LOS ÁNGELES, Estados Unidos — A finales de abril, el gobierno de Argentina le comunicó a sus pares del Mercado Común del Sur (Mercosur) —el bloque comercial formado por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay y que en conjunto serían el equivalente a la quinta economía del mundo— que el país dejaría de participar “en las negociaciones de los acuerdos comerciales en curso y de las futuras negociaciones”. A los pocos días, Argentina revirtió su posición.
Las señales encontradas de Argentina reavivaron las incertidumbres en un bloque que ha estado en crisis en la última década. Pero, paradójicamente, también abren una oportunidad. El sombrío panorama económico por la pandemia del coronavirus ha hecho más urgente que nunca la modernización del acuerdo para enfrentar mejor la crisis en desarrollo.
Hace 29 años, en marzo de 1991, los cuatro países sudamericanos firmaron el Tratado de Asunción, que dio origen al Mercosur. Entonces, los miembros se propusieron establecer una zona de libre comercio y dar paso a la creación de una unión aduanera, lo que implicaría contar con un arancel externo y una política comercial externa comunes. Después, la idea era transitar a un mercado común, a algo más parecido a la Unión Europea. Pero el Mercosur solamente cumplió el primer objetivo, ser una zona de libre comercio. Como el bloque no ha querido abandonar aún las intenciones de alcanzar algún día una unión aduanera, todavía mantiene regulaciones que hacen muy complejas las posibles negociaciones bilaterales con otros países sin el consentimiento de los demás miembros. De ahí la necesidad apremiante de modernizar el acuerdo.
Este debate tendrá que suceder mientras el continente atraviesa un momento de gran debilidad. El impacto de la pandemia no tendrá precedentes en la región, tanto en términos sanitarios como socioeconómicos. El Banco Interamericano de Desarrollo ajustó drásticamente las previsiones de crecimiento para América Latina y el Caribe: en enero calculaba un crecimiento regional del PIB del 1,6 por ciento, pero ahora estima una caída de entre el 1,8 y 5,5 por ciento.
La actual dislocación de los mercados financieros, la caída de los precios de los productos básicos y la reducción de los flujos de entrada de capital afectará especialmente a los países del Mercosur. Este shock de oferta será acompañado porla caída en la demanda, puesto que sus principales socios comerciales también estarán afectados por la contracción económica (se prevee un escenario donde los países desarrollados llevarán adelante políticas comerciales más restrictivas). El Mercosur debe responder a estas dificultades de manera coordinada, con más integración hacia el interior y, al mismo tiempo, más apertura al mundo.
Argentina, en particular, necesita de un Mercosur sólido y actualizado. En medio de la negociación de su deuda pública, no puede darle la espalada a negociaciones comerciales que le permitirían dinamizar su economía en el futuro.
Durante el siglo pasado, todos los países que integran el bloque atravesaron por crisis económicas devastadoras en las que la hiperinflación, la pobreza extrema y la desigualdad crearon estragos en la sociedad. No podemos permitir que esto suceda de nuevo. La solución pasa por actuar en conjunto.
El problema es que, en muchos sentidos, la pandemia ha hecho que las naciones se aíslen dentro de sus fronteras. Es importante decirlo: el aislacionismo no es la solución. De esta crisis solo se saldrá con mayor integración política y económica. Y saber aprovechar la integración que ofrece un bloque como el Mercosur exige adaptarlo a los nuevos tiempos. Esa modernización deberá tener como ejes centrales la claridad y la transparencia para trazar un mapa de ruta que genere certezas y no más incertidumbre de la que ya existe.
Hacerlo no es tan complicado si los socios son francos sobre la necesidad de hacer cambios.
En primer lugar, los miembros deben dejar claro que los beneficios regionales ya adquiridos no estarán en juego y para ello es vital consolidar y profundizar la zona de libre comercio. Cumplido este paso, se debería preparar la plataforma institucional para fomentar más acuerdos internacionales, ya sea de forma bilateral o que se decidan negociar en conjunto.
También es necesario flexibilizar las condiciones de las negociaciones de acuerdos que los miembros decidan abordar en bloque. En este sentido, un precedente importante es el que se consideró para el recién concluido acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea, que incluye la figura de la ratificación bilateral. Cuando un acuerdo se firme, cada país que lo ratifique podrá comenzar a hacer uso del mismo sin necesidad de esperar a los demás miembros del bloque. Esa modalidad —utilizada ya, aunque solo en pocos acuerdos— debería ser la norma de aquí en adelante.
Por otra parte, cada país del bloque debería tener la libertad de avanzar bilateralmente en acuerdos con países que sean de su interés. Y para que esto sea dentro de un marco equilibrado y transparente se podría considerar, por ejemplo, cláusulas que favorezcan la lógica de la transparencia más que de consulta o “veto”. Hay otros acuerdos regionales que ya han creado mecanismos en los que se establece que si uno de los socios desea comenzar un acuerdo comercial con un país externo al bloque, solo deberá avisar (no consultar) a los socios antes de iniciar las negociaciones. Mercosur debería remover la lógica de “veto” que hoy existe para generar una mayor dinámica comercial.
Por la realidad regional y los inmensos desafíos que abrirá el nebuloso horizonte post-COVID, es urgente que el Mercosur se modernice para avanzar en conjunto su agenda de desarrollo. Los mecanismos de integración podrían transformarse en espacios centrales para un mundo que necesitará como nunca de coordinación y diálogos permanentes.
Fuente: NYTimes