La decadencia de la dictadura cubana llegó a tal grado, que incluso ahora se dan el lujo de reconocer que tres generales adictos han muertos en los últimos días pero no señalan las causas. Ya antes el Viceministro del Interior había renunciado. Es tal el colapso que poco y nada hacen por ocultar que han tomado prisioneros a quienes manifiestan su disenso al régimen, que de muchos no se sabe su paradero. Otros tantos esperan con pavor el nuevo movimiento de la tiranía. Es que primero fue una revolución, después una monarquía hereditaria, y ahora una burocracia autoritaria incapaz de controlar la situación.
Artistas de la talla de Silvio Rodríguez o Pablo Milanés exigen la libertad de aquellos perseguidos. Ellos, que muchas veces aplaudieron la revolución, tienen la sensibilidad del artista para comprender que es el momento de un diálogo democrático que de paso a los cambios. Se utiliza la manida argumentación que es resistencia al embargo norteamericano, o que es el martirio de un pueblo oprimido por su vecino poderoso. Es tan pueril el argumento, que el propio régimen alzó la prohibición de compras de remedios y alimentos del resto del mundo para importación. ¿No es que el problema eran los Estados Unidos? Entonces, por qué levantar una prohibición que ellos mismos tenían con el resto del mundo. Podemos discrepar de lo correcto del embargo, pero seguir justificando lo que ocurre en función de él es poco honesto.
La dictadura cubana es un dinosaurio de otra época en el mundo. Un resabio final de los días de la Guerra Fría que terminaron en 1990. Cuando desde la cultura se les dice que ya no es más patria o muerte, pero si patria y vida, el mensaje es claro. Basta de violaciones a los derechos humanos. Basta de decirles a los cubanos lo que pueden o no hacer. Es hora que las libertades se abran porque el tiempo está vencido hace décadas.
No se trata de defender un modelo económico o la historia de lo que pasó hace setenta años. La dictadura de Batista era tan oprobiosa como la de Pinochet en Chile o Videla en Argentina. El problema de muchos es que la anteojera ideológica los hace relativizar el valor de la vida y la libertad. En democracia hay más colores y diversidad. El todo o nada siempre termina en la nada. Ese es el gran desafío. Ya se acerca la hora de la libertad y los tiranos no podrán contra su pueblo.
Lo que ocurra después tiene que importarle a toda la humanidad. Debemos tender una mano solidaria a un sistema político y económico que está absolutamente quebrado. Pero al hacerlo no podemos olvidar nunca que es el propio pueblo cubano el que decidirá su futuro, lejos de las amarras del pasado y basados en su propia identidad. No aceptemos el paternalismo de los defensores de la dictadura que creen ser los únicos que saben las necesidades de su gente. Se acerca la hora, y ahí todos los demócratas del mundo festejaremos con tantos en la memoria. Yo lo haré pensando en Oswaldo Payá.
Fuente: La Tercera