La problemática de la desnutrición y el hambre a nivel global, con particular énfasis en la región africana, ha sido eje central en los debates sobre desarrollo en distintos foros internacionales. Estuvo presente en los Objetivos de Desarrollo del Milenio (objetivo N°1) y está presente en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (objetivo N°2) de la Agenda 2030 de la ONU. La seguridad alimentaria, junto a una apropiada nutrición, constituye un prerrequisito para el ejercicio pleno de los derechos y libertades individuales [1]. En este sentido, el último informe sobre seguridad alimentaria y nutricional para África —publicado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés) el 16 de noviembre de 2017— enciende las alarmas sobre la situación del continente africano.
La cifra de personas que sufrían de desnutrición en el mundo mostró una baja sostenida durante el periodo 2005-2013, pasando de 926 millones a 775,4 millones de personas, lo que representó una disminución cercana a un 17% en ocho años. Sin embargo, a partir del año 2013, se revirtió la tendencia y el hambre comenzó a aumentar en el mundo, llegando a afectar a 815 millones de personas en 2017, según muestra el informe de FAO «El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo» en su última versión.
El informe sobre seguridad alimentaria y nutricional para África, evidencia que este punto de inflexión en los niveles la desnutrición en el mundo ha golpeado a la África Subsahariana con más fuerza que a ninguna otra región del mundo. Durante el periodo 2000-2010, la región subsahariana experimentó una disminución de aproximadamente 7 millones de personas desnutridas, alcanzando el mínimo de 171,2 millones de personas en esta condición. Entre 2010- 2016, el número de personas desnutridas en la región aumentó a 224,3 millones: más del 25% del total mundial.
En el otro extremo, para el año 2016 la cifra de niños menores de 5 años que padecían de obesidad infantil alcanzó el 6% de la población total, cifra que alcanzó el 7% para el caso de América Latina y el Caribe. La situación para el caso de los adultos es aún más alarmante. Desde la década de 1980, la cantidad de adultos con sobrepeso muestra un alza sostenida, afectando principalmente a las regiones de América Latina y el Caribe (22.8%), Europa & Norteamérica (27,7%) y Oceanía (27.5%) al año 2014.
El último informe trimestral de FAO «Perspectivas de cosechas y situación alimentaria» da cuenta de la vulnerabilidad de la población desplazada producto de los conflictos civiles en el continente, además de la presión que este fenómeno ejerce sobre los limitados recursos de las comunidades de acogida. Destaca que 29 países —de un total de 37 a nivel mundial— de la región africana necesitan de asistencia exterior para suplir la demanda de alimentos.
A pesar de que se requiere de más investigaciones para comprender la relación entre hambre, desnutrición y la presencia de un conflicto al interior de un Estado, las cifras muestran que más de la mitad de las personas desnutridas viven en países afectados por conflictos armados. Del mismo modo, los conflictos armados parecen ser el común denominador en las recientes crisis alimenticias. No es ilógico concluir que la persistencia de la desnutrición en el continente africano se ve condicionada, al menos en parte, por los conflictos que aquejan a la región.
Prospectivas para abordar el problema
Las sociedades han avanzado hacia un mundo cada vez más globalizado, volviéndose progresivamente más interdependientes y tensionando los límites del Estado-nación. Muchos de los problemas sociales, económicos y ambientales contemporáneos no pueden ser resueltos por el Estado-nación, en tanto estos son cristalizados a partir de factores externos, de características globales. David Held versa sobre una «gobernanza global», configuración bajo la cual se comprende que ni el Estado-nación ni el mercado puedan manejar los problemas globales de forma independiente. Las soluciones, por lo tanto, pasan por políticas transnacionales basadas en la cooperación internacional e incorporación de múltiples actores. La gobernanza global, entonces, puede ser descrita como el resultado de las interacciones de influencia recíprocas entre los estados nacionales, ONGs, organizaciones intergubernamentales (ONU, OEA, OMC) y movimientos sociales transnacionales [2].
La creación de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y la firma del Acuerdo de París sobre Cambio Climático marcan un punto de inflexión en la acción colectiva de los estados [3]. Del mismo modo, la Agenda de Acción de Addis Abeba de la ONU, la Declaración de Malabo de la Unión Africana (UA) que busca poner fin al hambre para el año 2025 y la Agenda 2063 de la UA, evidencian un giro hacia la acción multilateral para la resolución de problemas que trascienden las fronteras de un Estado en particular.
No obstante, la evidencia empírica demuestra que el Estado-nación continúa siendo el principal actor que gobierna el proceso de globalización, particularmente en su dimensión económica. Incluso, Zygmunt Bauman indica que no existe otra institución más allá del Estado-nación que sea capaz de proveer y garantizar los derechos sociales de ciudadanía de la manera en que este lo hace [4]. En última instancia, es el Estado-nación el encargado de administrar, implementar y decidir sobre lo que toma lugar dentro de sus fronteras. Desde una mirada realista o de realpolitik, son comprensibles los cuestionamientos sobre la capacidad de algunos estados-nacionales de la región subsahariana para hacer frente al contexto de hambre y desnutrición que afecta a su población.
En medio de esta tensión entre la consolidación de una sociedad internacional globalizada que promueva condiciones de justicia para todos [5] y el cuidado de la soberanía del Estado-nación, la problemática de la desnutrición y la seguridad alimentaria en el globo requiere de respuestas raudas y eficaces. Con especial énfasis en la situación de África Subsahariana, el compromiso hacia un «humanismo global» demanda de acciones en distintos niveles [6]. El compromiso de los Estados es esencial para implementar cualquier medida que se intente aplicar. Las contribuciones financieras, técnicas y políticas de organismos internacionales y regionales resulta fundamental para que los objetivos planteados en las distintas agendas sean cumplidos, o al menos se reduzcan los porcentajes de hambre y desnutrición en la región. Finalmente, la participación de la ciudadanía africana es un elemento insoslayable en la búsqueda de soluciones a la situación continental. Los elementos de la «gobernanza global» de David Held adquieren sentido para abordar la temática.
Parece existir un cierto grado de consenso —al menos a nivel académico— de que parte importante de la solución a la problemática del hambre y la desnutrición se encuentra en la inversión en investigación y desarrollo (I+D), así como en la integración de un enfoque científico y fuertemente orientado al trabajo, que promueva el desarrollo de la agricultura en las regiones más golpeadas por el hambre. Las contribuciones por parte de organismos internacionales y países más desarrollados debiesen, por lo tanto, contribuir en ese aspecto además de los ya mencionados.
Notas
[1] Conceição, Pedro, Sebastian Levine, Michael Lipton, and Alex Warren-Rodríguez. "Toward a
food secure future: Ensuring food security for sustainable human development in Sub-Saharan
Africa." Food Policy 60 (2016): 1-9.
[2] Fierro, J. (2017). La Ciudadanía y sus Límites. Editorial Universitaria.
[3] Cristián Maquieira y Pedro Oyarce (2017). Hacia el Multilateralismo del Siglo XXI. Revista
Diplomacia N°135. Santiago, Chile.
[4] Fierro, J. (2017). La Ciudadanía y sus Límites. Editorial Universitaria.
[5] Feldmann & Oyarzún. (2016). Diccionario de Ciencia Política. Sociedad internacional. Editorial
Universidad de Concepción.
[6] Juan Somavía. (2016). Hacia un Humanismo Global. Revista Diplomacia, N° 131. Santiago, Chile.