“Hemos constatado que hay esquemas de corrupción que funcionan de forma casi inherente al sistema político”. La frase provenía de Claudio Lamachia, presidente de la Orden de Abogados de Brasil, cuando el escándalo de Lava-Jato se había desatado en ese país.
El gigante de Sudamérica hacía tiempo había dejado de serlo. El mayor escándalo de corrupción de su historia reciente, altos índices de violencia y años de
recesión económica terminaron siendo el caldo de cultivo para el malestar ciudadano y la desconfianza generalizada hacia la clase política.
Aún en ese escenario, los resultados en primera vuelta del candidato Jair Bolsonaro fueron impresionantes: 49 millones de votos, incluso superando las mejores votaciones de Lula en primeras vueltas y disputando palmo a palmo estados otrora bastiones del Partido de los Trabajadores. Como si fuera poco, su hijo Eduardo Bolsonaro consiguió ser el diputado federal más votado de la historia.
¿Qué lecciones podemos extraer de esta elección, más allá de las particularidades del candidato? Lo primero es que hoy la lucha contra la corrupción sí moviliza votos. No necesariamente porque ésta haya aumentado, sino porque hoy los hechos se conocen y los niveles de tolerancia son cercanos a cero. López Obrador en México, Duque en Colombia y Vizcarra en Perú han sido hábiles en capitalizar electoralmente el combate a este flagelo. Prometiendo “orden y progreso”, Bolsonaro transformó la batalla contra la corrupción en un eje de campaña y mostró tolerancia cero frente alviejo lema “él roba, pero hace”. Así, el combate a la corrupción se ha transformado en un mensaje electoral rentable y en imperativo para dar gobernabilidad.
Bolsonaro explotó correctamente su pasado militar. De acuerdo a DataFolha, las Fuerzas Armadas gozan de un 78% de confianza, superando largamente al Congreso, partidos políticos y Presidencia. ¿Es Bolsonaro un outsider de la política? No. ¿Fue percibido como una persona ajena al establishment? Sí. De esa forma, el candidato simbolizó el hastío de gran parte de la población, encarnando el mensaje de “que se vayan todos”, masivamente presente en las protestas. Los resultados así lo demostraron, con la mayor renovación de la Cámara Baja en 20 años y el castigo electoral a figuras como Dilma Rousseff.
“No queremos que Brasil sea mañana lo que Venezuela es hoy”, señaló el candidato. Salvo contadas excepciones, ya sea por ceguera ideológica o por necesidad, nadie quiere hoy transformarse en un Venezuela II. Con la reconfiguración del mapa político en la región, es altamente probable que la presión contra ese país siga aumentando y el vecindario haga cada vez más hostil e insostenible la permanencia de Nicolás Maduro en el poder.
De convertirse en Presidente, el mayor desafío para Bolsonaro será revertir la compleja situación económica que atraviesa el país. Con un déficit fiscal del 8% y una deuda pública del 80% del PIB, será interesante saber cómo el futuro Mandatario impulsará las reformas económicas ante un Congreso altamente fragmentado. El recorte de impuestos o la privatización de empresas públicas necesitarán del Congreso, negociación que se prevé compleja.
Una última reflexión. Si hay un denominador común con lo que estamos viviendo a nivel mundial, es el creciente distanciamiento entre el establishment y las mayorías. La “elitización” del discurso público lo único que está logrando es no entender los fenómenos actuales y el sentir de importantes sectores.
Fuente: Diario Financiero