La ceremonia de asunción de Joseph Biden Jr. a la presidencia de los Estados Unidos, a celebrarse hoy en las escalinatas del Capitolio, no solo tendrá importancia nacional sino repercusión global dada las circunstancias que han merodeado su elección, cuyas consecuencias aún no se dilucidan completamente. También, estará cargada de simbolismo por múltiples razones, siendo quizás la principal que hace un par de semanas el Capitolio, considerado por algunos como la “Catedral de la democracia” fue invadido y secuestrado por una turba de partidarios del otrora candidato derrotado y atizada por el propio Mandatario saliente.
Ahora bien, este acontecimiento solemne comenzará con el juramento previo de la Vicepresidenta Kamala Harris, primera mujer en ocupar el segundo cargo de responsabilidad del país más poderoso del orbe. Una mujer de raza negra y ascendencia indo caribeña se comprometerá a respetar la Constitución ante la jueza distrital, Sonia Sotomayor, quien también fue pionera en llegar a esa posición como hija de inmigrantes latinos. La senadora Harris anunció que en la ocasión posará su mano sobre dos biblias: una perteneciente a su madre asiática y clave en su formación y, la otra, la misma que utilizó cuando asumió como Fiscal de California. Una actitud que cuaja con lo simbólico del acto pues destaca ese sentimiento religioso tan propio de costumbres arraigadas en la sociedad norteamericana, conllevando -a la vez- un mensaje meritocrático que refuerza la convicción de que los Estados Unidos funciona como una potencia heterogénea que es capaz de integrar sin distinción a todas las comunidades tras un objetivo común.
Más tarde será el turno del nuevo Presidente, quien se dirigirá a sus compatriotas desde el podio usado por sus antecesores, pero esta vez el contexto será en modo on line lo que, paradojalmente, se posiciona como una suerte de recordatorio de que estamos en medio de una pandemia que ha puesto en jaque a la humanidad sin distinción y alterado la cotidianidad en términos dramáticos, toda vez que lo esencial de la política es el relacionamiento personal, que ha sido reducido al mínimo. Y lo hará frente a una ciudadanía que, a pesar de grados de polarización que la dividen, se ha forjado expectativas sobre una hoja de ruta que, idealmente, ayudaría a serenar las mentes y apaciguar los corazones de una sociedad asfixiada por el desánimo y la frustración acicateados, entre otras cosas, por la confusión respecto de los métodos que se utilizan para combatir el Covid 19 y procedimientos para acceder urgente y ordenadamente a las vacunas que supuestamente extinguirían este virus contagioso e invasor.
Algunos han llegado a comparar este momento crucial con aquél del siglo pasado cuando el Presidente Franklin D. Roosevelt convocó al New Deal para enfrentar y palear los efectos de la depresión económica; quizás, lo hacen considerando la recesión que ha traído esta emergencia social de proporción sideral que nos azota. Respecto del planteamiento que seguramente incluirá acerca de la Globalización y las consecuencias que han tensionado peligrosamente el mapa geopolítico, se espera que los simbolismos actúen en consonancia y se conozcan los parámetros dentro de los cuales descansará la política exterior de la era Biden, aspirando con convicción a que el sentimiento de cooperación prime por sobre el de contención y las prioridades estratégicas consideren el escenario internacional completo; vale decir, que incluya a dimensión global a todas las naciones y sectores del planeta así como la institucionalidad política, social, económica y ambiental.
Puestas así las cosas, lo que sucederá hoy en la capital de los Estados Unidos, además de trascendental para el curso del país en los próximos cuatro años, ciertamente determinará el panorama internacional conforme sea el tratamiento que la administración otorgue a los principales temas de la agenda, llámese pandemia, Cambio Climático, asuntos nucleares, agenda comercial digital, alta tecnología, ciberseguridad, estructura, dinamismo y reforma de los organismos internacionales, aproximaciones regionales, multilateralismo, etc por nombrar solo algunos, tendrá derivaciones al espectro mundial que todos los estados están llamados a atender. Todo en un contexto donde el cambio generacional sí tiene simbolismo en relación con la composición del poder en su nivel más alto.
En efecto, la figura de un casi octogenario Biden da motivo a pensar que su trayectoria, experiencia y destreza política podrán impulsar con sapiencia un emprendimiento global que fructifique en un Acuerdo post Bretton Woods propiamente, que lleve paz y prosperidad incluidos aquéllos que tienen “derecho a protestar”, pero con la particularidad de incorporarlos en la solución de los problemas sin perder su calidad de beneficiados; vale decir, integración del centro y la periferia en un Pacto Social que -al menos- sea una referente para la institucionalidad de reemplazo de la que solo se habla. Por su parte, la imagen y carácter de Kamala Harris puede inspirar a las nuevas generaciones a as trabajar conjuntamente con sus antecesoras con miras a lograr una nueva arquitectura institucional acorde con los tiempos que vienen soplando desde los prolegómenos del Tercer milenio.
¡Ojalá sea un día para celebrar en todo el Planeta!
Fuente: El Mostrador