"B'hebak Loubnan", "Líbano, te amo". "Porque es el Líbano, porque es Francia". Estas declaraciones de "solidaridad" y "fraternidad", pronunciadas por el presidente francés Emmanuel Macron el 6 de agosto del presete año en Beirut, dos días después de la doble explosión que asoló la ciudad, nos recordaron los fuertes lazos que existen entre Francia y el Líbano. Una relación cuestionada por las apuestas políticas y geopolíticas que pesan sobre este país de menos de 7 millones de habitantes, con las mayores zonas marítimas de la región.
Los estrechos lazos entre Francia y el Líbano, se remontan al siglo XVI cuando tras un acuerdo entre el rey Francisco I y el Imperio Otomano, los reyes de Francia se convirtieron en los protectores oficiales de los cristianos orientales. Después del colapso de la Sublime Puerta, símbolo del poder del Sultán en Constantinopla, Francia se convirtió en la potencia mandataria del Líbano en 1920. En esta capacidad, fijó las fronteras con Siria. Luego, en 1943, la Francia Libre (el régimen de resistencia fuera de la Alemania nazi) concedió su independencia al país del Cedro, que optó por utilizar un sistema político confesionalista. Por lo tanto, el Presidente debe ser, según la Constitución, un cristiano, el Primer Ministro musulmán suní y el Presidente de la Asamblea Nacional Musulmana chiíta. El objetivo principal era asegurar la estabilidad del país evitando los disturbios entre los musulmanes y los cristianos, que eran mayoría en ese momento.
A pesar de la independencia del Líbano, los dos países siempre han estado cerca y Francia sigue siendo lo que los libaneses llaman la "madre tierna". Es París la que sigue siendo responsable de los borradores de las resoluciones de la ONU en el Consejo de Seguridad para el Líbano. En el año 78, tras la invasión israelí del sur del Líbano, Francia participó en la FPNUL encargada de observar el alto al fuego y hoy en día está a cargo del cuartel general y las fuerzas de reserva de la misión. En 1996, la operación "Uvas de la Ira" lanzada por Israel llegó a su fin sólo gracias a los esfuerzos realizados por Francia. Desde 1982, 700 soldados del ejército francés han estado presentes allí bajo la égida de las Naciones Unidas como parte de una fuerza de mantenimiento de la paz en la frontera con Israel.
La lingüística es uno de los pilares fundamentales de la relación entre París y la tierra del Cedro, aunque el francés perdió su carácter oficial con la independencia del Líbano, sigue estando muy presente en el Líbano y todavía se utiliza en la administración. Beirut es miembro de la Organización Internacional de la Francofonía. En 2014, casi el 40% de la población hablaba francés. El Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia considera que "la promoción del idioma francés en el Líbano es un imperativo estratégico[1]". Esta proximidad también se refleja en los intercambios entre los dos países: 210.000 libaneses viven en Francia, mientras que 25.000 franceses están en el Líbano. El Líbano es el 15º país con mayor número de ciudadanos franceses y el 4º fuera de Europa, América del Norte y China, sin embargo, en términos económicos, las relaciones son limitadas. En 2019, Francia era el octavo proveedor del Líbano, detrás de China, Grecia, Rusia, Italia, Estados Unidos, Alemania y Turquía y sólo era el 14º cliente del Líbano con 53 millones de euros en importaciones.
Un mes después de la mortífera explosión del puerto, Emmanuel Macron regresó al Líbano para discutir con los representantes de la clase política e instarles a formar rápidamente un nuevo gobierno y a aplicar "reformas reales", que son requisitos previos para la concesión de ayuda económica internacional al país de los Cedros. Lo que la clase política libanesa no logra hacer, como lo demuestra la dimisión, el 26 de septiembre, del Primer Ministro designado Mustapha Adib, que no pudo formar gobierno debido a las disputas políticas sobre las carteras.
Más allá que preocuparse por su país hermano, al pedir una profunda revisión de la política interior libanesa, el Presidente francés pretende preservar los intereses franceses y europeos en una zona geoestratégica codiciada por varias potencias.
Por su parte, Turquía busca hidrocarburos en aguas griegas mientras que Israel, un eterno país sin fronteras fijas, mira las fronteras marítimas del Líbano. Además, Beijing está centrando su interés en el puerto de Trípoli, en el norte del Líbano, que sería el punto final ideal para la famosa nueva Ruta de la Seda china. Finalmente, Irán tiene una fuerte presencia en el Líbano a través de Hezbollah y Arabia Saudita a través de ciertos movimientos políticos de la alianza del 14 de marzo.
Desde el punto de vista de la política interna, habrá que hacer frente a los obstáculos y resistencias de una parte de la clase política que, por razones de interés personal, rechaza las reformas que son necesarias en el sector de la energía o en otros ámbitos.. Es probable que la constitución y el funcionamiento del próximo gobierno se vea obstaculizado por la negativa de los partidos políticos tradicionales, al incluir en el próximo gabinete a representantes de la sociedad civil y miembros de la oposición.
Por último, está el dilema de rediseñar el sistema político libanés: algunos desean que se ponga fin a ello, considerando que el confesionalismo privilegia la pertenencia al grupo religioso en detrimento de la pertenencia al país o a la nación, a la que debilita. Sumado a ello, las potencias regionales lo usan como un “caballo de Troya” para interferir en la vida política del país. En igual sentido, debido a la constante evolución de la demografía, a largo plazo, tal sistema debe ser constantemente cuestionado. Por último, el grupo que tenga más poder político se inclinará a utilizarlo para favorecer a los miembros de su comunidad o incluso para oprimir a los grupos más débiles. Es precisamente en este argumento en el que se basan los pro-confesionales: es gracias al comunitarismo que la República Libanesa sigue siendo el único país de la región en el que las minorías (incluidos los cristianos) pueden vivir libremente, donde gozan de los mismos derechos que la mayoría musulmana, donde no son marginados ni perseguidos.
Los desafíos son grandes para este pequeño país de 4 millones de habitantes, plagado de corrupción endémica e influencia extranjera perjudicial. Francia no debe perder la oportunidad de ayudar a su país hermano.