Cuando aviones de la Fuerza Aérea de Estados Unidos derribaron tres “objetos voladores no identificados” el último fin de semana, el término UFO se convirtió en tendencia en Twitter antes de ser arrasado por el Super Bowl del fútbol americano. Esos extraños ovnis alimentaron teorías conspirativas y sobrenaturales sobre aliens que llegan a conquistar la Tierra, aunque, como debió salir a aclarar la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre, “no hay indicios de actividad alienígena o extraterrestre” en los objetos detectados.
Los misteriosos episodios de los últimos días se sumaron al globo chino de 60 metros derribado el 4 de febrero después de sobrevolar a 18 mil metros de altura gran parte del territorio norteamericano. El hecho encendió el enojo de Washington con Pekín, a cuyo gobierno acusa de usar estos globos como parte de un programa de espionaje. Al responder, China afirmó que Estados Unidos ha violado su espacio aéreo con globos más de diez veces en un año, lo que alimentó una escalada diplomática que ha generado la mayor crisis entre las dos potencias en la última década.
El escenario de conflicto sino-estadounidense se produce justo cuando se cumple —el próximo 24 de febrero— el primer aniversario de la invasión rusa a Ucrania, que puso a esa zona de Europa del Este en guerra y al mundo al borde de una conflagración planetaria.
Mientras las bombas no paran de estallar en la región del Donbass, y en medio de un esbozo de guerra fría entre Estados Unidos, China y Rusia, América Latina asiste desde lejos a estos enfrentamientos bélicos, diplomáticos y comerciales. Esa distancia con la que los países de la región miran el conflicto generó un reciente pedido del canciller de Ucrania, Dmytro Kuleba, para que abandonen su “neutralidad”. “Llamamos a todos los líderes de la región de Latinoamérica y el Caribe a dejar de lado esa llamada neutralidad y ponerse del lado correcto de la historia”, dijo desde la capital ucraniana, en una videoconferencia con periodistas iberoamericanos.
Esa posición lejana, o más bien ambigua, quedó en evidencia en la reunión que mantuvieron Joe Biden y Luiz Inacio Lula da Silva el 11 de febrero en Washington. Allí, lejos de aceptar sumarse al liderazgo del presidente de Estados Unidos para unir a la comunidad mundial contra la invasión rusa, su flamante colega brasileño se ofreció como líder de un “club de la paz” que incluya a países como India y China para resolver el conflicto entre Rusia y Ucrania.
Dos semanas antes, Lula había rechazado el pedido del primer ministro alemán, Olaf Scholz (de visita oficial en Brasil), para enviar municiones a Ucrania. Dijo que no quería “provocar a los rusos” y añadió que “Rusia ha cometido un craso error al invadir el territorio de otro país. Pero creo que cuando uno no quiere, ninguno de los dos discute”.
El no intervencionismo de Lula coincide con la posición de la mayoría de los países latinoamericanos desde que hace un año Rusia atacó a Ucrania. Salvo Nicaragua, Cuba y Venezuela, y en menor medida Bolivia, que han avalado la invasión, el resto de los gobiernos ha optado por mantenerse lo más al margen posible, sin sumarse a las sanciones comerciales contra Moscú ni al envío de armas a las fuerzas ucranianas. “Es un poco la misma línea de África”, analiza Ignacio Hutin, periodista argentino experto en Europa Oriental, que cubrió algunos combates en Ucrania: “América Latina necesita inversiones y no importa si vienen de Rusia, de China, de Estados Unidos, de la Unión Europea o de quien sea. No podés pelearte con nadie”, dice el autor del libro “Una renovada guerra fría”, sobre el conflicto en el Donbass.
Por su parte, el analista internacional Vanni Pettinà coincide en que hay “una cierta frialdad” latinoamericana hacia la guerra en Ucrania. Y la explica en un aspecto histórico: la de ver a Rusia como contrapeso de la hegemonía norteamericana: “Ese antiimperialismo se activa automáticamente en presencia de una intervención estadounidense, pero no cuando hay otra potencia que viola el derecho internacional”, asegura el investigador del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México.
Hasta que Rusia decidió invadir territorio ucraniano, el gobierno de Vladimir Putin mantenía una cierta presencia en América Latina, que algunos ven como relevante y otros minimizan, como el ex embajador de Chile en Moscú, Pablo Cabrera. “Nunca he considerado que Rusia tenga una influencia muy neurálgica más allá de la venta de pertrechos militares a algunos países. Tuvo quizás una mayor influencia durante la Guerra Fría, pero después de su salida de Cuba y su involucramiento relativo en Venezuela, la fue perdiendo”, sentencia. Hutin, en cambio, sí valora la presencia rusa en la región, aunque admite que a nivel diplomático perdió influencia tras la invasión a Ucrania. “Pero en términos comerciales, yo diría que Latinoamérica sigue teniendo buena relación con Rusia. Es bastante famoso el caso de los fertilizantes que Moscú le vende a Brasil, y no se lo va a dejar de vender”, agrega.
Aparentemente América Latina sostiene este difícil equilibrio político para no enemistarse con ninguna potencia. Pero tras un año de una guerra que parecía fugaz y que ahora amenaza con extenderse en el tiempo (¿y en el espacio?), el mundo vuelve sus ojos a los misteriosos globos chinos que, se dice, también sobrevolaron otros países como Colombia.
Como han hecho ante las bombas en Europa del Este, ¿pueden seguir los gobiernos de la región mirando con binoculares estos conflictos entre potencias sin ser arrastrados hacia una u otra posición? “Nos conviene a todos que la competencia entre Estados Unidos y China, que ya lleva una década, no escale, como ha ocurrido por lo menos desde la presidencia Trump, en un camino de cada vez más abierta hostilidad”, responde Pettinà. Para él, “un retorno a una división del mundo en bloques que reducen los espacios de autonomía y obligan a los países a alinearse con una u otra opción es un escenario que históricamente no le ha favorecido a América Latina”.
El exembajador Cabrera opina por su parte que ante la invasión rusa, América Latina exhibió “divisiones ideológicas que no corresponden ante una catástrofe humanitaria como ésta”. Y que “conforme a su tradición, debió tener una posición común, frente a la guerra, de apego a la paz y a la seguridad internacionales”. Cabrera apuesta por que la región adopte en 2023 esa actitud ante la posible extensión de un conflicto cuyo final, sin embargo, él no ve tan lejos.
Por lo pronto, como anticipa Hutin, “probablemente se venga una escalada militar importante de las tropas rusas en las próximas semanas”, justo al cumplirse el primer aniversario de un ataque que solo Estados Unidos y la Unión Europea condenaron de inmediato y sin matices. Por su parte, China adoptó inicialmente una posición distante que hoy es cada vez más cercana a Moscú, mientras manda globos espías (meteorológicos según Pekín) a sobrevolar los cielos estadounidenses, realiza amenazantes ejercicios militares en Taiwán y libra una guerra comercial con Estados Unidos sin ganador a la vista. Son, como escribió el académico Enrique Gomáriz Moraga, las señales de un proceso de transformación global hacia un mundo bipolar. Uno donde un nuevo centro de poder euroasiático, basado en el autoritarismo, busca desplazar al viejo, centrado en la alianza atlántica y la democracia al estilo occidental. En este contexto, los gobiernos latinoamericanos deben decidir si siguen en la ambigüedad de caminar sobre la cuerda floja, con el peligro de dejarse arrastrar por los vientos de una nueva guerra fría.
Fuente: Connectas