Como cada tercer lunes de septiembre, durante los últimos 78 años, el pasado 18 comenzó una semana crucial para la diplomacia internacional. En Nueva York, los líderes del mundo se reunieron en la Asamblea General de Naciones Unidas, espacio multilateral por excelencia.
Sin embargo, la confianza en las capacidades ejecutivas de la ONU parece ir mermando. La constatación de que violaciones flagrantes a su Carta -como la invasión rusa a Ucrania- quedan sin sanción, y los obstáculos para cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible -uno de sus más señeros compromisos-, son muestras de una organización que, en palabras de su propio secretario general, “no tiene poder”. Por si fuera poco, en una muestra de desafección, cuatro de los cinco presidentes de los países miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la organización, simplemente decidieron no asistir al tradicional rito de septiembre.
Pero la pérdida de poder político de Naciones Unidas no debe confundirse con la inactividad de la diplomacia multilateral. La lucha por el poder global y su distribución, se han ido trasladando hacia otros foros. El llamado Sur Global busca arroparse al amparo de los BRICS+, cuyo liderazgo aspira China mediante atractivas fórmulas para reemplazar la arquitectura financiera internacional. Los países industrializados se ordenan bajo el G20, pero abriéndose hacia otros espacios para el logro de sus objetivos, como da cuenta la reciente adhesión de la Unión Africana “en igualdad de condiciones” -valga la simbología de esta frase- a la UE. Finalmente, el G7, integrado por los países más desarrollados, que declaradamente asume la defensa del actual orden mundial basado en reglas.
Más allá de las nuevas plataformas, los ejes sobre los cuales se fundan estos reequilibrios también comienzan a dar un giro. Si para las Naciones Unidas la integridad territorial constituye un principio básico, la última reunión del G20 prefirió obviar aquel concepto con tal de alcanzar una declaración consensuada desde EE.UU. a China pasando por Rusia y la UE. Si en la Carta de la ONU el respeto irrestricto a los derechos humanos es un eje estructurante, los BRICS no tuvieron inconveniente en asociar a países que los vulneran sistemáticamente, siendo el caso más extremo, Irán. Y dentro de las grandes potencias, tanto Xi como Biden avanzan hacia un nuevo y más profundo nivel de relacionamiento con la Venezuela de Maduro, a pesar de los indicios razonables de la comisión de crímenes de lesa humanidad por parte de altas autoridades de ese país.
Ante este reordenamiento del poder mundial, Latinoamérica está rezagada. Nuestra región no es prioritaria para ninguna de las novedosas juntas multilaterales, en un claro contraste con otros continentes, como África. Para tener una voz en el cambiante concierto internacional, debemos definir primeramente cómo lidiaremos con las autocracias locales, teniendo presente que en nuestra región la deriva autoritaria y la vulneración de los DD.HH. hace tiempo dejó de ser una excepción.
Fuente: La Tercera