Por Jorge Sahd y Julio Pertuzé. Si Chile apuesta a ser líder en innovación, sus futuras regulaciones sectoriales deben ser más flexibles, livianas y evaluables.
En los últimos meses se ha abierto un debate sobre si los nuevos modelos de negocios basados en la economía de la colaboración, como Uber o Airbnb, deberían o no operar en el mercado, por cuanto estarían al margen de la ley. Esta aproximación reactiva frente a las nuevas tecnologías contrasta con las estrategias regulatorias de otros países que buscan facilitar el surgimiento de nuevas innovaciones en sus territorios.
El estado de Michigan en Estados Unidos, por ejemplo, se ha propuesto ser el líder mundial en el desarrollo de automóviles autónomos. Así, ha dictado en forma proactiva una serie de normas que permiten a fabricantes de automóviles testear flotas de este tipo de vehículos en las calles y carreteras del estado. Las autoridades saben que si no actúan, toda la industria automotriz de Detroit migrará a Silicon Valley.
La estrategia de Michigan es interesante, ya que no está enfocada en adaptar las leyes existentes como en Chile, sino en crear un marco regulatorio que incentive la investigación y desarrollo de estas innovaciones. La realidad muestra que la velocidad de cambio de la economía es cada vez más rápida, que las innovaciones penetran en la población en corto tiempo y que al Estado y sus leyes les cuesta adaptarse a los nuevos escenarios. Este “problema” se simboliza hoy en Uber o Airbnb, pero mañana serán los autos inteligentes, las Fintech en el mercado financiero, las Bitcoin como medios de pago y tantas otras disrupciones para las cuales nuestro marco regulatorio jamás estará preparado. Por esta razón, el desafío es cómo pasamos de un Estado reactivo a uno propositivo, que genere regulaciones atractivas para que surjan y se desarrollen nuevas innovaciones en Chile. Si ya fuimos pioneros en abrir nuestra economía en los años 70 o en crear un Banco Central autónomo, por qué no pensar en ser los líderes de la región en el surgimiento de nuevas economías colaborativas.
Para dar este salto regulatorio, es necesario identificar qué tipo de regulaciones mantener y cuáles necesitaríamos crear o modificar. A nivel general, las normas de protección del consumidor, libre competencia, tributarias o laborales deberán mantenerse, ya que son comunes a toda actividad empresarial. Un buen ejemplo es Booking.com, al que su carácter disruptivo en el mercado de reservas hoteleras no lo eximía del cumplimiento de las normas de competencia, al ser acusado por supuesto abuso de posición dominante al prohibir a los hoteles ofrecer sus habitaciones a mejores precios a otros portales.
A nivel sectorial, sin embargo, sí podemos pensar en que los actuales requisitos para proveer un servicio deberían ser modificados. Un ejemplo paradigmático es el caso de los taxis en Londres, donde una norma de 1865 obliga a todas las personas que desean tener una licencia de taxi ¡saberse de memoria las 25 mil calles que tiene esa ciudad! Hay taxistas que pasan más de cuatro años estudiando para rendir esta certificación, que es a todas luces ineficiente en comparación con tecnologías como Waze.
Si Chile busca ser el líder en innovación, sus futuras regulaciones sectoriales deben ser más flexibles, livianas y con mecanismos de evaluación permanente sobre el cumplimiento de los objetivos que justificaron su creación. Estas normas deberían poner el énfasis en los objetivos de interés público (por ejemplo, reducir congestión, mejorar el transporte, acceso a la información, seguridad), pero suficientemente flexibles en los mecanismos y requisitos para dar cumplimiento a esos objetivos. Quizá ya sea necesario, como sugiere la OCDE, contar con una agencia que evalúe el impacto regulatorio ex ante y ex post. En su informe sobre la política regulatoria chilena, el organismo señala que el país debería hacer un seguimiento permanente a sus regulaciones, trabajar por dar mayor coherencia a sus normas y analizar si las leyes vigentes están o no produciendo los efectos deseados. Es decir, no bastaría con proponer nuevas regulaciones, sino también mirar lo existente. Eso sin duda ayudaría a remover barreras innecesarias que dificultan el surgimiento de innovaciones o impiden a los incumbentes competir en los nuevos mercados.
El cambio de paradigma de un Estado reactivo a uno propositivo en materias de innovación no será fácil. Supone estar dispuesto a enfrentar grupos de interés bien organizados e influyentes, en pos de la generación de nuevos servicios y mayor competencia. Las regulaciones pueden ser un instrumento muy efectivo en esa tarea y Chile tiene la oportunidad de tomar la delantera.
*Jorge Sahd K. es profesor Derecho UC y Julio Pertuzé S. es profesor Ingeniería UC.
FUENTE: Pulso