“En 2018, armamos nuestra cena aniversario con una conversación entre Macri y Piñera. Desde su mesa observaron la charla Lacalle Pou (hoy Presidente de Uruguay), Iván Duque (hoy Presidente de Colombia) y Guillermo Lasso (hoy Presidente electo de Ecuador)”. El tweet de Alejandro Bongiovanni, de la conocida Fundación Libertad de Argentina, daba cuenta del reciente triunfo de Guillermo Lasso en Ecuador y la mayor presencia de presidentes de centroderecha en América Latina.
Después de la llamada “marea rosa”, que llevó a la región a ser gobernada por más de 15 presidentes de centroizquierda a fines de la década del 2000, la región comenzó a moverse como un péndulo, llegando a ser liderada por una mayoría de presidentes de centroderecha a fines del 2020.
Si hoy la región muestra una mayoría presidencial de esta tendencia, que ha ido en ascenso los últimos años ¿por qué a centroderecha no logra construir un proyecto regional? ¿Por qué no consigue trascender los gobiernos de turno, cómo sí lo ha logrado la izquierda latinoamericana?
A los líderes de derecha en la región les ha faltado una mayor vocación regional, que se traduce en más coordinación e iniciativas conjuntas. Ha habido intentos como Prosur, pero aún resta saber si el bloque sobrevivirá los gobiernos de turno que lo promueven con más fuerza, como Chile, Brasil y Colombia. También es posible ver más centros de pensamiento y organizaciones que promueven el diálogo regional. Pero en el global, las derechas siguen mostrando poca vocación de participar e incidir con más fuerza en los espacios internacionales.
La razón es estructural. Tradicionalmente, quienes se consideran de derecha ven con lejanía y, en ciertos casos, con desprecio los asuntos internacionales. En Chile este desconocimiento se hace más nítido, tras 30 años en que la Concertación detentó el poder, articulando redes internacionales, negociando los principales acuerdos comerciales y copando espacios en los organismos multilaterales y de cooperación. Eso le permitió a la centroizquierda conocer la dinámica internacional y generar “trenzas” en espacios formales e informales que hasta el día de hoy funcionan.
La centroderecha, por el contrario, sigue aprendiendo de este mundo y lo sigue sintiendo ajeno al espacio público y privado donde se desenvuelve. Aunque apoya y defiende con fuerza los beneficios de la apertura económica de Chile y su inserción en los mercados internacionales, lo hace más bajo una lógica económica que con una mirada estratégica y política.
El riesgo de la falta de vocación regional es que las derechas latinoamericanas, aún cuando sean gobierno, no tendrán capacidad de influir la agenda internacional ni menos construir un proyecto de largo plazo que aproveche sus pasos por el Ejecutivo. Si el bajo interés continúa, es improbable que logre contrapesar ni menos ofrecer una narrativa alternativa al muchas veces criticado “mainstream” internacional, simbolizado en agendas que poco la convencen.
Si la derecha regional quiere incidir, debe tomarse ese trabajo en serio. Eso significa no dejar en el patio trasero los temas del hemisferio, generar una masa crítica de personas que ocupen espacios de influencia regional y, en definitiva, conocer a fondo un mundo que las izquierdas latinoamericanas conocen y manejan muy bien.
Al sistema internacional y regional le haría bien una mayor diversidad política. Pero para eso las derechas deben comenzar a tener una vocación regional que no sólo mire su gobierno de turno, sino un proyecto colectivo de largo aliento.
Fuente: Diario Financiero