Una de las imágenes más surrealistas de la guerra en Ucrania tuvo lugar el 24 de febrero. Mientras el Consejo de Seguridad de la ONU se reunía para exigir la paz, Rusia al mismo tiempo invadía la región ucraniana del Donbás. Esa imagen es uno de los simbolos de los tiempos actuales: la perdida de relevancia de las Naciones Unidas.
La ONU se creó principalmente para mantener la paz y seguridad internacionales, lograr una cooperación global y ser un punto de encuentro de las naciones, en un contexto posterior a la II Guerra Mundial. El organismo cumplió un rol vital en desactivar conflictos armados, impulsar tratados de paz, asistir a países subdesarrollados y promover los derechos humanos. La Carta de las Naciones Unidas se transformó en un instrumento fundamental que consagró principios como la soberanía de los Estados y la prohibición del uso de la fuerza en las relaciones internacionales, todos violados flagrantemente por la agresión rusa.
Sin embargo, desde hace más de una década, la idea de la decadencia de la ONU y su incapacidad de dar respuesta son evidentes. ¿De quién es la responsabilidad?
Una parte es de la propia organización. Excesiva burocracia para gestionar un presupuesto de más de US$ 3 mil millones, problemas de “accountability” en la cooperación internacional, falta de diversidad política y una agenda muchas veces distante de los ciudadanos. Aunque ha intentado liderar desafíos globales a través de su agenda 2030, lo cierto es que no ha sido capaz de contener su caída, lo que se observa con nitidez en su rol en la guerra actual.
Pero la responsabilidad principal es de las potencias. Los organismos internacionales son aquello que sus miembros (especialmente los más poderosos) quieren que sean. Mientras el Consejo de Seguridad de la ONU siga en una lógica de “suma cero”, y países como Estados Unidos, China y Rusia mantengan la relación “más disfuncional que nunca” (en palabras del propio secretario general hace dos años), es difícil que pueda salir de su laberinto.
Uno de los elementos de esta guerra es que las potencias están actuando colectivamente de manera directa, pero sin consulta a la ONU. Un ejemplo han sido las sanciones económicas para aislar a Rusia, todas medidas aplicadas por EEUU, la Unión Europea o el Reino Unido en directa coordinación, sin buscar apoyo en sede multilateral. En el plano comercial, esta tendencia es clara, donde los grandes acuerdos ya no se logran ante la Organización Mundial de Comercio, sino a través de bloques de países que se coordinan directamente.
Algunos pensarán que la OTAN, revitalizada tras la invasión a Ucrania, contradice este argumento. Pero más allá de su rol en el conflicto actual, no debemos olvidar que también venía precedida de un debate sobre el verdadero compromiso de sus miembros con el financiamiento. Incluso Trump se atrevió a calificarla de “obsoleta”.
Las potencias ganan en rapidez de acción y flexibilidad al actuar de forma directa, algo que ha permitido reaccionar ante la acción militar rusa. Pero esta forma de actuar en el orden mundial, donde la ONU parece un espectador, también envuelve riesgos, especialmente para naciones pequeñas y medianas. El debilitamiento del derecho internacional y de los organismos internacionales deja a los países menos poderosos a merced de “la ley del más fuerte”, algo que otras naciones en el mundo sufren hace años.
Tarde o temprano, las potencias deberán sentarse y definir cuál será la ONU del futuro y no la de las últimas siete décadas. De no ocurrir, seguirá en franca caída hacia su irrelevancia total.
Fuente: Diario Financiero