Si algo caracterizó la transición a la democracia en Chile fue la responsabilidad de los actores políticos. Particularmente, fue una época en que la oposición tuvo que hacer actos de generosidad. Eran muchos grupos para unirse como una sola voz. También se aprendió a que cada acción tenía consecuencias. Eso significó medir las palabras, saber cuándo actuar, y por cierto no prometer nada que no se pudiera lograr con realismo. Es cosa de ver el programa de gobierno del Presidente Patricio Aylwin. Leerlo sin pasión ayuda a comprender la sabiduría de dar pasos seguros pero efectivos. Vale recordar la responsabilidad de todos aquellos que a cargo de la noche del 5 de octubre de 1988, sin olvidar el dolor, mantuvieron la cabeza fría y el corazón ardiendo para derrotar al dictador.
Han pasado tres décadas. Nos quedaron luces y sombras, pero sin duda el resultado es mejor que habernos llevado por la pasión de los deseos inmediatos.
La semana pasada fue sin duda un retroceso en la lucha por la democracia en Venezuela. Nadie duda del heroísmo de Juan Guaidó o Leopoldo López. Son valientes en enfrentarse al indignante régimen de Nicolás Maduro. Sin embargo, sus caminos estuvieron equivocados. Pusieron en riesgo todo lo avanzado, y por poco, no se transformó en una masacre que hubiera penado en la historia de Venezuela.
La discusión sobre si era un golpe de estado o un levantamiento legítimo es de lo más irrelevante. El problema es apuntar a la deserción o a la división de las Fuerzas Armadas. Ellos son parte del pueblo y sin duda algún día se van a sumar al clamor popular. Pero cosa distinta es que la gesta libertadora sea dirigida desde una unidad militar. Es la política y sus líderes los que deben seguir poniendo la presión. Los militares tarde o temprano reconocerán en Guaidó a su legítimo jefe. Sin embargo, apuntar a la deserción en lenguaje militar es incorrecto. Si traicionan al mando de hoy, ¿quién dice que no lo harían en contra del mando democrático cuando toda esta pesadilla haya terminado?
En resumen, creer que todos los militares son adictos a la dictadura es un error, pero no por eso desertan. Es parte de ser líder conocer a la cultura militar. Lo de la semana pasada no debe repetirse. Hoy urgen dos planes que deben trabajarse con urgencia. El primero es obviamente derrotar al régimen con la legitimidad de las calles, el uso de la razón y la presión internacional. Esta columna es parte de ese esfuerzo. El otro plan, y del que sería bueno saber más, tiene relación con la nueva Venezuela. Saber si profesionales en el exilio o adentro del país están preparando el rescate económico, social y político del país. Quienes hoy tienen hambre y no tienen salud lo están esperando con ansias. También estarán las Fuerzas Armadas. Es por eso que la falta de cuidado experimentada es compleja.
Confiamos en las lecciones aprendidas y que pronto se liberarán del yugo nuestros hermanos venezolanos. Todos empujamos ese carro.