En diversos artículos de principios de año (“Tiempos Nublados para América Latina”, La Nación, 11 de enero de 2020; “Democracia Asediada”, Wall Street Magazine, 30 de enero de 2020), alertamos que Latinoamérica debía prepararse para vivir un 2020 igual o incluso más convulso que el 2019. El pronóstico -pesimista en ese momento-, quedó brutalmente superado con la llegada del COVID-19; pandemia que vino a sumar mayor complejidad, incertidumbre y volatilidad a un cuadro regional bastante turbulento e inestable. Nuestro análisis anterior se sustentaba en una premisa principal: vivíamos en un mundo de cambios graduales. Pero, en cuestión de pocas semanas, este supuesto se desplomó, y ahora atravesamos un período caracterizado por una gigantesca disrupción difícil de comprender y, menos aún, proyectar.