Por Frank Tressler Zamorano1
Hoy en el escenario internacional estamos en la presencia de nuevos actores, nuevas amenazas y desafíos que tienen una naturaleza multidimensional. Asimismo, la existencia de lo que algunos denominan multipolarismo dinámico que se contrapone al esquema del pasado de una guerra fría bipolar, requiere que Estados de desarrollo emergente, con capacidades de influencia media, necesiten de nuevas herramientas de política exterior. Una de ellas lo representa la diplomacia pública que ha sido desarrollada en el pasado por países como Suiza o en nuestra región por Costa Rica, con la finalidad de construir una imagen de prestigio internacional que facilita el logro de sus objetivos de política exterior.
En este sentido la percepción o imagen de países como Chile en el exterior tiene implicancias en su capacidad de influir en la escena internacional y en el logro de sus intereses nacionales. La herramienta que utilizan los Estados para proyectar su imagen y aumentar su influencia en el escenario internacional, para poder alcanzar sus objetivos de política exterior, es lo que denominaremos como diplomacia pública. Esta representa una nueva forma de desarrollar la acción exterior de los países y de participar en las relaciones internacionales.
La diplomacia tradicional ya no es suficiente para enfrentar las profundas transformaciones que ha experimentado la comunidad internacional y las características del nuevo escenario en el que se desarrollan las relaciones internacionales.
Hoy, en una sociedad crecientemente interconectada, las comunicaciones ya no puedan ser sólo de gobierno a gobierno. La sociedad civil juega un rol cada vez de mayor relevancia en los procesos de influencia en materia internacional. El mundo se hace cada vez más pequeño por los avances en las telecomunicaciones, el transporte y el desarrollo digital, lo que desde hace ya una década algunos autores se refirieran al concepto de “aldea global”.
Entre los factores que están conformando este nuevo escenario internacional podemos encontrar la extensión de las democracias, la globalización e interdependencia económica, la revolución de la tecnología, ciudadanías más demandantes, la proliferación de los actores no estatales y el carácter global de las nuevas amenazas; los cuales han ocasionado que los gobiernos ya no puedan diseñar sus políticas exteriores, soluciones o canalizar la información únicamente a través de los medios formales de la diplomacia tradicional.
Por lo tanto, esta nueva realidad hace necesario considerar nuevas estrategias para interactuar de manera eficaz en el escenario internacional, incorporando los instrumentos que ofrece la diplomacia pública para influir en la opinión pública extranjera y fomentar la construcción de redes y alianzas que fortalezcan las relaciones de confianza mutua. Lo anterior se hace más evidente respecto de países de tamaño medio o pequeño, como Chile, los que carecen del poder económico, político o militar suficientes para establecer esquemas de influencia efectivas.
La construcción del denominado “prestigio”, credibilidad o imagen exterior también facilita el logro de sus intereses políticos y la capacidad para atraer inversiones, comercio y turismo. De alguna manera podemos hablar de la construcción de una legitimidad que permita un relacionamiento de mayor igualdad y eficacia respecto de otros Estados y actores en el concierto internacional.
Para lo anterior se requiere diseñar una estrategia de diplomacia pública como una herramienta de la política exterior. Donde las comunicaciones, acciones de prensa, políticas de imagen país, programas de atracción de turismo, inversiones y promoción de exportaciones se encuentren interrelacionadas con objetivos definidos.
Las entidades públicas, el sector privado, el ámbito académico y organizaciones no gubernamentales deberán buscar acuerdos o visiones comunes sobre cómo nos percibimos nosotros mismos, la manera en la cual queremos presentarnos en el exterior, la imagen que queremos proyectar, los grandes objetivos que queremos conseguir, lo que deseamos transmitir al exterior y las estrategias que deberíamos desarrollar para lograrlo.
Realizada esta discusión amplia, se debe diseñar un plan estratégico en el que se definan objetivos de largo plazo, concentrándose en países o áreas geográficas prioritarias y en temas o materias en los que tengamos intereses particulares o ventajas comparativas. Lo ideal sería promover una estructura en que se encuentren representados los intereses de la política internacional, el comercio exterior, la cultura, las cámaras de comercio, las instituciones científicas y todos aquellos cuya acción exterior es de relevancia para el país.
Por lo anterior se debiera crear una institución público-privada que podría integrar entidades estatales, empresas, sociedad civil y de la comunidad académica, que tenga como misión asesorar al Ministerio de Relaciones Exteriores en la definición de objetivos estratégicos y la planificación de actividades conducentes al logro de dichos objetivos, generando consensos necesarios transversales y de largo plazo.
Por su parte esta nueva institucionalidad público-privada debiera relacionarse y dialogar con la Cancillería, la que además de realizar la función de gestionar, coordinar, planificar y articular las actividades de diplomacia pública, podría tener a su cargo las funciones culturales y de prensa, elementos fundamentales para una ejecución integrada de la acción comunicacional y de imagen país.
Como conclusión todo lo anterior representa un desafío que ya podemos calificar como una necesidad y herramienta de política exterior en el nuevo escenario global y regional que se nos presenta con mayores niveles de interrelación, interdependencia, nuevos actores, amenazas y de globalización, en especial para países como Chile y en los procesos de modernización de nuestra gestión en política exterior.
Notas
1 Abogado, Magister en Derecho, Diplomático