Cuando hablamos de Asia, solemos enfocarnos en China. Siendo la segunda economía del mundo y primer receptor de nuestras exportaciones, es comprensible que nuestros ojos estén puestos en las decisiones del gigante asiático. Además, es el país que más visiblemente busca disputar la hegemonía del orden liberal imperante, empeño en el que hay noticias todos los días. Pero, aunque resulte obvio, Asia es mucho más China, y es donde se están desarrollando los acontecimientos más relevantes de este primer cuarto de siglo.
Para comenzar, India, el país más poblado del planeta y que, como cuna del ajedrez, ha sabido explotar en su beneficio las inconsistencias inherentes a un mundo multipolar. Así, participa del diálogo de seguridad “QUAD”, junto a Japón, Australia y EE.UU., y a la vez se beneficia de los menores precios del petróleo ruso producto de las sanciones occidentales. El Primer Ministro Modi es recibido con vítores en Washington mientras da su venia para el ingreso de Irán a los BRICS.
Japón es otro líder regional. Estado insular que está dejando atrás los principios de política exterior que aplicó desde el armisticio, en especial, en seguridad y defensa. Japón ha decidido rearmarse, en parte por la agresión rusa a Ucrania, en parte por el desafío que representa China en el “Indo-Pacífico”, y en parte, también, pues desconoce cuál será la actitud de su más poderoso aliado, EE.UU., en caso de que Trump retorne a la Casa Blanca.
Más allá de estos tres poderes regionales, destaca el rol de Indonesia, un archipiélago diverso y fascinante, que alberga la población más grande de practicantes del islam y que, hoy, es la décima economía del mundo en términos de paridad de poder de compra. Indonesia se sabe cortejada por China y EE.UU., dada su estratégica posición en la confluencia de los océanos Índico y Pacífico. Yakarta, además, es sede de la Asociación de Estados del Sudeste de Asia, la ASEAN, una activa organización integrada por diez países, que busca promover el desarrollo regional (y aun cuando no lo explicite, actuar unidos ante sus vigorosos vecinos).
La relación entre Chile y Asia, más allá de China, tiene su hito fundacional en la incorporación de nuestro país a la APEC en 1994, y la consiguiente política de apertura comercial. Dado el tablero mundial y lo que se juega en los próximos años, Chile debe seguir potenciando su conexión con ese continente, explotando nuestra amplia fachada en el Océano Pacífico. Si bien la integración económica suele ser un primer paso, con Asia debemos atrevernos a ir más allá estimulando el diálogo político. Esto fue precisamente lo que trabajamos en 2019, cuando ASEAN concedió a Chile el estatus de “socio de diálogo”. Tambien respecto de ASEAN es lamentable que no se haya profundizado en la posibilidad abierta en 2021 para que Chile se integrase al tratado de libre comercio “ASEAN +2″, que incluye a Nueva Zelanda y Australia. Aún es tiempo de retomar dicha iniciativa posicionando a nuestro país en el centro de un continente que es mucho más que el Imperio del medio.
Fuente: La Tercera