Densos nubarrones se acumulan en el cielo ya brumoso que impera sobre las democracias de América Latina. Parafraseando al célebre escritor y ensayista mexicano Octavio Paz, Daniel Zovatto advierte sobre el “tiempo nublado” que amenaza incluso a las democracias más estables de la región con el advenimiento de gobiernos electos por la voluntad popular pero con clara impronta autoritaria.
“Son cada vez más los países que están regresando a un sistema autoritario; tanto a nivel global como en América Latina enfrentamos un peligroso cuadro de recesión democrática”, sentencia Zovatto, director regional de IDEA Internacional para América Latina y el Caribe. Conocedor como pocos del contexto político regional, Zovatto advierte que esta fragilidad institucional contribuye al desgaste cada vez más acelerado de los oficialismos, los cuales cayeron derrotados en sus últimas batallas electorales. ¿Sucederá lo mismo en la Argentina el año próximo? Zovatto se atreve a afirmarlo.
–Usted advierte que se vienen “tiempos nublados para la democracia”. ¿Por qué?
–Para contextualizar este problema debemos remontarnos al advenimiento de la tercera ola democrática, que arrancó en 1974 en Europa y llegó a nuestra región en los años 1978 y 1979, cuando varios países abandonaron sus regímenes autoritarios para abrazar la democracia. Sin embargo, a partir de 2005, se produce un proceso inverso: han sido más los países que comenzaron a alejarse de la democracia que los países que abandonaban el autoritarismo, y esto es alarmante.
–¿Estamos frente a una “contraola” democrática?
–Creo que todavía no, aunque sí enfrentamos una situación de declive y de recesión democráticas. Así lo advierten los cuatro principales informes que monitorean el estado de la democracia, entre ellos el Global State of Democracy, de IDEA Internacional.
–¿Cómo se evidencia este declive?
–El deterioro se revela en la presencia de un nuevo tipo de autoritarismo sobre el cual ya han advertido autores como [Steven] Levitzky, [Daniel] Ziblatt y otros politólogos: dirigentes políticos que llegan al poder a través de elecciones más o menos competitivas, por lo que tienen legitimidad de origen, pero luego, una vez en el gobierno, comienzan a erosionar las instituciones y las reglas del juego democrático, debilitando el sistema y la democracia. Cooptan los poderes legislativo y judicial; deslegitiman y no reconocen a la oposición, a la que tildan de “enemiga”; utilizan las redes sociales para generar discursos de odio y fake news; instalan una polarización tóxica, cierran espacios a la sociedad civil y atacan a los medios de comunicación. Es un “virus autoritario” que convierte las democracias estables en democracias híbridas y, eventualmente, en regímenes autoritarios. El caso más evidente de este tránsito a una democracia autoritaria es Venezuela. Se le sumaron recientemente Nicaragua, Haití y, prontamente, El Salvador. Ellas se agregaron a Cuba que, hasta 2006, era el único régimen autoritario en la región.
–¿Qué otros países están en peligro de ver deterioradas sus democracias?
–Según los informes, pasaron a convertirse en regímenes híbridos Guatemala, El Salvador, Honduras, Bolivia, Paraguay, México y Ecuador, aunque yo no coincido en este último. Todos eran países de calidad democrática media o baja, pero en los últimos años bajaron un escalón. Uruguay es el único país de la región con una democracia plena. Chile y Costa Rica entran y salen de esta categoría según sea el gobierno. En tanto, en la categoría de democracias imperfectas, es decir, que tienen un desempeño medio y bajo, se ubican la Argentina, Brasil, Colombia, Perú y Panamá. A nivel global, los informes que monitorean la democracia registran un retroceso de 20 o 30 años.
–¿Inciden las crisis económicas que afectan a estos países o es que las sociedades han mutado y sienten que la democracia no satisface sus demandas?
–No solo vivimos un proceso de declive y de retroceso democráticos; también observamos una creciente pérdida de apoyo de parte de la ciudadanía a la democracia. Y esto es muy grave. Si analizamos la encuesta de Latinobarómetro, vemos que hace una década, década y media, pasamos de un nivel de apoyo por encima del 60% al actual 49%. Sin embargo, el síntoma más alarmante es el aumento de la indiferencia, es decir, personas que dicen que no se opondrían a vivir en un régimen autoritario siempre que les dé resultados. Ese porcentaje ya se ubica en un 27%. Esto se complementa con tres cosas: uno, la convicción de un sector muy importante, el 73%, que siente que se gobierna para el beneficio de unos pocos poderosos y no para las mayorías. Dos, el apoyo a los partidos políticos cayó al 13% promedio regional. Tres, el respaldo a los Congresos cayó al 20%. Los partidos políticos y los Congresos son las dos grandes columnas de una democracia representativa; al debilitarse, se abren las puertas a los populismos y a los candidatos altamente personalistas con discursos antisistema, antiélite y antipolítica, con claros rasgos populistas y, a veces, autoritarios.
–¿A qué obedece esta creciente insatisfacción e indiferencia hacia el sistema democrático?
–Hay varias razones. Por un lado, como ya describí, está la crisis de representación. Segundo, está la crisis en la Justicia, cuya imagen también cayó en la opinión pública. Tercero, en varios países la democracia no ha venido acompañada de un buen gobierno que ofrezca políticas públicas y servicios de calidad a una ciudadanía que, a las claras, ha cambiado. Es una ciudadanía que hoy se mueve bajo la consigna del “más, mejor y ahora” y la democracia, al no estar acompañada de un Estado eficiente y moderno, con transparencia y rendición de cuentas, no logra satisfacer esas demandas. Por otro lado, está la economía: desde hace por lo menos ocho años la economía en la región creció de manera anémica, lo que empeoró con la pandemia y, con ella, el aumento de la pobreza, la marginalidad y la desigualdad. Esto genera malestar y bronca, que se expresaron durante el segundo semestre de 2019 con las protestas en Chile, en Colombia y en otros países. Hoy las democracias lucen fatigadas, las sociedades están irritadas y las instituciones, deslegitimadas. Muchos se preguntan ¿y a mí qué me ofrece la democracia?
–En este contexto, ¿no conviene repensar el sistema democrático conforme a los paradigmas del siglo XXI? ¿O deberíamos insistir en fortalecer los partidos políticos y las instituciones?
–Lo primero es evitar que este malestar que está instalado en la democracia no se convierta en un malestar con la democracia. Pensábamos que una vez alcanzada la democracia no había retorno, pero lo que vemos aun en sistemas consolidados (Estados Unidos es un ejemplo, pero también varios países europeos) es que pecamos de un exceso de confianza. La democracia es algo que se construye permanentemente, que tenemos que revitalizar y defender de manera cotidiana.
–¿Qué podemos hacer como ciudadanía?
–No caer en un pesimismo paralizante. Hay que recuperar la confianza perdida en la política, en los partidos, en las instituciones centrales de la democracia representativa. Hay que repensar el marco conceptual de la democracia, porque este fue diseñado con instituciones pensadas en el siglo XVIII y XIX, con paradigmas que se aplicaron para los problemas del siglo XX. Sin embargo, la sociedad actual es mucho más compleja porque vive los cambios de una manera muy acelerada. Las instituciones no logran acomodarse a ese ritmo y no tienen la capacidad de dar respuesta oportuna y eficaz a la vieja agenda que todavía no hemos resuelto, como la pobreza, la inseguridad, la corrupción y la desigualdad, y a los nuevos temas que llegaron para quedarse, como el cambio climático y la cuarta revolución industrial. Si no le inyectamos innovación a la democracia y a sus instituciones, difícilmente estas tengan la capacidad para manejar la complejidad, la incertidumbre y la volatilidad que hoy caracterizan los problemas del siglo XXI. Debemos repensar una democracia de nueva generación, con mayor inclusión.
–¿Una nueva democracia?
–Yo sigo apostando a la democracia representativa, aunque en los tiempos que corren podría ser complementada con mecanismos más participativos, como plebiscitos y consultas populares, mecanismos de democracia deliberativa que involucren más a los ciudadanos. Aunque estas herramientas deben ser muy bien calibradas porque, de lo contrario, podrían prestarse a más populismo.
–La región atraviesa lo que usted llama un “súper ciclo electoral”. ¿Qué cambios podemos esperar?
–En 2021 empezó un ciclo que se extenderá hasta 2024 en el que todos los países de la región, salvo Bolivia, celebran sus elecciones presidenciales y legislativas. Arrancó en Ecuador, Perú, Chile, Honduras y Nicaragua, aunque sabemos que en este último país fue, más bien, una farsa electoral. En 2023 será el turno de Paraguay, Guatemala y la Argentina, mientras que en 2024 habrá elecciones en los seis países restantes. Este súper ciclo tiene lugar en un contexto de debilitamiento de las democracias con la aparición de candidatos populistas, personalistas y con discursos antisistema y antipolítica. Son los casos de [Jair] Bolsonaro en Brasil, de [Manuel] López Obrador en México y [Nayib] Bukele en El Salvador. Estas contiendas electorales se dan en momentos de malestar social, con ciudadanos menos fieles a los partidos políticos y sus dirigentes. De allí al rápido desgaste de los gobernantes recién electos: si no son capaces de dar resultados a corto plazo, son castigados. Es un cuadro complejo que se agrava, como en Brasil, con fuertes ataques a los organismos electorales con denuncias de fraude, totalmente infundados.
–Usted advierte sobre el rápido desgaste que sufren los presidentes recién electos. Es lo que acaba de suceder en Chile.
–Tal cual, Chile celebró un plebiscito constitucional con una participación histórica de casi el 86% de los ciudadanos. El rechazo se impuso con el 62% de los votos y si bien este resultado obedece a múltiples causas, lo cierto es que incidió la baja popularidad del gobierno del presidente Gabriel Boric, quien estaba a favor del apruebo. Es un claro ejemplo de una tendencia prevaleciente en la región: el voto de castigo a los oficialismos, así como de un rápido desgaste y de una alta volatilidad electoral si los gobiernos no logran resultados rápidos. Boric asumió tras obtener un contundente triunfo en segunda vuelta, del 55%. Esta derrota en el plebiscito constitucional impactó negativamente en la popularidad de su gobierno: la desaprobación subió al 60% y la aprobación cayó al 33%.
–¿En qué otros países se observa este castigo a los oficialismos?
–De las 14 elecciones que tuvieron lugar entre 2019 y 2022, en 13 de ellas, salvo en Nicaragua, perdió el partido en el gobierno. Eso vino acompañado de ciclos políticos más cortos y de una mayor alternancia. Conclusión: se observa un claro voto castigo a los oficialismos que viene acompañado de un cambio de ciclo político. Vamos a los hechos: en los primeros 14 años de este siglo prevalecieron en la región, sobre todo en América del Sur, los gobiernos de izquierda o de centroizquierda. Lo que se denominó la “marea rosa”. A partir de 2015, el triunfo de Mauricio Macri en la Argentina fue contracíclico: fue quien abrió la puerta del fin del largo ciclo de marea rosa y el inicio de una etapa de centroderecha o derecha. A Macri le siguió Pedro Pablo Kuczynski, en Perú; Sebastián Piñera en Chile; Iván Duque en Colombia y Bolsonaro en Brasil. Muchos de estos gobiernos se desgastaron rápidamente. En 2019 se inició un nuevo ciclo aunque con incertidumbre, porque en Uruguay ganó Luis Lacalle Pou, de la centroderecha, pero luego triunfaron Alberto Fernández en la Argentina y Luis Arce en Bolivia, ambos de centroizquierda. En Ecuador ganó la centroderecha de la mano de Lasso, pero luego se impusieron Pedro Castillo en Perú y Boric en Chile, de la izquierda y la centroizquierda. Llegamos a 2022 y triunfa Gustavo Petro, en Colombia, y habrá que ver si Lula se impone en Brasil el mes próximo. Si esto ocurre, por primera vez en América Latina las seis principales economías estarían en manos de gobernadores de izquierda o de centroizquierda.
–¿Estamos entonces ante una nueva “marea rosa”?
–Podríamos inferir que sí, pero es diferente de la anterior. Creo que este nuevo ciclo, salvo en el caso de México, puede ser corto porque las condiciones son muy diferentes. A los gobiernos les está costando más ganar en primera vuelta, y los presidentes que ganan en el balotage habían perdido en la primera ronda, por lo que en muchos casos llegan sin mayorías propias en el Congreso, lo que afecta la gobernabilidad. Son presidentes que se desgastan rápidamente. Lo vemos en Perú, con un Castillo que lleva pocos meses de gobierno y ya sufrió dos pedidos de vacancia con seis investigaciones judiciales abiertas por denuncias de corrupción; Lasso, con un año y pocos meses de gobierno, también está desgastado en Ecuador, mientras que Boric no lleva un año de gobierno y acaba de perder una votación clave en Chile.
–¿Qué sucederá en la Argentina?
–Nuestro país tiene una particularidad: fue contracíclico con Macri, que inauguró una seguidilla de gobiernos de derecha y de centroderecha y volvió a ser contracíclico en 2019, porque al triunfo de Fernández le siguieron otras victorias de la izquierda y de la centroizquierda en la región. Podría ocurrir que en 2023 la Argentina vuelva a ser contracíclica: si se confirma esta tendencia de claro castigo a los oficialismos en la región, la oposición debería triunfar el año próximo, seguramente bajo un signo de centroderecha.
–¿Cree que se vienen “tiempos nublados” para la democracia en nuestro país?
–Pese a este contexto adverso que describí, la democracia ha demostrado tener un alto grado de resiliencia. Está debilitada pero no derrotada. Depende de nosotros, no hay democracia sin demócratas. Depende de la ciudadanía luchar y trabajar por ella. Aquellos que hemos vivido en regímenes autoritarios sabemos que aún las democracias más imperfectas son siempre preferibles a los autoritarismos.