Nuestra tradición republicana ha consolidado en el tiempo la política exterior como una agenda de Estado, lo que ha transformado a Chile en una plataforma de diplomacia reconocida por su seriedad y consistencia.
Pero este activo está sujeto a desafíos permanentes. El ciclo global es más dinámico e incierto, y las interrogantes en la comunidad internacional han aumentado. Dinámico e incierto, porque la velocidad y cambios en los acontecimientos internacionales obligan no sólo a actuar oportunamente, sino también a anticipar distintos escenarios para tomar decisiones frente a las circunstancias. En tanto, las mayores interrogantes no hablan de una sociedad más activa en el orden mundial de los últimos setenta años, donde todos somos responsables de hacer cierta “pedagogía pública” para explicar la importancia del fenómeno globalizador para el desarrollo de los países.
Para Chile, creemos que los principales retos en los años próximos serán seguir consolidando posiciones regionales en temas como el respeto a los derechos humanos, la profundización de nuestra política comercial y de inversiones y visualizar temas innovadores para nuestra acción diplomática.
En lo específico, creemos que el país ha desarrollado un liderazgo nítido en su vocación regional, destacando su rol en la Alianza del Pacífico y su creciente relación con los países asiáticos. Así será relevante profundizar el trabajo en la promoción exportadora de pequeñas y medianas empresas, con acento en nuevas oportunidades como el comercio de servicios y cadenas de valor, impulsando la internacionalización de nuestros talentos emprendedores.
Podemos ser audaces en “tomarnos” temas en los cuales destacamos a nivel comparado, transformándonos en un país “exportador de políticas públicas”. Por ejemplo, la política de Chile en sus asociaciones público-privadas (APP) para la provisión de infraestructura y servicios públicos; el sistema de Alta Dirección Pública (ADP), que ha permitido avanzar hacia un Estado más profesional, o las reformas de probidad y trasparencia, que han permitido nuevos términos en la relación política-dinero.
Hoy están las condiciones para perseverar en esa ruta. Las nuevas formas de diplomacia, realizadas por empresas, universidades y sociedad civil deberán estar cada vez más en el radar de nuestra diplomacia tradicional, con relaciones internacionales incrementalmente directas, abiertas y con uso de herramientas digitales. La manera en que nuestros profesionales de las relaciones exteriores se adapten a estos nuevos desafíos a estos nuevos paradigmas sin duda será un reto.
Diálogo, cooperación y adaptación podrían ser una buena síntesis. Todo en un esquema global, donde la ecuación propicia debería estar entre la interdependencia y el realismo, para enfrentar juntos los próximos veinte años.
Fuente: La Segunda