Estos días, el gobierno anunció dos noticias relacionadas con el espacio exterior: la adjudicación a Chile por parte de la Unión Astronómica Internacional, como país sede para la asamblea general del 2030, y la suscripción de un convenio de cooperación espacial con Brasil.
Aunque ambas materias -la astronomía y las ciencias espaciales- son campos de conocimiento distintos, convergen en la notabilidad del espacio exterior. El espacio se ha transformado crecientemente en un campo de disputa geopolítica, de relevancia militar estratégica y un nuevo foco de intereses económicos y comerciales.
En términos de competencia geopolítica, prácticamente todas las semanas sabemos de nuevos desarrollos espaciales, marcados por las rivalidades entre las grandes potencias. Solo este año, China anunció haber logrado recolectar material del lado lejano de la Luna, mientras EE.UU. celebraba su primer alunizaje en más de cinco décadas, a través de la nave “Odie”. Otros actores también han sofisticado su carrera por la conquista del espacio. India hizo historia al ser el primer país es aterrizar cerca del polo sur de la Luna. Y la Agencia Espacial Europea lanzó hace unas semanas el cohete Ariane 6 que busca garantizar a la UE un acceso autónomo al espacio. Junto a la ciencia, también existen suspicacias sobre el uso dual de estos objetos y las reales motivaciones tras esta carrera especial. Por ejemplo, EE.UU. acusó a Rusia de poner en órbita instrumentos que parecerían ser armas espías capaces de atacar satélites esenciales para usos terrestres.
Todo este escenario se desarrolla, además, carente de regulación internacional. Los tratados que rigen el espacio exterior en el marco de Naciones Unidas datan de finales de los 60, por lo que están desactualizados para hacer frente a los veloces desarrollos tecnológicos. En un mundo en tensión, la posibilidad de llegar a acuerdos vinculantes parece lejana.
Esta miríada de componentes hace que el espacio constituya una frontera cada vez más importante para un manejo visionario de la política exterior. En materia astronómica, Chile goza de una posición privilegiada. Nuestros cielos albergan cerca del 70% de la capacidad de observación mundial. El llamado es a proteger este recurso estratégico, privilegiando una mirada de largo plazo, especialmente frente al crecimiento de las ciudades y actividades industriales. Asimismo, estudiar con detención los objetivos de las entidades que busquen establecerse en el país, pues la observación espacial es también vital para fines militares.
El desarrollo de la industria aeroespacial es más incipiente en Chile, al ser un campo altamente exigente en recursos económicos. Por ello, debe realzarse la suscripción de convenios con países más avanzados en estas áreas, tales como Brasil o Israel (recordemos que es nuestro socio estratégico en el Sistema Nacional Satelital). Y también, aunque haya sido objeto de críticas por el Presidente Boric, hacer un llamado a la participación de la empresa privada en toda aventura espacial. Así lo han entendido los países que llevan la delantera.
Fuente: La Tercera