Hay una sensación general sobre vivir tiempos de cambio que son definitorios para las décadas que vienen. Muchas de nuestras instituciones globales ya no tienen capacidad de respuesta frente a los desafíos actuales. La ausencia de reales instancias multilaterales se llena con autócratas, populistas y una variada gama de personajes. En el siglo pasado también aparecieron esos personajes confundiendo patria con nacionalismo y que en nombre del pueblo harían la historia nueva. Encarnaron en personajes tan siniestros como Hitler o Stalin. Llevaron a la muerte a miles de personas, al intento criminal de exterminar al pueblo judío y a todos los que perecieron en los campos de batalla.
Sin embargo, en esta década que estamos por iniciar, son otras las formas de seducir que tienen estas ideologías extremas. Es otro el contexto tecnológico en el que se mueven. Utilizan las redes sociales y han alcanzado un gran dominio de los millones de datos que hay disponibles de manera cibernética. Llenan de odio los lugares más recónditos del mundo online. Sin embargo, el peligro es que cruzan a la realidad física con mayor y creciente capacidad. Populistas de todo tipo ganan elecciones o tienen el poder en lugares distintos del orbe. Estados Unidos mismo ha vivido una de las campañas más polarizadas y venenosas de la historia de su país. Mientras tanto, aquellos que no son demócratas usan toda la información para dinamitar las instituciones globales. Otros usan su fanatismo religioso, moral, racial o político para reclutar gente y realizar ataques de odio y terroristas. Armas autónomas de control humano y cibernéticas en su uso están en desarrollo.
Además, tenemos un gran debate abierto sobre el modelo de sociedad que queremos. Los derechos humanos y la democracia terminan por morir en lugares que van desde Hong Kong hasta Estambul. Estados Unidos está en una lucha cultural por su identidad y sus valores, que lo pone de manifiesto esta elección. En América Latina, populistas de derecha y de izquierda creen que se puede relativizar la protección de valores fundamentales.
Nuestro país no puede guardar silencio. Precisamos una voz clara, sobre todo en momentos que definiremos nuestro pacto social con la nueva Constitución de la República. Debemos decir las cosas por su nombre. Chile tiene que ser un país consciente de su tamaño y potencial. Por nuestra sola cuenta no podemos cambiar el curso de la historia. Sin embargo, unidos con otros somos fuertes en el orden multilateral. Como país es el momento de decir que los derechos humanos son prioridad en Santiago, Temuco y también en mitad de los conflictos bélicos a lo ancho del planeta. Por eso el sistema multilateral activo y con peso global es nuestro único camino. Necesitamos un Servicio Exterior moderno y eficiente. Para eso debemos invertir. No basta Internet. Nos urge seguir profundizando en tener los mejores oídos y ojos en el mundo.
Fuente: La Tercera