Opinión

Llora el Líbano

Este mes cumplo cuatro años como columnista de Diario Financiero. Mi primera contribución fue para reconocer el legado de dos maestros universitarios que nos habían dejado: los profesores Jaime Valle y Francisco Rosente. Este aniversario quisiera redimir un sentido un sentido homenaje a un maravilloso país llamado Líbano, cuya comunidad sufre el dolor dejado por la explosión del puerto de Beirut.

“Cuando estés en un lugar maravilloso, entre personas cultas, al lado de viejas ruinas y en el alto de una montaña, murmura mi nombre para que mi alma vaya hasta el Líbano y flote sobre ti” (Khali Gibran).

Llora el Líbano los casi 200 muertos y seis mil heridos. A Alexandra Najar, una niña de tan solo tres años de edad; a Sarah Fares, paramédico que trabajaba con bomberos; o a Joe Akiki, trabajador del puerto y estudiante de la Universidad de Notre Dame; entre tantos otros alcanzados por un estallido que aún retumba en los rincones de un pueblo rodeado de cedros y montañas.

Llora el Líbano décadas de conflictos que han azotado su sociedad. Su cruenta guerra civil entre 1975 y 1990; los enfrentamientos con Israel, las tensiones con Siria, o el asesinato de su primer ministro Rafiq Hariri, a mano de grupos terroristas. Un país asediado por conflictos, inestabilidad política y dolorosas pérdidas.

Llora el Líbano la corrupción endémica, “más grande que el Estado”, en palabras de su renunciado Primer Ministro, Hassan Diab. Un flagelo que destruye la confiana de un pueblo en sus líderes, que atenta contra la provisión de bienes y servicios públicos básicos, y que hace más difícil la cooperación internacional.

Llora el Líbano la descomposición institucional que lo ha llevado al colapso económico y político. Un país sin divisas, declarado en default y con una deuda pública cercana al 170% del Producto Interno Bruto. Una nación marcada por una clase política sectaria y una elite incapaz de encauzar los destinos del país.

Pero esas lágrimas son también su fuente de fortaleza. Un país que ha logrado pararse tantas veces en su historia y que cuenta con una comunidad alegre, gozadora, con profundo sentido de familia y esfuerzo.

Sí, ese mismo país de hermosos cedros, que alberga a la antigua Byblos, con una numerosa diáspora a nivel mundial (sobre tres veces su país) que ha dejado huella e el mundo de las humanidades, los negocios, la música y la academia. La misma que fue acogida en Chile a comienzos del siglo pasado, en su mayoría cristiana, que desembarcaba en los puertos de Antofagasta o Valparaíso, y que siempre agradeció a ese Chile que los recibió y se transformó en su nueva nación.

Ya llegará el momento de pensar en los cambios y reformas del Líbano, en la renovación de su clase política o en la renegociación de su deuda. Hoy, rindamos un sentido homenaje a todas las personas caídas, a los heridos y a quienes quedaron sin techo. A las personas consumidas por la angustia y frustración. A la comunidad chileno-libanesa, al cuerpo diplomático y a todos quienes viven el dolor de estos trágicos hechos.

“Vosotros tenéis vuestro Líbano y yo tengo el mío. El vuestro es el Líbano político y sus problemas. El mío es el Líbano natural en toda su belleza. Vosotros tenéis vuestro Líbano con programas y conflictos. Yo tengo el mío con sus sueños y esperanzas. Estad satisfechos de vuestro Líbano, tal como yo me contento con el libre Líbano de mi visión”. (K.G)

Fuente: Diario Financiero