Una mirada retrospectiva de lo acometido, sitúa la exhortación de Laudato Si como plataforma para saltar desde los dichos a los hechos.
Muchas cosas tienen que reorientar su rumbo, pero ante todo la humanidad necesita cambiar. Hace falta la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos”, escribe el Papa Francisco en la encíclica Laudato Si. Dicho texto se posiciona como una reflexión filosófica/político/ética, que pone presión a los gobiernos y sociedades para una gestión urgente ante el progresivo calentamiento global, cuya saga se expande peligrosamente hacia una degradación social.
Incluye diagnósticos y negociaciones técnico/diplomáticas e incorpora datos fiables provenientes de las ciencias con un sentido claro de promover la protección de la “casa común”, considerada como realidad, no como algo abstracto. En lo sustancial, interpela a la dupla Estado/sociedad a diseñar un ecosistema de cooperación que sea capaz de abordar la situación, asumiendo que los embates de la modernidad alteran la conducta de las personas, los estados, las instituciones y su manera de relacionarse y comunicarse.
El atlas mundial se torna digital y el planeta, más pequeño y asequible, pero no menos complejo e impredecible. Por todo ello, la pertinencia de un liderazgo confiable que aterrice expectativas, aborde desafíos y allane el camino para la formulación de políticas públicas adecuadas, surge espontáneamente en la sociedad.
La figura del Papa Francisco se perfila como muy idónea. Ha tenido la visión, y no menos audacia, para ponerse a la vanguardia para interpretar el signo de los tiempos sin rendirse al halago o a la tentación del poder. Urde un diálogo con la comunidad a partir de la desigualdad, asumiendo que hay riqueza suficiente para que nadie padezca hambre, sed y justicia.
Con una impronta empática de cercanía, apura el tranco de la agenda, transmitiendo mensajes dinámicos que dan sentido, representatividad y espesor espiritual a la Gobernanza Global. Hace suya la definición de democracia como “el derecho de los problemas” (Jacques Breque), buscando incorporar a los marginados en la gestión de los asuntos; y generar de ese modo estructuras mundiales que satisfagan las necesidades y anhelos de millones de seres humanos asfixiados por la “globalización de la indiferencia”.
Concurrir a la discusión y tratamiento de estas temáticas con una receta curativa, implica escuchar el clamor de la Tierra y de los pobres. Quizá, la tarea más urgente sea un ajuste del sistema financiero global en cuyo ámbito se han generado las crisis más recientes.
Por otro lado, prestar atención al fenómeno de la migración es un imperativo moral. Urge un sentido de solidaridad humanitario que, a través de un diálogo entre culturas y cosmovisiones, canalice esfuerzos compartidos frente a problemas comunes que reclaman soluciones consensuadas. Laudato Si, al apelar a la conversión ecológica, involucra por igual a promotores y beneficiarios, validando la aseveración de Pablo VI: “El desarrollo es la nueva denominación de la paz”.
Puestas así las cosas, la diplomacia se dimensiona como el mecanismo válido para innovar e impulsar la estructuración de regímenes internacionales vinculantes. Debe utilizar su acervo histórico, bagaje, experiencia y redes de contactos para sintonizar con la dinámica globalizadora y transformar las aspiraciones en cursos de acción y los mitos en realidades.
El debate sobre desarrollo sustentable versus ambientalismo paralizante está vigente y tiene correlato institucional producto de un peregrinaje diplomático que comienza en Estocolmo (1972) y logra su cénit en la “Cumbre de la Tierra” de Río de Janeiro, veinte años más tarde. Una mirada retrospectiva de lo acometido, sitúa la exhortación de Laudato Si como plataforma para saltar desde los dichos a los hechos.
Bienvenidos sean la dimensión verde y el carácter social de esta encíclica para el contexto regional, cuyo potencial (Amazonía, reservas de agua y energía, población joven, cercanía a la Antártica) le otorga estatura para contribuir a la sanidad del planeta.
América Latina muestra cumplimiento de las tareas del siglo XX, configurando –con altibajos– un perfil estratégico de apego a la paz, la democracia, los DDHH y la preocupación por el medioambiente, aunque sin trascendencia extracontinental. Ahora bien, contar con un pontífice argentino resulta un acicate para adquirir más influencia en la creación de estructuras multinacionales de excelencia.
Bienvenidos sean la dimensión verde y el carácter social de esta encíclica para el contexto regional, cuyo potencial (Amazonía, reservas de agua y energía, población joven, cercanía a la Antártica) le otorga estatura para contribuir a la sanidad del planeta.
La reunión sobre cambio climático de París y la de los océanos en Valparaíso, ponen a prueba cuánto de este alegato del Papa Francisco ha sido asimilado por el sistema. Son coyunturas favorables para la diplomacia chilena, pues le permiten expandir su presencia en la mundialización. ¡Porque somos del mundo, podemos ayudar a transformarlo!
Fuente: Revista Capital