En un artículo reciente (Democracias irritadas, malestar social y enojo con la política, La Prensa Gráfica, 20-01-2020), alerté que latinoamérica debía prepararse para vivir un 2020 igual o incluso más convulso que el 2019. Mi pronóstico -bastante pesimista en ese momento- quedó rápidamente superado con la llegada del COVID-19; pandemia que vino a sumar mayor complejidad, incertidumbre y volatilidad a un cuadro regional de por sí bastante turbulento e inestable. Se vienen tiempos tormentosos para América Latina.
El COVID-19, que inició en Asia y que tiene actualmente su hepicentro en Europa, está ingresando con fuerza a nuestra región. Todos los países latinoamericanos ya reportan casos de personas contagiadas mientras las cifras crecen rápidamente. Pero lo peor aún no ha llegado. En las próximas semanas y meses el coronavirus impacatará con fuerza y en múltiples ámbitos.
Económicamente, nuestra región tendrá otro año decepcionante. Según la Cepal, el crecimiento promedio regional caerá 1.8%. El consumo sufrirá una fuerte contracción. El cierre de las fronteras, necesario para luchar en el campo sanitario, además de sus consecuencias negativas en lo económico, está generando roces entre algunos países y podría despertar sentimientos nacionalistas xenófobos, debiltando la frágil integración regional y la globalización.
A nivel global, vamos camino a una recesión como consecuencia de la combinación letal del coronavirus y de las drásticas medidas adoptadas para limitar su propagación. Esta recesión, podría a su vez provocar una quiebra masiva de empresas, un aumento importante del desempleo –según la OIT se podrían perder hasta 25 millones de empleos- y una fuerte crisis financiera. Esta es la tormenta perfecta que debemos evitar.
La recesión económica repercutirá negativamente en lo social. La pobreza aumentará de 185 a 220 millones, el desempleo subirá 10 puntos, mientras que la reducción de la desigualdad seguirá estancada o, incluso, retrocederá en algunos países (CEPAL).
Este coctel explosivo podría gatillar nuevas protestas sociales, e incluso una reacción negativa en contra de los migrantes. De momento, las restricciones impuestas por los gobiernos para hacer frente a la pandemia parecieran haber puesto a las protestas en cuarentena. Sin embargo, mientras no se solucionen las causas principales que dieron origen a las mismas, es probable que éstas retornen o incluso se intensifiquen una vez superada la crisis.
Si bien el virus es el mismo, los Estados latinoamericanos no lo son. Y tampoco es igual la manera en que los gobiernos de la región vienen reaccionado frente a la pandemia. Algunos están actuando acertada y oportunamente. Otros, en cambio, de manera errática y con preocupante retraso. Un último grupo reúne a tres presidentes que minimizaron el peligro del coronavirus y desafiaron, abierta e irresponsablemente, las recomendaciones de la OMS. En México, AMLO dijo: “hay que abrazarse, que no pasa nada con el coronavirus”. En Brasil, Bolsonaro recomendó; “no entrar en una neurosis como si fuese el fin del mundo” añadiendo que esta crisis podría tratarse de un movimiento fabricado contra la derecha global. Y en Nicaragua, Ortega organizó una marcha bajo el lema “Amor en tiempos del COVID 19”.
Un mal manejo de esta pandemia podría llegar a tener consecuencias políticas muy serias para los mandatarios así como para la democracia.
En Brasil, ya hay sectores pidiendo la renuncia de Bolsonaro. Pero, al mismo tiempo, en aquellos casos en que la respuesta ha sido correcta y oportuna, está ayudando a los presidentes a reconectarse con la ciudadanía (Vizcarra en Perú),o bien a bajar el nivel de polarización y faciltar acuerdos entre gobierno y la oposición que hasta hace poco parecían imposibles de alcanzar (Argentina). Y los efectos sobre el sistema democrático tampoco serán uniformes. Mientras en algunos países, el mal manejo de la crisis podría facilitar la llegada de nuevos líderes populistas autoritarios en otros, en cambio, podría producir un debilitamiento de los líderes populistas que ya están en el poder al quedar en evidencia su incapacidad e irresponsabilidad.
El calendario electoral latinoamericano de los próximos meses también se está viendo afectado. Paraguay dispuso el aplazamiento de las elecciones internas de los partidos políticos y de las municipales. Chile pospuso el plebiscito constitucional del 26 de abril. Uruguay piensa hacer lo mismo con sus elecciones municipales del 10 de mayo. En cambio no está claro aún qué sucederá con las elecciones presidenciales y congresuales de Bolivia y de la República Dominicana del 3 y 17 de mayo respectivamente, las cuales de momento mantienen sus fechas originales.
No hay tiempo que perder
Estamos ante el mayor fenómeno disruptivo de nuestra historia. Con Estados débiles, sistemas de salud frágiles y altos niveles de pobreza, desigualdad e informalidad, América Latina es especialmente vulnerable ante el COVID-19.
El coronavirus está sometiendo a los gobiernos latinoamericanos y a los servicios de salud a una durísima prueba. Las graves situaciones que atraviesan Italia y España muestran con crudeza lo peligroso que resulta subestimarlo o no actuar a tiempo.
Momentos excepcionales exigen respuestas excepcionales. Frente a esta inédita y muy grave pandemia, los gobiernos deben adoptar, con urgencia, medidas agresivas de supresión y no de mitigacion del virus, para tratar de impedir un crecimiento exponencial del número de contagiados -aplanar la curva- y evitar un colapso de los servicios de salud. Obliga a los gobiernos, asimismo, a inyectar masivas sumas de dinero y a poner en marcha programas de apoyo a las personas, los hogares y las empresas, con el objetivo de evitar una cadena incontrolable de bancarrotas y despidos. Las medidas que varios gobiernos, de dentro y fuera de la región, han comenzado a poner en marcha, deben venir acompañadas de apoyo finanicero, generoso y flexible, de parte de los organismos internacionales, y de una mayor coordinación entre los países.
Pero seamos claros, el COVID-19 no solo constituye un desafío para los gobiernos sino también para la sociedad en su conjunto y para cada uno de nosotros como individuos. Los gobiernos no pueden ganar esta batalla por sí solos. Nuestro comportamiento individual, responsable y solidario, es un factor indispensable para ayudar a derrotar esta pandemia. Como bien dice Albert Camus en La Peste, “(…) en medio de las plagas hay en los seres humanos más cosas dignas de admiración que de desprecio”. Yo pienso lo mismo. Y usted?
Fuente: La Nación