El respeto a la autonomía de los seres humanos es una forma de reconocimiento de la dignidad de su dignidad. Pero en nuestros días, paradójicamente, el concepto de autonomía está siendo utilizado para negar la dignidad de algunos de ellos. Esto ocurre cuando se sostiene que es la capacidad de ejercicio actual de la autonomía la que confiere dignidad y, por ello, derechos. Así se hace, por ejemplo, cuando se pretende fundamentar la licitud del aborto en la autonomía de la mujer embarazada, la cual poseería dignidad y derechos en virtud de su capacidad actual de autodeterminación, a diferencia de un embrión o feto, el cual, al no ser autónomo, sería indigno y carente de ellos, por lo que podría ser legítimamente eliminado por su madre.
Pero, en realidad, no es la capacidad de autonomía actual la que me hace digna, sino que es el ser digna lo que me permite ser autónoma. En ese sentido, dignidad se confunde con humanidad. Soy primero humana, y en cuanto humana, digna, porque pertenezco a una especie cuyos miembros en un estado normal de desarrollo son autoconscientes y capaces de decisiones morales. Así bien, porque soy digna, alguien (mi madre, mis padres) se hizo cargo de mi dependencia y me permitió encaminarme a la autonomía. Dicho de otra manera: soy digna porque pertenezco a una especie cuyos miembros autónomos son capaces de decidir moralmente hacerse cargo de aquellos que no lo son. Por eso los seres humanos dependientes, ya sea porque no han alcanzado plenamente la autonomía (no nacidos e infantes), la tienen en forma disminuida (discapacidad cognitiva o senilidad), o la han perdido temporal o irreversiblemente (enfermos en coma), no por ello dejan de ser humanos; es decir, no por ello dejan de ser dignos.
En efecto, todos los seres humanos vivimos momentos de nuestra vida donde somos absoluta o relativamente dependientes de otros para sobrevivir. Es ese reconocimiento de la dependencia como característica constitutiva del ser humano, es decir, de que otros me necesitan, que yo he necesitado y necesitaré de otros, y que tantos ellos como yo merecemos por nuestra sola humanidad ser tratados con solidaridad por el resto de los miembros de la familia humana o, dicho en lenguaje legal, como sujetos de respeto y titulares de derechos, lo que nos pone en contacto con el mundo exterior, haciéndonos receptivos a las necesidades de los demás y permitiendo el florecimiento de la comunidad.
Así bien, es en esa comunidad, formada por seres autónomos y dependientes que se reconocen como dignos, donde surge la democracia y el respeto de los derechos humanos o, dicho de otra manera, una organización humana destinada a evitar el abuso y la prevalencia del más fuerte. Por ello, cuando la capacidad de ejercicio actual de autodeterminación se pone como requisito para la titularidad de derechos, la defensa de la autonomía no es más que la defensa del poder del más fuerte y se convierte, en efecto, en la más moderna y sofisticada enemiga de la dignidad humana.
Fuente: La Tercera