Un alto diplomático decía que las relaciones con nuestros vecinos prácticamente copaban la agenda de un canciller. Tensiones diplomáticas, demandas marítimas, reclamaciones territoriales, hasta el uso de Chile para distraer asuntos de política interna, formaban parte del “abc” de la relación vecinal.
Por eso, lo que ocurre en Perú no debe ser mirado a distancia. Un país con el que Chile, a pesar de las diferencias históricas y litigios, ha construido una relación estable y de cooperación. Creciente comercio bilateral, inversiones chilenas que desde los noventa han puesto a Perú entre los favoritos del retail, aerolíneas y recursos naturales, o la mayor cooperación entre Tacna y Arica, son muestras de una relación fructífera. La comunidad peruana en Chile fue por décadas la principal, sólo superada hoy por la inmigración venezolana. O sea, una relación de primera importancia.
Las primeras semanas del gobierno de Pedro Castillo llevan a Chile a la primera pregunta: ¿a qué Perú creerle? Al de un gobierno de “choque” y línea dura, liderado por el jefe de gabinete Guido Bellido y el ideólogo de Perú Libre, el izquierdista Vladimir Cerrón; o al que llama a la moderación en las reformas económicas impulsada por el ministro de finanzas Pedro Francke. El mercado parece creer lo primero: la bolsa sigue cayendo, la inflación se dispara y el sol peruano se ha despreciado en más de un 10% desde que Castillo ganó la primera vuelta electoral.
El Presidente está entre la “espada y la pared”. No sólo por su frágil apoyo ciudadano y su falta de mayoría en el Congreso, sino por la tensión que incuba en su propio gabinete. Un gobierno sin luna de miel, con dudas sobre el voto de confianza de su gabinete y cuya eventual falta de gobernabilidad puede retrasar una agenda de intereses comunes con Chile.
Una segunda pregunta: ¿qué rol cumplirá Perú en las instancias regionales? Hasta el momento, Chile tenía un gran aliado político y económico en la región, especialmente en el Grupo de Lima y la Alianza del Pacífico. Pero Lima ya anunció su retiro del primero, ganando los aplausos de Bolivia y debilitando aún más el intento regional por dar una salida a la caótica Venezuela. Aunque la Alianza del Pacífico no ha seguido la misma suerte, es probable que la actitud de Perú frente al bloque sea “a la mexicana”: que sin desahuciarla, haga poco por empujarla. De ser así, las noticias para Chile no son buenas.
Lo tercero que debemos mirar es el posible entusiasmo peruano por malas políticas públicas. Al igual que nuestro país, Perú es un país exportador y su sector minero cumple un rol vital, generando más de la mitad de los ingresos por exportaciones. La eventual renegociación o incluso la renuncia a tratados comerciales puede alentar las mismas posturas “revisionistas” chilenas; mientras que la falta de claridad sobre un nuevo royalty a la minería puede asemejarse a la desprolija discusión llevada por nuestro Congreso. El diálogo regional debe servir para promover buenas políticas públicas (concesiones, regla fiscal, mayor conectividad) no malas.
El gobierno de Castillo comenzó con el pie izquierdo. Las aguas serán movidas para el Presidente, entre un gabinete difícil de gobernar y un Congreso sin mayoría. Para Chile, la relación con el nuevo gobierno será una tarea más desafiante y compleja.
Fuente: Diario Financiero