Hace dos semanas, el Presidente Xi Jinping publicó un Libro Blanco titulado “Una comunidad global para el futuro compartido: propuestas y acciones de China”. Este texto se complementa con tres “Iniciativas Globales” -para el desarrollo, la seguridad y la civilización- y con la reciente “Propuesta de China para la reforma y desarrollo de la gobernanza global”, emanada desde su poderoso Ministerio de Relaciones Exteriores.
Estos documentos muestran -no sin ambigüedad- el marco sobre el cual se desenvolverá la diplomacia china la próxima década. Asimismo, revelan a una China asertiva y confiada en su modelo de desarrollo, así como un país propositivo que ofrece un plan unitario para afrontar los grandes desafíos de la humanidad (cambio climático, salud global y ciberespacio). En este ejercicio, por cierto, China también busca construir un consenso sobre las normas que deberían regular un eventual nuevo orden mundial.
China se posiciona y considera como parte del “mundo en desarrollo y un miembro del Sur Global”, vinculándose vívidamente con otras naciones que sufrieron la explotación de la colonización. Por ello, uno de los aspectos más llamativos de su plan de política exterior, lo constituye la Iniciativa Global sobre la civilización, la más reciente de las tres. Esta propuesta aboga por el respeto a la diversidad de civilizaciones, poniendo en duda la existencia de “valores universales”, que Beijing observa fundamentalmente como imposiciones occidentales. Así, los derechos humanos, entendidos como valores universales, serían una exigencia cuyo contenido fue definido por un puñado de países, y que han terminado transformándose en una forma más de racismo occidental.
Junto a esta calificación conceptual, en términos prácticos a través de su propuesta para la reforma a la gobernanza global, China urge sobre la necesidad de modificar las reglas y las instituciones internacionales que supervisan el cumplimiento de los derechos humanos. China exige que los países en desarrollo tengan más voz, especialmente en Naciones Unidas y que, en toda evaluación, se reconozcan las “realidades nacionales”. Por su parte, considera de suprema importancia el derecho humano “a la subsistencia y al desarrollo”, como piedra angular e indispensable para que otros derechos puedan hacerse efectivos.
Con estos antecedentes, la respuesta del Presidente Boric al Washington Post -”lo que podemos exigir a todos los países es el respeto a … los derechos humanos ... incluyendo a China”- serán observados desde Beijing como una declaración funcional al orden mundial impuesto por Occidente. Es por ello que durante la próxima visita oficial del Presidente a China, lo aconsejable no es poner el acento en la importancia de los derechos humanos para la política exterior de Chile, sino prestar un fino oído a la argumentación sobre la inexistencia de universalidad y o cómo los DD.HH. podrían derivar en una forma de colonialismo o de racismo. Este debate impulsado desde una potencia como China está en sus albores, pero desde ya hace sentido en buena parte de los países del Sur Global.