EL cierre de embajadas se tomó el debate de política exterior las últimas semanas. La forma en que trascendió la noticia y la supuesta falta de un plan integral terminaron por congelar la decisión de Cancillería hasta nuevo aviso.
Las formas, oportunidad o conveniencia de la decisión puede ser objeto de discusión, pero no pueden desviarnos del tema de fondo: la necesidad de hacer una revisión completa y profunda sobre cómo Chile organiza sus medios para llevar adelante la política exterior. La peor conclusión sería dar el gusto a quienes apuestan por el status quo y se resisten frente a cualquier cambio.
La diplomacia del futuro debe ser ante todo dinámica, lo que significa una mayor flexibilidad para justa las misiones según los intereses del país. Sería curioso concebir nuestra presencia en el exterior estática en el tiempo, en un orden global cambiante. Si se requiere fortalecer nuestra presencia en China, o en un mercado de enorme potencial como India, lo razonable es reorientar esfuerzos y recursos en esa dirección. Pero la fórmula, aunque duela, no solo debe incluir la apertura o fortalecimiento de misiones, sino también el cierre temporal de otras.
Un plan de “embajadas dinámicas” debe ser sumamente prolijo en su diseño y ejecución, con criterios claros, transparentes y explícitos, de modo que gane legitimidad y se sustente en el tiempo. Esto incluye la evaluación periódica periódica del desempeño e impacto de nuestras misiones, de acuerdo a indicadores ampliamente conocidos y aceptados.
La diplomacia del futuro dependerá menos de cuántas residencias físicas tenga Chile en el exterior, y mucho más de la habilidad de sus diplomáticos. Por lo mismo, la modernización de nuestra Academia Diplomática debe avanzar con más velocidad y convicción, pues ahí se forman las competencias de nuestras futuras generaciones.
El cambio tecnológico, acelerado por la pandemia, es una oportunidad y no una amenaza para nuestra diplomacia. Bien utilizada permitirá organizar de mejor manera nuestra concurrencias, oficinas de negocios o consulados, creando verdaderos clusters geográficos, bajo la dirección de un embajador. Modelos como las itinerancias de Finlandia, las embajadas a distancia de Singapur o las gestión de concurrencias de Australia sirven de referencia.
La diplomacia del futuro supone también que la promoción de los intereses de Chile ya no solo descansa en nuestros funcionarios de Estado, sino en múltiples actores. Empresas con vocación global, universidades con planes de internacionalización y organizaciones de la sociedad civil que interactúan más allá de las fronteras forman parte de la nueva diplomacia pública.
Que lo acontecido con el cierre de embajadas no signifique caer en el inmovilismo, sino lo contrario: el puntapié inicial para construir la diplomacia del futuro, una que desafíe el status quo y abrace con decisión los nuevos tiempos.
Fuente: La Segunda