Pareciera que las portadas de los diarios se alejan de la guerra de Ucrania. Sin embargo, el conflicto sigue escalando. Todos lo tenemos presente, pero de alguna manera perdemos la capacidad de asombro. No podemos soslayar las acciones criminales de Vladimir Putin y sus seguidores, las que toman ribetes históricos nunca vistos en esa zona del mundo desde los aciagos días del nazismo o el estalinismo y en los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Además, representa un cambio de era en que debemos poner atención.
La invasión rusa demuestra que la otrora superpotencia tiene mucho material bélico, pero carece de una logística y menos de una cadena de mando adecuada para quien quiere ganar un conflicto. Las tropas están mal entrenadas y con escaso conocimiento del terreno. Tienen poca conciencia de por qué están ahí y la moral de las tropas es baja o incluso nula. Dos reacciones se esperan. Primero, aquellos que están incómodos porque los llevan a una guerra que no saben por qué la pelean. Los otros, tal vez menos, con una mentalidad más afín al régimen, participan de todo tipo de atrocidades cometidas en contra de la población civil. Violaciones masivas y masacres. Por sobre todo el asesinato a sangre fría de niños, muchos recién nacidos.
Más de alguien dirá que es lo mismo que ocurre en Siria o en Yemen. Tienen razón. De hecho, en el primer caso la mano del mismo régimen ruso está detrás del apoyo al régimen corrupto de Basher Al Assad. Sin embargo, hay una diferencia de contexto. Este conflicto está solo creado por la cabeza de un déspota que quiere volver a la Guerra Fría. No hay realmente más actores detrás. Poseído por un fanatismo religioso y posturas nacionalistas de ultraderecha quiere someter a la que considera la cuna de Rusia de manera arbitraria y sin provocación alguna.
Son los delirios de un dictador que es producto de una transición a la democracia incompleta, donde primaron los magnates y oligarcas por sobre la generación de instituciones donde primara la Poliarquía. Esa misma que alguna vez Robert Dahl definiera como la capacidad de participar y contestar al poder. Rusia es un país que nunca logró una verdadera democracia representativa.
Desde el Derecho Internacional las violaciones masivas a los DD.HH. y los mínimos principios de la guerra hacen merecedor a Putin de un futuro más cercano a la Corte Penal Internacional que a su escritorio. Occidente debe reaccionar. Es sin sentido la discusión de calificar de genocidio lo ocurrido. Puede que jurídicamente aún sea complejo, pero pronto no lo será. Es cierta la amenaza de que el régimen ruso use un arma nuclear táctica o armamento químico. Sin embargo, no basta con apoyar con materiales bélicos y no con sus medios. Es un gran dilema que medirá la fuerza del sistema multilateral. También está en tela de juicio la capacidad de hacer respetar los más básicos DD.HH. sin importar dónde y cómo. El mundo espera una respuesta pronto y la comunidad internacional está a prueba.
Fuente: La Tercera