Nuestra sociedad globalizada, donde compartimos desafíos comunes, como el cambio climático, crisis energética, crisis hídrica, seguridad alimentaria, ciberseguridad y pandemias, entre otros, requiere contar con las herramientas adecuadas para encontrar las soluciones. En este sentido, la diplomacia científica representa un instrumento adicional, que seguramente cada día será de mayor trascendencia en nuestra política exterior. La diplomacia científica no es nueva y hay ejemplos concretos durante la pasada guerra fría, donde la cooperación científica ayudó a generar las confianzas necesarias para mantener cierta estabilidad, como fueron los procesos de colaboración científica entre EE.UU. y la extinta Unión Soviética y las negociaciones de los acuerdos de desarme nuclear de la época. Con los acelerados avances en las tecnologías y las ciencias, sus efectos y transformaciones en conceptos tradicionales de las relaciones internacionales, como es la seguridad internacional con el impacto de las comunicaciones digitales e inteligencia artificial, entre otros; la gobernanza de áreas globales como la Antártica, el ciberespacio y el espacio exterior; y también los efectos tanto positivos como negativos en nuestras democracias y la debida promoción y protección de los derechos humanos con el auge y masificación de las redes sociales, se hace necesario tener presente la importancia de desarrollar las capacidades y la incorporación de la diplomacia científica como herramienta de política exterior.