Chile necesita una sólida política exterior para ser actor en la construcción de la “nueva normalidad internacional” pos-pandemia. Una nueva normalidad que la comunidad de estados y la sociedad civil global tienen que diseñar desde ahora, con capacidad prospectiva y anticipatoria. O sea, mirando estratégicamente el mapa geopolítico y el escenario económico, social y ambiental para el futuro que debemos crear.
La pandemia repercute no solamente en lo sanitario y la terrible pérdida de vida, sino en lo económico, social y ambiental. Ha llegado a todos los rincones porque la globalización nos alcanza a todos, en lo bueno y en lo malo. El Covid-19 no es la única pandemia que el mundo está sufriendo. Hay otras anteriores, que se van a potenciar, y a las que el sistema internacional no ha podido dar respuesta en las últimas décadas. Desde luego, la desigualdad creciente, el hambre todavía afecta a más de 800 millones de personas que viven con un dólar al día, con posibilidad real de aumentar en 300 millones más debido a la pandemia. El deterioro del medio ambiente y el cambio climático, causante de migraciones masivas, catástrofes naturales y nuevas epidemias. El crimen organizado, el cibercrimen, las guerras focalizadas, el deterioro de la democracia y muchas otras patologías internacionales que no hemos logrado erradicar. La paz y la seguridad internacional están cada vez más amenazadas por la guerra comercial y tecnológica entre China y Estados Unidos, y también en el Asia las tensiones entre China e India están en un punto crítico, casi prebélico. América Latina sigue cada vez más descoordinada y casi enfrentada entre países y regiones, con serios problemas de gobernanza y emergentes crisis sociales.
En este contexto crítico, que podemos proyectar con un realismo por lo menos para una década, Chile tiene que saber ocupar su lugar en el mundo. Porque nada de lo que ocurre globalmente deja de afectar nuestra seguridad, nuestro comercio, nuestra cooperación, nuestro desarrollo. Necesitamos una mirada estratégica para potenciar nuestra política exterior y buscar las alianzas que nos ayuden a posicionarnos, sin desatender la región a la que pertenecemos. Por ejemplo, como ya lo he dicho en muchas ocasiones, con la Unión Europea, que es la primera potencia comercial en el mundo, el primer contribuyente de ayuda al desarrollo, una potencia tecnológica y científica, es nuestro socio estratégico con el que estamos a punto de dar un salto cualitativo en el acuerdo de asociación política, comercial y de cooperación que firmamos en 2002 con grandes resultados. La UE es un actor global que sirve de moderador en el escenario internacional, que juega un rol insustituible de protección de los valores que comparte nuestro país. Es el buffer que puede bajar las tensiones en el resto del mundo, tiene actores con peso estratégico que son conocidos y respetados por todos. Una asociación con la UE debería ser parte fundamental del diseño estratégico de nuestra política exterior para la nueva normalidad internacional.