Acertamos quienes apostamos porque la racionalidad, la visión de futuro, el convencimiento que a todos perjudicaba la prolongación de 50 años de enfrentamiento y muerte, triunfarían sobre las posiciones que propiciaban una derrota absoluta de la contraparte concordando con la visión del expresidente Uribe, que la negociación sólo llevaría a “una rendición del Estado ante un puñado de asesinos”.
La persistencia para unir voluntades con el propósito de lograr el fin superior de la paz fue más fuerte. El Presidente Santos, luego de firmar el acuerdo, por ahora de cese bilateral del fuego, entregó al líder de las FARC “Timochenko” un simbólico lápiz bala. Con este bolígrafo el guerrillero firmó también el documento. Todos esperamos que las balas que mataron más de 250.000 colombianos, hicieron desaparecer a más de 42.000 y desplazaron a 6 millones de ciudadanos ya no vuelvan a ser utilizadas.
No en vano los signos como el lápiz de bala se replicarán en otras imágenes apostando por construir una nueva etapa con acciones concretas para desarmar los espíritus y a las fuerzas que combatieron. Se proyecta que después de los 180 días de la firma de la paz, que aún está pendiente y que se materializaría antes de septiembre, se entregarán las armas en un proceso que supervigilará la ONU proyectándose con ellas construir tres monumentos (Colombia, Cuba y Nueva York). En estas negociaciones sentimientos y actos llenos de contenido han sido vitales. El proceso estuvo marcado por una generación de confianzas entre actores que cargaban historias trágicas. No sólo los representantes del gobierno y las FARC fueron los protagonistas, un lugar de privilegio se otorgó a las víctimas tanto de las FARC cuanto de los abatidos por grupos paramilitares o las FF.AA. Así se explica la común visión que se ha ido forjando que llegar a acuerdos era mejor que prolongar una lucha fratricida.
Hay grandes avances y quedan temas pendientes. Se asignarán tierras a campesinos con actividad productiva y se ha normado el combate a la droga; hay acuerdos de que los exguerrilleros se insertarán en un proceso gradual a la vida política; se definió la creación de 23 zonas especiales donde se producirá la desmovilización en seis meses y se generarán procesos de comunicación buscando lograr la verdadera reconciliación.
He sido testigo del punto más complejo radicado en la forma como se administrará justicia. Hay consenso en que no puede haber impunidad; sin embargo, también es imposible una justicia de tiempos normales. La justicia transicional será la fórmula. Verdad, justicia, reparación, memoria y no repetición constituirán los objetivos a lograr. Todo indica que existe la suficiente grandeza y generosidad de las partes para que el odio, la venganza o las visiones de sólo castigar a una de las partes serán sobrepasadas por una mirada más amplia que administrará el Tribunal Especial para la Paz. Con todo, se mantiene pendiente lo relativo a la implementación y ratificación de los acuerdos. Colombia ha demostrado grandeza y generosidad que llevan a pensar que será posible. Un ejemplo para otras sociedades incluida la nuestra que en situaciones menos trágicas aún no logra consensos básicos en temas que aún nos dividen.
Fuente: La Tercera