El Colegio Electoral de los Estados Unidos votó para que Joe Biden sea el próximo Presidente de ese país. En las semanas previas se generó preocupación considerando la importancia que tiene lo que ocurre en Washington. Sin embargo, en esta ocasión es mucho más que las influencias internacionales. Ahora, en realidad, tiene que ver con el poco interés por la verdad, y finalmente, por el respeto a las propias instituciones democráticas.
En esta ocasión, prevaleció la racionalidad. Incluso los jueces de la Corte Suprema que fueron nominados por el propio Presidente Trump se negaron a conocer un escrito presentado por el Fiscal General de Texas, en compañía de otros colegas. Se peticionaba desconocer el resultado de la elección y dejar al actual Mandatario ad portas de seguir en el poder. Era tan absurdo que ni siquiera los cercanos se prestaron.
Sin embargo, esto es un problema más profundo. Trump perdió. Pero el trumpismo sigue fuerte y con poder. No solamente en Estados Unidos. También queda vigente en muchas partes del mundo. Se presenta como un populismo ramplón, que prescinde de las instituciones, de la ciencia, de los hechos tal como ocurrieron. Tiene una concepción de la lealtad que es personal y que pide ceguera ante las arbitrariedades del líder. Es un riesgo para todos aquellos que creemos en el valor de las instituciones jurídicas y políticas como mediadoras del pacto social. Hay casos parecidos que siguen en el planeta: tanto en la extrema derecha como en la extrema izquierda. Ambos son peligrosos para la vigencia de los derechos humanos.
Al Presidente electo Joe Biden le tocará reconstruir el papel de su país frente a las organizaciones globales, volver al Acuerdo de París sobre cambio climático, reconocer la importancia de la Alianza Transatlántica y enfrentar una montaña de problemas económicos en casa. En ese contexto, tiene que lidiar también con medios de comunicación dedicados a esparcir rumores y una parte del Partido Republicano que sembró dudas sobre cómo la democracia debe resolver las disputas del poder. Es decir, no solamente toca desarrollar las mejores políticas públicas posibles, también debe desarticular todo tipo de teorías disparatadas.
Cuando Levitsky y Ziblatt escribieron “Cómo mueren las democracias” tuvieron una habilidad especial para describir lo que muchas veces es imperceptible para el observador. La ciudadanía está convencida de que es la realidad de otros, jamás la propia. Todo hasta que ocurre en la sociedad que habita. Ahí, ya es muy tarde para echar el reloj atrás. Es cosa de preguntar en Venezuela o a los chilenos del 12 de septiembre de 1973. El horror ya estaba desatado.
Esperemos que la elección de Joe Biden sea un paso en la dirección correcta. Ojalá que las voces de alerta en Chile también las escuchemos con tiempo. Diálogo, instituciones, derecho y ciencia. Con una mano en la fe y la otra muy firme en la realidad. Esa es la base del éxito democrático, para salvarnos antes del anochecer.
Fuente: La Tercera