Economías derrumbadas como consecuencia de la crisis sanitaria. Millones de personas que se agregarán a las filas de la pobreza, mientras la desigualdad social se profundiza. Descontento ciudadano, manifestaciones masivas y frustraciones no canalizadas que podrían traducirse en nuevos estallidos sociales y hacer reverberar con mayor fuerza los ecos populistas en la región. La integración regional y la cooperación están ausentes, dejando a la vista una región fragmentada y desarticulada. América Latina no es solo la región más afectada por la pandemia del coronavirus, con cinco países entre los diez con mayor cantidad de contagios. Es una región con problemas de fondo y fragilidades preexistentes que la pandemia exhibe. Una región con un rumbo desdibujado y poco claro, que parece todavía no haberse encontrado a sí misma. ¿Hacia dónde va y cuál es su rumbo?
Como mamushkas o muñecas rusas, en América Latina las crisis se superponen y yuxtaponen. La crisis sanitaria, la crisis económica, la crisis social, e incluso la crisis educativa, se interrelacionan y potencian. Sobrevuela en muchos países el espectro de la crisis política, con los episodios de Bolivia, Chile y Ecuador, que el año pasado dieron inicio a un ciclo de protesta social que la pandemia del coronavirus puso en pausa y que ahora, en algunos casos, vuelve a agitarse. Si las democracias no logran canalizar los reclamos ciudadanos pueden crecer las alternativas demagógicas y de tinte populista. Los especialistas advierten que, si no se potencian mecanismos de integración y cooperación, la región perderá relevancia y no tendrá una voz propia para hacerse lugar en un mundo marcado por la tensión entre Estados Unidos y China.
Brasil, la Argentina, Colombia, México y Perú forman parte de los 10 países más golpeados por el coronavirus. Además, la región experimentará una de las caídas económicas más fuertes a raíz de la pandemia. Según las últimas estimaciones del FMI, mientras a nivel mundial la economía retrocederá un 4,4% en 2020, América Latina sufrirá este año una caída del 8,1%, casi el doble que el promedio mundial. La Cepal prevé una contracción económica del 9,1% para la región, lo que supone unos 45,4 millones de nuevos pobres y 26,1 millones de desocupados más que el año pasado. La pobreza regional se ubicará en torno al 37% y la desocupación, cerca del 13,5%.
El punto de partida no es bueno: el año pasado la economía mundial creció, pero América Latina fue la única región que no lo hizo. Además, es la región con confinamientos más largos. A pesar de una batería de medidas gubernamentales implementadas para socorrer a los sectores más vulnerables, nada de esto parece ser suficiente para frenar la escalada de la pobreza y la desigualdad. Menos aún, para que las economías se recuperen. Dejar atrás el estancamiento económico luego del impacto negativo de la pandemia será uno de los desafíos más serios.
"América Latina tiene un problema serio que es la falta de crecimiento y la no reducción de la pobreza. El crecimiento es condición indispensable para reducirla. La región está creciendo menos que hace diez años. A los gobiernos tanto de izquierda como de derecha les está costando impulsar ese crecimiento. Y en la medida que no crezcas, fenómenos como una crisis económica externa, la pandemia o cualquier otro shock externo negativo va a causar un gran daño. Una de las preguntas que hay que hacerse es cómo vuelve a crecer económicamente América Latina", señaló Francisco de Santibañes, secretario general del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI).
Por ahora, no hay señales que apunten a una reactivación. "En lo económico, no hay nada que indique que América Latina pueda estar a las puertas de una renovación tecnológica o productiva. Se ve más bien una consolidación de su posición en la división mundial del trabajo. Tampoco existe ninguna razón por la cual podría esperarse una lluvia de inversiones que reactive el crecimiento", sostuvo Jorge Garzón, doctor en Ciencia Política y profesor de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT).
Los problemas socioeconómicos son un lastre que la región arrastra desde hace décadas. "En América Latina y en el mundo, la pandemia hace más visibles y crueles las desigualdades que ya existían. Quienes menos tienen están menos protegidos y con menor capacidad de defensa. Ya estaban descolgados del mundo, pero ahora están aún peor. Esta es una crisis con muchas dimensiones y aristas, muchas de ellas preexistentes. Es una crisis educativa, económica, social. La gestión de la pandemia de los gobiernos es una variable que puede empeorar la situación", afirmó Liliana De Riz, socióloga e investigadora superior del Conicet.
Teniendo en cuenta los altos niveles de desigualdad y pobreza que preexistían en la región, no sorprende que sea una de las más afectadas por la pandemia. "La pandemia desnuda de una manera cruda la brutal desigualdad que existe. Hay sectores muy amplios que viven en la informalidad, y si no salen a trabajar no comen. Hay niveles de hacinamiento enormes, que impiden mantener la distancia necesaria para evitar los contagios. El lavado de manos se hace difícil en donde no hay agua potable. La desigualdad y la pobreza son un límite para poder luchar efectivamente contra la pandemia. Las condiciones de base conspiran y boicotean las medidas sanitarias", observó Daniel Zovatto, director general para América Latina y el Caribe de IDEA Internacional.
Reacción en cadena
La profundización de la desigualdad ocasionada por la pandemia se refleja en terrenos como el educativo, donde existe un acceso inequitativo. "Hay sectores que no han podido mantenerse al día con la educación y eso va a tener un costo enorme a futuro en términos de pérdida de capital humano", agregó Santibañes.
Al encadenamiento social de la crisis económica, hay que sumarle sus efectos políticos. "La crisis sanitaria impacta y trae más pobreza, más desigualdad, y eso va a derivar en el corto plazo en una crisis política. Una combinación de descontento popular, muertes y crisis económica va a poner a los gobiernos en posiciones de debilidad extrema. Se mezcla la crisis sanitaria con una fuerte crisis económica", afirmó Juan Negri, doctor en Ciencia Política y profesor de las universidades Di Tella (UTDT) y Nacional de San Martín (Unsam).
En ese sentido, de acuerdo a los analistas, es posible que el ciclo de protestas y estallidos sociales iniciado el año pasado retome su fuerza y que el descontento ciudadano se extienda por buena parte del continente. Lejos de resolverse y de disiparse, las causas de las protestas siguen vigentes, acentuadas por la crisis económica. "No creo que los episodios del 2019 vayan a ser hechos aislados. Vamos a ver nuevos estallidos y crisis políticas en América Latina, sobre todo porque estamos recién al principio de la profunda crisis económica y social que trajo la pandemia", apuntó Garzón.
Protestas autoconvocadas
El ciclo de protestas nunca se cerró, sino que entró en pausa transitoria a comienzos de año por las medidas restrictivas que los gobiernos tomaron para frenar la propagación del coronavirus. "Hay una ciudadanía cada vez más exigente, que encabeza protestas autoconvocadas, con demandas diversas, sin líderes, donde las redes sociales juegan un papel importante. Las protestas van a volver porque las causas que las motivaron no fueron resueltas. Pasamos de ser una región turbulenta y revuelta a que reine la calma por las medidas de restricción de la pandemia, acompañadas en muchos casos por estados de excepción y emergencia. La pandemia cerró las dos válvulas de expresión ciudadana por excelencia: las protestas en la calle y las elecciones, que están regresando de a poco. En algunos países ya estamos viendo como las protestas sociales reemergen. Los sistemas políticos tienen que prepararse para dar una respuesta eficaz a estas demandas ciudadanas. Poner militares y policías en las calles es la respuesta fácil, pero es arrojar kerosén al fuego", explicó Zovatto.
Ejemplos de reactivación de las protestas son los episodios del fin de semana pasado en Chile, pocos días antes del plebiscito por la reforma constitucional, que incluyeron casi 600 detenidos y la quema de dos iglesias céntricas, o las protestas que surgieron en Colombia el mes pasado contra el abuso policial. En Bolivia, el triunfo electoral del candidato del MAS, Luis Arce, parece haber clausurado la crisis política desatada el año pasado. Pero esto no implica que desaparezca la inestabilidad. "No hay ninguna razón para pensar que el MAS no continúe o incluso profundice las prácticas autoritarias que caracterizaron a su último gobierno. A Bolivia le quedan años por delante de inestabilidad política. En el caso de Chile, el gobierno y la élite política han hecho todo lo posible por retrasar las reformas demandadas por la movilización del año pasado y eso tuvo un costo importante en su legitimidad. En ambos casos, la cuarentena y la pandemia solo retrasaron los mecanismos democráticos que podrían haber ayudado a procesar el conflicto político. El tiempo de espera solo ha aumentado la tensión y las contradicciones", dijo Garzón.
Detrás de las protestas no solo hay causas inmediatas vinculadas a la crisis económica y la desigualdad social. También subyacen fenómenos más profundos, como el descontento generalizado hacia las élites y clases gobernantes.
La sombra populista
"Hay un fenómeno mundial que ahora llegó a América Latina, que es el descontento de las sociedades con sus élites. Esto se refleja con Trump, con Modhi en India o con el Brexit inglés. La desconfianza en las instituciones es muy grande y eso fomenta las protestas. Es un fenómeno que naturalmente se puede agravar dada la mayor pobreza que está causando la pandemia", explicó Santibañes.
En una línea similar, De Riz advirtió: "Si con miedo a la pandemia la gente protesta, me pregunto qué pasaría si no estuviera el virus. América Latina es heterogénea, variopinta, e imponer una regla común sería simplificar. Pero nadie está salvo de un estallido. En Chile, hay protestas porque se homogeneizaron las expectativas. Chile encontró una salida institucional porque fue desde el inicio un país institucional. Pero la Argentina, por ejemplo, no tiene canales institucionales fluidos".
Si las frustraciones y el descontento social no se canalizan por una vía democrática e institucional, los liderazgos populistas se acentuarán en la región. Y los discursos antisistema, los políticos "outsiders" que se autopostulan como "salvadores" frente a las múltiples crisis, aparecerán como una alternativa tentadora para importantes franjas de la población.
"Existe un vínculo indirecto entre populismo y pandemia, a través de la crisis económica y social. Ante las frustraciones económicas que va a dejar el coronavirus, pueden fortalecerse este tipo de liderazgos, que vemos en América Latina y en el mundo. Pueden crecer los discursos antisistema a partir de esas frustraciones", afirmó Negri.
Por su parte, Zovatto indicó: "De cara a un nuevo súper ciclo electoral, se abren dos escenarios. Si no se hacen bien las cosas, un sector importante de la ciudadanía puede desesperarse y buscar salvadores que apelan a discursos populistas en contextos de marcada polarización y mucha fragmentación política partidaria. El otro escenario es que los gobiernos empiecen a hacer bien las cosas, la economía comience a recuperarse, y que haya consciencia de que se necesitan políticos racionales con mucha experiencia y mayor madurez. Si lo que impera es la angustia, la frustración y el enojo, el escenario puede ser complicado".
Ejemplos de estos liderazgos son el mandatario mexicano López Obrador o el brasileño Jair Bolsonaro. "Estos líderes buscan una democracia más directa. Representan un cambio en las formas, y se nutren del descontento hacia las élites. En gran parte de América Latina estos factores están presentes. Existe un caldo de cultivo que puede llevar a que aparezca otro líder similar a Bolsonaro, a quien defino como un conservador popular", agregó Santibañes.
Por último, el resultado electoral de Estados Unidos puede potenciar los liderazgos demagógicos. "Si gana Trump, la probabilidad de festejo de demagogos es más alta en el mundo y en la región. El peligro es que nos vayamos acostumbrando a regímenes iliberales o no liberales. Con la democracia desprestigiada, se recurre a salvadores autoritarios. Estos liderazgos imbuidos de una misión salvadora, de género autoritario, vienen a reivindicar la idea de salvación, de corregir el rumbo, de salir de la crisis. Cuando aparecen protestas sociales sin que haya perspectiva de proyectos de reforma que puedan encauzar estos reclamos, aparecen liderazgos salvadores", señaló de Riz.
En medio de las múltiples crisis superpuestas, la región no apela a mecanismos de integración y cooperación que la fortalezcan. Permanece dividida, fragmentada, con una política exterior descoordinada y desarticulada, guiada por la ideología, que se traduce en una pérdida de relevancia en medio de las crecientes tensiones entre China y Estados Unidos a nivel internacional.
"América Latina perdió la oportunidad de consolidar un bloque regional cuando la rivalidad entre Estados Unidos y China todavía no era tan intensa. Ahora ya es muy tarde. La dependencia comercial y financiera de América Latina hacia China crece cada año y en momentos de extrema fragilidad como este existe la tentación de una salida fácil a la crisis económica adquiriendo más préstamos chinos y estrechando el vínculo de dependencia con China. La fragmentación política de América Latina sugiere que puede estar destinada a ser de nuevo un objeto de la rivalidad entre las grandes potencias", sostuvo Garzón.
Santibañes sugirió que la región pierde importancia por motivos económicos y tecnológicos. "Una baja tasa de crecimiento, menor comercio, menor innovación, nos vuelven menos relevantes. Pero América Latina se está convirtiendo en un foco más relevante geopolíticamente por la presencia china, sobre todo en el Cono Sur. Y eso genera la necesidad de una política exterior responsable".
Sin peso en el mundo
Zovatto agregó: "Los esquemas de integración se arman en base a la afinidad política-ideológica y a intereses coyunturales antes que en base a los intereses estratégicos. Al no haber una voz única, la región pierde peso en la arena internacional. Arriesga a convertirse en irrelevante si no resuelve esto".
En ese sentido, a la fragmentación social de cada país se agrega la fragmentación regional, apuntó De Riz. "Cada vez hay menos conciencia de una región compartida. Se rompió completamente el multilateralismo. El Mercosur fracasó. Hay países mirándose hacia adentro y un déficit de integración política, cultural y económica muy fuerte. Se ve un creciente nacionalismo y proteccionismo".
Según Negri, la arquitectura del bloque regional se desmontó. Y no es importante en términos estratégicos, como Asia o África. "Para Estados Unidos, el único interés es frenar la avanzada china", sostuvo. "Los gobiernos miran adentro de sus fronteras. Brasil no está interesado en liderar la región. El Mercosur está paralizado hace tiempo. La Unasur también, y la OEA, desprestigiada por su actuación en Bolivia. Hay un abandono y una desatención de los canales institucionales. Hoy son cáscaras vacías", sostuvo.
Fuente: La Nación