Desde el 18 de octubre, Chile se subió a una montaña rusa. Una crisis político-social, episodios de violencia que amenazaron nuestra democracia, una pandemia devastadora y la aproximación de un súper ciclo electoral que debuta con un plebiscito.
Esta frenética montaña rusa nos desafía más allá de nuestras fronteras. Lo ocurrido en octubre y lo que enfrentará el país requiere construir también un mensaje hacia la opinión pública internacional, no para los próximos dos meses, sino para los próximos dos años. Más allá del mecanismo, lo cierto es que el país enfrentará un período de cambios importantes.
¿Cómo se construye el relato del “Chile constituyente” ante la comunidad internacional? ¿Cómo damos una señal de normalidad institucional ante países líderes de opinión e inversionistas que han creído y confiado en Chile?
Lo primero es entender que lo vivido es parte de un fenómeno más global. El malestar económico y los bajos niveles de confianza en la confianza en la política y en las instituciones son una realidad generalizada en América Latina. Según la Cepal, los últimos 6 años la región tendrá el crecimiento más bajo en las últimas siete décadas. El estancamiento alimenta la rabia y frustra expectativas de millones de personas que vieron cómo la bonanza de la década del 2000 les permitió pasar de la pobreza a una frágil clase media. El cambio social latinoamericano y sus nuevas demandas han sido difícil de leer para la mayoría de los gobiernos, no sólo el chileno. Si nuestro diagnóstico sólo se “mira el ombligo” e ignora la realidad regional, derivará en un relato miope.
Por otra parte, la construcción del relato ante la comunidad internacional tiene que construirse sobre lo que Chile es y no sobre lo que no es. Para eso, hay que identificar y explicar sin complejos cuáles son las fortalezas que han construido nuestra reputación internacional. Una economía abierta, solidez institucional, responsabilidad fiscal y seguridad jurídica a las inversiones son características que se repiten en distintos reportes internacionales. Parte fundamental del “Chile constituyente” será cómo esa estabilidad se mantendrá en época de cambios y en un escenario donde la recuperación requerirá más que nunca inversión extranjera y aumento de nuestras exportaciones.
Lo tercero es reconocer nuestras debilidades y plantearlas como un desafío del “Chile constituyente”. Por un lado, el desafío económico-social de hacerse cargo de quienes han quedado atrás en estos 30 años de progreso, generando condiciones para una cohesión social. Por otro, el desafío político-institucional, ante el desplome de confianza en nuestras instituciones. Asumir estas debilidades y señalar un camino no es signo de debilidad en el relato, sino de madurez de un país.
Para construir este mensaje de normalidad institucional hacia el exterior será fundamental ql control total de la violencia y de cualquier otra acción que amenace el proceso. La mejor forma de explicar lo sucedido será por la fuerza de los hechos. Si el orden público prevalece y la clase política condena sin ambigüedades el vandalismo, la comunidad internacional confirmará que Chile no es un país violento y que los episodios vividos no son una regla general. Con violencia y desorden, ningún relato del “Chile constituyente” será convincente a nivel internacional.
Cómo nos ven, cómo somos y qué relato construimos hacia afuera debiese ser un ejercicio permanente. Que el “Chile constituyente” signifique ver al país como un modelo más que un motivo de preocupación sólo dependerá de los chilenos.
Fuente: Diario Financiero