internacional sigue descansando en los principios impulsados por el país americano: la globalización como medio para la seguridad y prosperidad mundial.

¿Cómo es posible que ese mismo país hoy enfrente un proceso electoral que revela su decadencia política y polarización social?

Estados Unidos es hoy un país partido en dos. En prácticamente todos los temas relevantes, la sociedad americana no se pone de acuerdo. En economía, inmigración, rol del Estado, temas valóricos, entre otros, los americanos se encuentran profundamente divididos. Esta cultural tribal, donde todo lo nuestro es bueno y lo ajeno, malo, hace que la conducción política de Estados Unidos sea cada vez más difícil y costosa.

En un país profundamente polarizado, los partidos demócratas y republicano no han dado el ancho. Las nuevas generaciones izquierdistas del Partido Demócrata abrazan ideas identitarias, sobre-ideologizan el debate público y se alejan del temas realmente relevantes y urgentes para el americano medio: una suerte de elitización de los demócratas. En tanto, los republicanos se alejan de ese estilo más moderado y cívico que los caracterizó, para ser  liderado por Trump, una persona sin reparos para descalificar y mentir, y sobre quien pesa una condena penal. Un candidato que no sólo gana sino arrasa en su partido, transformándose progresivamente en el partido anti establishment.

A la economía y migración como móviles de campaña, se suma ahora el estado de salud del presidente Biden en el centro de atención. Una elección que enfrentará a un candidato incapaz física y mentalmente para asumir un nuevo presidencial, y otro alejado de los estándares de conducta y rectitud mínimos que se esperan para una máxima autoridad. Suena dramático e incomprensible para un país con la capacidad y potencia de Estados Unidos.

Esta creciente disfuncionalidad americana no sólo tiene efectos internos, sino también globales. Su desgaste interno lo debilita frente a otros actores, como China, Rusia, y lo hace errático frente a definiciones claves de política exterior, como la guerra en Ucrania, el conflicto en Gaza o las nuevas alianzas del sur global. La debilidad también llega a América Latina, donde su competidor estratégico – China – lo desplaza como principal socio comercial y lo desafía invirtiendo en sectores estratégicos para el desarrollo latinoamericano.

Poco de sueño americano queda luego de ver el primer debate presidencial. Una potencia que sigue siendo la primera del mundo, que aún mantiene esa admiración histórica, pero cuya creciente disfuncionalidad política y social la llevan a un franco retroceso.

Fuente: Diario Financiero