Eran pocas las expectativas sobre la IX Cumbre de las Américas que concluyó el pasado viernes. El entusiasmo fue bajo y la atención se centró en la exclusión de las dictaduras de Venezuela, Cuba y Nicaragua, seguida por la “rebelión” de México al no asistir.
América Latina siente el vacío de liderazgo que ha ido dejando Estados Unidos (EE.UU.), más preocupada de su intensa agenda doméstica y de temas internacionales mucho más acuciantes que las demandas regionales: Al igual que Chile, un número importante de países no cuenta con un embajador estadounidense. Tampoco la región comparte una visión común y la colaboración responde más a afinidades políticas –y personales– que a un proyecto común.
Nada de esto es muy novedoso y el diagnóstico era similar en la cumbre de Perú hace 4 años. El elemento nuevo, de impacto geopolítico insospechado, es el ascenso de China en el barrio. Un Beijing que no sólo se ha transformado en el segundo socio comercial, sino en un activo inversionista en sectores estratégicos.
Aunque EE.UU. no lo ha hecho explícito en la agenda de la cumbre, sí es un tema que debiera ser central. El ascenso chino en la región sigue a paso firme. Según el Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés), el comercio de China con el hemisferio creció 26 veces entre el 2000 y 2020, pasando de un tímido 2% a una proyección de 25% al 2035. China hoy sobrepasa a EE.UU. como principal socio comercial en Sudamérica, con excepción de Ecuador, Colombia y Paraguay. Además, negocia acuerdos comerciales con Ecuador, Uruguay, a la vez que busca dar vuelta el tablero con una eventual incorporación al TPP11, el mismo que Washington lideró y luego abandonó.
En inversiones no lo hace nada de mal. Aunque con un peso relativo menor a África o Europa, las inversiones chinas en América Latina siguen creciendo, pasando de un 1.7% en 2005 a un 22.9% en 2020, de acuerdo con la Comisión Económica para América Latina (Cepal). Un total de 16 países latinoamericanos y caribeños ya han firmado acuerdos de entendimiento con China respecto de la Franja y la Ruta, el mega-proyecto de infraestructura global chino. Sectores eléctricos, infraestructura, transporte o salud son algunos de los rubros donde la “marca China” comienza a imponerse, muchas veces convirtiendo a los países en verdaderos deudores del gigante asiático.
EE.UU. está consciente de este fenómeno y, con astucia, debiera abordar el tema en las distintas instancias formales o informales de la cumbre. Por algo, su estrategia de seguridad define a Beijing como el principal adversario y amenaza en su proyección global.
Pero la tarea de Washington de alinear a la región no será fácil. Al creciente abandono americano y falta de una agenda atractiva, se suma una América Latina más rebelde. México, con la infinidad de compromisos e intereses con Washington, decidió restarse de la cumbre, una señal de protesta que fue apoyada por los presidentes de Honduras, Bolivia y Argentina. Brasil, el gigante de la región, fue ambiguo en un comienzo y sabe de la presencia económica china en su país.
En tanto, los empresarios parecen más entusiasmados en aprovechar las oportunidades del gigante asiático, que de pensar en cómo relocalizar cadenas de suministro o exportar a otros países.
Esta realidad, gradual y silenciosamente, está reconfigurando el mapa geopolítico de la región. EE.UU. lo sabe y asume que la tarea de generar apoyos se dificulta. Tarde o temprano, la rivalidad EE.UU., China, tocará la puerta de nuestros países. Pareciera que no estamos conscientes.
Fuente: Capital Financiero