Los seres humanos somos animales políticos, pero también familiares, vecinales y laborales, porque nuestra vida está compuesta de facetas muy distintas. Vivir bien, es tanto como saber armonizar esos diferentes aspectos de nuestra personalidad, de modo que la dedicación a uno de ellos no termine destruyendo a los demás.
Las diversas esferas que componen nuestra existencia se rigen por lógicas diferentes. Un parlamentario pronuncia discursos en la Cámara, pero si lo hiciera el domingo a la hora de almuerzo causaría la risa de sus hijos. Por otra parte, no todo lo que hacemos en privado trasciende a la esfera pública, porque existe algo muy valioso, que llamamos “intimidad”.
Con todo, aunque los criterios que rigen cada una de las dimensiones de nuestra vida son distintos, es imprescindible que los principios de acción que aplicamos en un determinado campo de nuestra existencia no signifiquen la negación de lo que somos en las otras facetas de nuestra vida. Todos recordamos el trágico caso de Vito y Michael Corleone, que eran unos padres de familia muy cariñosos con sus hijos, pero unos criminales en su vida profesional, como se ve en la famosa escena final de “El Padrino I”, donde la pacíficas imágenes del bautizo de un niño se superponen con las escenas del asesinato de los adversarios del clan.
La relación armónica entre los distintos aspectos de nuestra vida es lo que llamamos coherencia o integridad. Se trata de un bien que escasea en nuestra vida pública, tanto política como empresarial, y esa ausencia explica, en buena medida, el desprestigio que las afecta.
¿Por qué la muerte de Presidente Aylwin pudo conmover a todo el país? Quienes lamentamos su partida, no lo hicimos sólo por sus profundos estudios acerca del arbitraje; tampoco por su habilidad como negociador o por su inteligencia: don Patricio inspiraba una profunda confianza en los chilenos porque era un hombre coherente. Su integridad le permitió inspirar un grado de confianza pocas veces visto en nuestra vida política. Y gracias a esa confianza pudo conducir al país en los difíciles años de nuestra transición.
Nuestra transición a la democracia se estudia como un modelo para los países que tienen regímenes dictatoriales. Se analizan las causas de su éxito, con miras a recoger una experiencia que pueda servir para naciones como Cuba o Venezuela. Pero de nada les servirá copiar estrategias políticas o modelos institucionales, si no cuentan con figuras que puedan mostrar en sus vidas la coherencia de nuestro expresidente.
La nostalgia de personas como Aylwin es reveladora. Muestra el hastío de los ciudadanos ante la esquizofrenia de tantas figuras públicas, que parecen tener dos personalidades, con el pretexto de que “los negocios son los negocios” o “la política es así”. Ella apunta al destino mismo de nuestra Patria: si no logramos presentar nuevos modelos, personas que hagan en nuestro tiempo lo que don Patricio supo hacer en el suyo, jamás entusiasmaremos a los mejores para que dediquen su vida a la actividad política.
Fuente: La Tercera