En varias generaciones los seres humanos no habían tenido que hacerse la pregunta de ¿ahora qué? La verdad es que nadie tiene idea sobre cuáles serán los desafíos que el orden global enfrentará una vez que la pandemia de coronavirus haya concluido. Simplemente la institucionalidad internacional, y el mismo derecho, no necesariamente tienen las herramientas para combatir algo que no se ve, que no tiene ideología ni límites de ningún tipo.
Lo mismo ocurre con el sistema internacional. Hoy hay muchas dudas sobre qué pasará con los organismos multilaterales, y sobre todo los de integración regional. Hemos visto que mientras Alemania ha sabido mantener la calma, Italia y España sufren una crisis sanitaria. La Unión Europea era la llamada a coordinar los esfuerzos y ser la articuladora de una respuesta única, sin embargo, la reacción de los estados nacionales fue cerrar las fronteras, tomar decisiones unilaterales y enfrentar cada uno por su cuenta la crisis. Es un proyecto que ha costado décadas construir pero lamentablemente en su crisis mayor ha fallado.
El errático manejo del primer ministro británico terminó con él hospitalizado. El primer acercamiento al tema fue que se siguiera con la vida normal. La enorme cantidad de víctimas dijo lo contrario. Más cerca de casa, hemos visto la irresponsabilidad de los extremos. Bolsonaro y López Obrador han demostrado que el populismo no es de derecha o izquierda es de irresponsables mesiánicos. La realidad de Ecuador y otros países muestra también las precariedades de muchos en la región. La diferencia con Europa es que acá esta crisis solamente refleja que tras casi un siglo tratando de unirnos, seguimos sin partir en serio.
Punto aparte es Estados Unidos. No fue capaz de hacer inteligencia y proyectar lo que venía. La administración del Presidente Trump confió en que sería un problema pasajero. Hoy se habla de un nuevo Pearl Harbor. Más encima, el federalismo está puesto a prueba en una pelea entre el Mandatario y los gobernadores de los estados. EE.UU. , en su hora más críticas, puede perder su lugar en el mundo si es que o se maneja con sentido común y una mirada de liderazgo global.
Es decir, pareciera que estamos ad portas de un nuevo orden global, donde los liderazgos serán menos claros que hasta ahora y muy fraccionados; la democracia y el respeto de los derechos humanos cuestionados por quienes creen que el orden público para enfrentar la pandemia es incompatible con la democracia. Un momento donde los escépticos del multilateralismo y de las organizaciones regionales de integración sentirán que su hora de triunfo se acerca. Debemos evitar que eso ocurra. En estos momentos más oscuros, más democracia es la solución. En la soledad de la cuarentena los países deben pensar en más colaboración y pensar que este tipo de crisis solamente se soluciona juntos, y no como muchos han reaccionado. De verdad no sabemos dónde vamos, pero tenemos claro dónde no queremos ir.