Hace pocas semanas, la Organización de Naciones Unidas celebró uno de sus cumpleaños más amargos. Si sus 75 años debían ser para conmemorar las décadas más prosperas de la historia mundial, más bien fueron para constatar que la relación entre potencias como Estados Unidos, China y Rusia está “más disfuncional que nunca”, en palabras del secretario general.
Uno de los rasgos de esta disfuncionalidad es el creciente desprecio por el orden internacional basado en reglas: ese conjunto de normas, resoluciones y tratados que dan mayor seguridad a las relaciones entre Estados, inversionistas y personas. La célebre máxima del Derecho Internacional, “lo pactado obliga”, sufre hoy el descrédito por conductas que parecen preferir la “ley del más fuerte”, antes que el sano límite al poder impuesto por las reglas.
Tres casos nos alarman sobre este desprecio al derecho internacional. Primero, durante la pandemia del Covid-19 un centenar de países ha aplicado prohibiciones o restricciones a exportaciones de productos médicos y alimentos. Los mismos países que forman parte de la OMC olvidaron sin dudas que las prohibiciones deben ser medidas de último recurso, siempre y cuando no hubiera acción que causara menor prejuicio al comercio.
La actitud “trumpista” fue imitada por numerosos países, mientras que los espacios de colaboración – como los impulsados por Chile, Nueza Zelanda o Singapur – fueron un oasis en el desierto. Si la guerra comercial mostró el desprecio de la institucionalidad internacional por un juego de poderes, entonces el miedo, la emergencia y el poco sentido de responsabilidad global han sido los protagonistas en la primera etapa de la pandemia.
Un segundo caso, inadvertido en nuestro país, han sido las tensiones entre China y Australia. Luego de que el Primer Ministro pidiera una investigación imparcial sobre el origen del virus, la reacción de Beijing y su diplomacia consistió en amenazar con represalias comerciales a las carnes, vinos y turismo australiano. China es el principal socio comercial de Australia y cerca del 40% de los estudiantes universitarios extranjeros provienen del gigante asiático. Este episodio de coerción política relegó a un segundo plano el orden jurídico internacional y plantea un tema de vital interés: cómo países con mayor dependencia económica de China (ejemplo Chile) fijan su relación más allá de lo puramente comercial. La dependencia económica deviene en la influencia política, lo que debe ser considerado en las relaciones internacionales.
Finalmente, en un plano distinto, el anuncio del gobierno de Israel de anexar territorios de Cisjordania ocupados desde 1967 sería una muestra de la poca consideración al derecho internacional. Basado en leyes domésticas y promesas de campaña, el plan contravenía múltiples resoluciones del Consejo de Seguridad de las Nacionales Unidas y principios fundamentales de política exterior. El tema, de amplio impacto en las comunidades judía y chilena de origen árabe, revela una vez más la importancia de respetar la relación entre Estados.
Ya sea por el miedo a la pandemia, por dependencia comercial o por razones político-históricas, estos ejemplos muestran lo peligroso de conducir las relaciones internacionales despreciando las reglas. Con todas sus imperfecciones, el Derecho Internacional es fuente de un orden global más seguro, estable y predecible. Urge reivindicarlo.