Por Joaquín Fermandois
Investigador Colaborador del CEI UC
A la luz de la evolución de las cosas, podrá aparecer ingenuo hacer un llamado a favor del acuerdo de comercio en una vasta zona del Pacífico (TPP), aunque China por ahora se excluya. Gran sarcasmo, porque Washington impulsó la iniciativa y como si fueran discípulos de caudillos latinoamericanos, Trump y Hillary Clinton se oponen. El primero, con proclamaciones estruendosas que convirtieron al TPP en la víctima propiciatoria. Calculadora experimentada -demasiado calculadora para ser creativa en política-, Hillary se ha sumado al rechazo para no perder los votos.
Este rechazo muestra un escandaloso sarcasmo, ya que el free tradey el open door han sido una parte de las consignas proclamadas por EE.UU. a lo largo de su historia. Agreguemos que en general han sido practicados y que el mercado norteamericano -nuevamente, en líneas generales- ha sido el más abierto del mundo entre las grandes economías. Si se inaugura un proceso de cierre o proteccionismo, sería una advertencia de una verdadera "decadencia del imperio norteamericano". ¿Recuerdan la película?
Nuestro país, que por lo demás ya pagó casi todos los precios -primero con la apertura unilateral, y con los tratados de libre comercio, después-, de alguna manera -aunque suene presumido- ha sido pionero del TPP. En la campaña electoral del 2013, círculos de la Nueva Mayoría se oponían al acuerdo (e incluso miraban con desconfianza a la Alianza del Pacífico), entre otras razones por lo que podríamos llamar el sabor antichino que rezuma el acuerdo. Todo ello no afectó al carácter positivo con el que se condujeron las negociaciones, en la convicción de que no podíamos estar afuera del TPP y que la oposición china era más un gesto que una actitud; podría suceder lo mismo que con la Organización Mundial de Comercio, a la que al final Beijing se sumó. Los economistas han argüido que el PIB aumentará en un 1%. Para el público es poco impresionante, y tan bueno como señalar la cifra es explicar que no tenemos futuro si no miramos a estos países del Pacífico.
Quisiera añadir a su favor un argumento de otro orden. Aun con los bemoles que pueda tener, la integración en las grandes corrientes de comercio y -con prudencia- financieras ha sido un hecho vital en la formación de los grandes centros de civilización en política, cultura y sociedad, que jamás han estado alejados del quehacer productivo. La economía y el comercio no los crean; no hay relación de causalidad, pero sí una de contigüidad entre esferas con valores contrapuestos. En el mundo del presente, más interrelacionado, ello implica sumarse a la corriente, habida cuenta de que exista espontaneidad en la creación económica, un mercado relativamente abierto, y reglas del juego universales que se hagan cumplir. Que unos países lo logren y otros no se debe tanto a la cultura económica como sobre todo a la capacidad de organizarse a sí mismos, el difícil arte de la política y administración. Es una casa abierta; ha sido el medio por el cual después de Inglaterra a comienzos del XIX muchos países lograron lo que se llama desarrollo, aunque todavía son una minoría.
Tiene problemas. Los cambios imprevistos y los acelerados saltos tecnológicos dejan de súbito desempleadas a capas enteras de un país, a las que les es difícil recuperar lo que antes tenían. En este teatro existe una tarea para el arte de la política, de acompasar los vaivenes con la readecuación a un panorama cambiante en el cual permanece, sin embargo, constante como activo el patrimonio educacional orientado tanto a valores como a la capacidad camaleónica de adaptación. Debe efectuarse más allá, y no más acá, de los flujos y tratados.
FUENTE: El Mercurio