Cuántas veces hemos escuchado que el futuro está en América Latina. O que la región históricamente ha sido postergada por la falta de interés de las potencias. Nos ilusionamos cuando hay cambios de gobierno y cedemos fácilmente a la promesa de una mejor nación. Hablamos del “momento” y nos convencemos de que el tiempo del cambio llegó.
Pero la verdad es que Latinoamérica parece seguir la doctrina del gatopardo, donde todo cambia para seguir igual. Las últimas semanas han sido un duro golpe: crisis institucional en Perú, un supuesto intento de golpe de Estado en Ecuador y una Argentina sumida en la confusión, por nombrar tres. Esto, acompañado con drásticos recortes a las proyecciones de crecimiento regional.
¿Tiene la culpa el resto? ¿Es el desdén hacia la región de la administración Trump el responsable de nuestros males? Nada más alejado de la realidad, porque el verdadero culpable por cómo está la región es la propia región. Y las causas trascienden los gobiernos de turno.
Primero, la debilidad institucional en el continente es endémica, caracterizada por un Estado de derecho débil y una gobernanza deficiente. Según Latinobarómetro, ninguna de las instituciones del Estado fundamentales para la democracia supera el 25% de confianza. Débil separación de poderes, órganos autónomos en el papel, rotación excesiva de funcionarios en todos los niveles o un Poder Judicial débil, son la antítesis de un buen gobierno. No basta con tener sistemas democráticos si no van acompañados de una gobernanza sólida. Tampoco podemos esperar buenas políticas públicas sin una institucionalidad sólida que las soporte. Esta es la madre de todas las batallas en la región.
Lo segundo es la inestabilidad política permanente. Si bien la región finalizará el año con 14 elecciones presidenciales en sólo tres años, la falta de certeza es un ingrediente característico. Perú cierra el Congreso, destituye a un Presidente y procesa a otros dos; López-Obrador somete a consulta popular la construcción del megaproyecto de aeropuerto en México, con inversiones ya comprometidas; Colombia debe lidiar con las esquirlas de un polémico y complejo acuerdo de paz con la guerrilla; el tribunal constitucional boliviano invoca los derechos humanos para permitir la tercera postulación de Evo Morales a la Presidencia; etcétera. Así es difícil pensar en convertirse en una región competitiva para atraer sostenidamente inversión extranjera.
Lo último. La falta de innovación de los países para enfrentar nuevos desafíos, como la migración y la corrupción transfronteriza. Según estimaciones de la ONU, a fines de este año habría cerca de 5,4 millones de venezolanos repartidos por los países de América Latina y el Caribe. Por su parte, el caso de corrupción de Odebrecht, de alcance aún insospechado, ha mostrado un nuevo concepto de corrupción coordinada más allá de las fronteras de un país. ¿Cómo enfrentamos estos retos? ¿Qué formas de cooperación estamos implementando? Mecanismos de integración como Prosur aún se encuentran en marcha blanca y expuestos a los cambios de signo político de los gobiernos.
Para enfrentar estos problemas complejos, de largo plazo y, en algunos casos, estructurales, hay que partir por no responsabilizar al resto. La responsable es la región y se requerirá de liderazgo para desafiar un statu quo que para muchos es conveniente. De lo contrario, seguiremos siendo la eterna promesa.
Fuente: Diario Financiero