En materia internacional somo un país curioso. A pesar de que Chile es de las naciones más abiertas al mundo, y, por tanto, muy sensible a eventos externos, solemos ver con distancia y desinterés lo que pasa afuera. La “guerra de precios” del petróleo por el conflicto entre Arabia Saudita y Rusia nos recordó cómo este tipo de hechos tiene incidencia directa en nuestra economía.
Si ya veníamos golpeados por el pánico de propagación del Covid-19 y la violencia campante en algunos sectores del país, el “lunes negro” de esta semana demostró que los riesgos geopolíticos no son solo lectura ociosa, sino amenazas reales para países como Chile. Como muestra, el dólar superó los $842 el lunes, más que el máximo histórico de $828 en noviembre del año pasado, en plena crisis social. Lo siguió la significativa baja del cobre y una bolsa que cayó a niveles de 2016.
¿Qué hace distinto a este conflicto geopolítico del petróleo de otros en el pasado?
Primero, que encuentra al mundo en una situación muy debilitada y altamente tensionada. El sentimiento anti-globalización sigue creciendo y la fragmentación de las potencias mundiales, también. La falta de coordinación y diálogo entre los países hace el escenario multilateral más impredecible.
Si hace poco el riesgo era un alza del petróleo a nivel mundial por una escalada militar del conflicto entre Irán y Estados Unidos, hoy nos preguntamos cuánto se prolongará la guerra de precios bajos iniciada por Arabia Saudita. Si bien China muestra progresos en el control del coronavirus, la incertidumbre se traslada ahora fuera de sus fronteras, con crecimiento exponencial de nuevos casos. EEUU y China celebraron su tregua comercial, pero el conflicto latente en varios frente demuestra su frágil relación. Por último, Turquía y Rusia se enfrentan por Siria, y no hay claridad en el destino de las negociaciones americanas con el régimen talibán en Afganistán. Un mundo desordenado es más impredecible y conflictivo.
Segundo, el fracking americano como actor relevante, desafiando un mercado que estaba controlado tradicionalmente por la Organización de Exportadores de Petróleo (OPEP). Si bien las empresas productoras y de servicios de petróleo de esquisto (shale oil) han crecido de manera significativa, necesitan de un precio promedio de 40 a 50 dólares por barril para ser rentables, según el Deutsche Bank. El prolongado desplome del precio del petróleo podría generar la liquidación y quiebra de varias empresas. En consecuencia, el conflicto petrolero no es un baile de dos, sino de tres. EEUU sufre un daño significativo, por lo que debiera presionar a las partes para sentarse a negociar y poner término a una guerra de precios insostenible en el mediano plazo.
Tercero, la OPEP está más cuestionada que en el pasado. El bloque ya sufrió el retiro de Qatar, como respuesta a las sanciones económicas de países liderados por Arabia Saudita. La salida de Rusia, invitada en 2016, no haría sino que debilitar aún más la capacidad del cartel para controlar el mercado de crudo. Este debilitamiento no es conveniente para Arabia Saudita ni para el resto de los países que lo integran.
¿Qué esperar para Chile? El país no tiene control sobre un peor escenario externo, aun cuando la guerra de precios no debiera sostenerse por mucho tiempo (pero si la propagación del Covid-19). Solo quedan, entonces, los fundamentos que nos han permitido enfrentar otros eventos, como la crisis subprime. Pero esos fundamentos, hoy, también están en riesgo.