Medio Oriente suele ser novedad por situaciones conflictivas: atentados, revoluciones, terrorismo y guerras civiles han marcado los titulares de las agencias internacionales por décadas. Sin embargo, en el último año se han producido una serie de novedades que lentamente están alterando el escenario regional hacia un esquema menos conflictivo. El primer viaje oficial de un jefe de gobierno israelí a los Emiratos Árabes Unidos es un claro indicador de este proceso.
Para entender al nuevo Medio Oriente no podemos dejar de considerar el actual escenario internacional. La alteración del eje geopolítico desde la lucha contra el terrorismo en el Gran Medio Oriente hacia la competencia entre grandes potencias en el espacio euroasiático (con foco en la Rusia de Putin) y del Indo-Pacífico (identificando a la República Popular China como el gran competidor de largo plazo de los Estados Unidos) deja a la región en un segundo plano. Estados Unidos ha tomado la decisión de retirarse paulatinamente de Medio Oriente, específicamente de aquellos puntos calientes donde involucre el uso del poder militar. Afganistán ha sido el ejemplo en 2021.
En paralelo con las alteraciones globales, la lógica regional parece comenzar a alterarse en el último año. Tradicionalmente el sistema regional ha operado bajo la lógica sujeta a un intenso dilema de seguridad, debido tanto a la inexistencia de un hegemón regional como por las limitadas capacidades y aliados de los principales actores para para establecer un orden regional. Nadie mandan, todos compiten. Sin embargo, los Acuerdos de Abraham, las iniciativas mediadoras de Bagdad entre Arabia Saudita e Irán o la reconstrucción de lazos de Turquía con Egipto y las Monarquías del Golfo tiene el potencial para generar un Medio Oriente más cooperativo.
Las transformaciones regionales del nuevo Medio Oriente se pueden entender mediante tres E: enemigo, economía y energía.
Más allá de la retirada estadounidense de los grandes teatros de operaciones, su presencia sigue siendo importante en aquellos países que se encuentran bajo su paraguas de seguridad, particularmente los países del Golfo. Sin embargo, los países de dicha región –especialmente el Reino de Arabia Saudita– comienzan a tener ciertas dudas sobre la voluntad de la Casa Blanca para seguir ofreciendo protección frente a enemigos regionales comunes como la República Islámica de Irán, hoy en día en plenas negociaciones con el G5+1 para revivir el acuerdo nuclear. Los aliados de Estados Unidos se ven obligados a realizar ciertos ajustes. El 15 de septiembre de 2020, luego de décadas sin relación formal y bajo el patrocinio de la Casa Blanca, los Emiratos Árabes Unidos e Israel firmaron el “Tratado de Paz, Relaciones Diplomáticas y Normalización Completa”, un acuerdo formal cuyo objeto primario fue la normalización de las relaciones diplomáticas, pero que abrió las puertas a desarrollar acuerdos específicos en diversos aspectos de la agenda desde inversiones hasta aviación civil. Al espíritu de dicha normalización se sumaron Bahréin, Sudán y Marruecos. Más allá de los buenos propósitos, dicha relación fue el principal eje de enemistad regional entre Irán y los países del Golfo, a los cuales Israel apoyaba de modo indirecto. La enemistad con Irán fue clave para cimentar la normalización israelí-emiratí.
Luego de las reuniones protocolares entre el premier israelí Neftalí Bennett y su contraparte, el príncipe heredero Mohammed bin Zayed, emitieron un comunicado conjunto en el cual subrayaron la importancia de la firma de un Acuerdo de Cooperación Económica y Comercial, en el cual destacaron promoción de investigación científica y la cooperación en el ámbito de las tecnologías agrícolas. Los primeros resultados económicos de la normalización han sido poco menos que superlativos. El comercio se multiplicó más de cinco veces desde 125 a 700 millones de dólares en el año post-acuerdos, más de 200.000 israelíes han visitado Emiratos, mientras se ha conformado el Consejo Empresarial Emiratos Árabes Unidos-Israel y se han anunciado múltiples inversiones en áreas tan diversas como la industria de defensa y la comercialización de diamantes.
Sin embargo, la mayor inversión vino de la mano del interés israelí por captar fondos para el desarrollo de sus reservas offshore. En este caso, se anuncio una inversión de USD 1000 millones de la empresa estatal emiratí Mubadala Petroleum en el campo de gas de Tamar, uno de los más importantes de Israel con una capacidad de producción potencial de 11 bcm (mil millones de metros cúbicos) por año. Por otro lado, los Emiratos estuvieron presentes en el acuerdo entre Israel y Jordania por el cual una empresa emiratí ubicada en Jordania enviaría electricidad para Israel, mientras que una planta desalinizadora en Israel despacharía agua a Jordania. Por último, se encuentra en debate el acuerdo para el uso del oleoducto de la compañía israelí EAPC para transportar crudo emiratí desde el Mar Rojo al Mediterráneo, evitando así los problemas logísticos del Canal de Suez.
Si bien los Acuerdos de Abraham fueron patrocinados por la Casa Blanca, las florecientes relaciones entre Israel y Emiratos son una clara expresión de gobiernos afines a la Casa Blanca, pero que al mismo tiempo prefieren no poner todos los huevos en la misma canasta.
Históricamente, Medio Oriente ha sido moldeado a partir de los intereses de las potencias extra regionales. En la actualidad vemos, por primera vez, que los mismos estados de la región intentan generar un orden que, sin desconocer el contexto global, tenga en cuenta antes que nada los intereses de los propios actores directamente involucrados. No es fácil, no será inmediato y habrá detractores. Pero las elites dirigentes de la región coinciden en que de no generar un orden regional ese orden les será impuesto por las grandes potencias, como ha sucedido en el pasado.
Este artículo se desprende de la investigación “Argentina frente a los Acuerdos de Abraham”, desarrollada en el marco del Centro de Estudios Internacionales (CEI-UCA) del Departamento de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontifica Universidad Católica Argentinas, gracias al apoyo de la Fundación Konrad Adenauer.
*Director del Programa Medio Oriente de la Escuela de Política y Gobierno de la Facultad de Ciencias Sociales (UCA).
**Secretario Executivo del Centro de Estudios Internacionales del Departamento de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales (UCA).
Fuente: Perfil