Ovacionado. Así terminó el recién asumido presidente Javier Milei, cuando anunció que Argentina «no tenía plata» y que el ajuste de la economía costará sangre, sudor y lágrimas. ¿Quién hubiera imaginado una reacción de ese tipo en una sociedad latinoamericana, más encima argentina?
Es verdad. El triunfo de Milei es histórico como símbolo en una América Latina proclive, en teoría, a ideas populistas y paternalistas del Estado. Ganó una propuesta libertaria, cuyas banderas son la propiedad privada, la libre iniciativa económica y la austeridad fiscal. Totalmente a contrapelo de las ideas preeminentes del establishment político; más encima, reitero, en Argentina.
Pero el gobierno de Milei cometería un error si pensara que su triunfo es un cheque en blanco a sus ideas libertarias y que los argentinos abandonaron definitivamente las ideas que los guiaron los últimos veinte años. Acostumbrarse a gastar más que lo que se produce y vivir a expensas del Estado no son conductas fáciles de erradicar. Por eso, la gran pregunta política no es sobre la capacidad de gobernar de Milei ni la actitud de la oposición, sino cómo se comportará la sociedad argentina.
La lección que nos dejan las elecciones presidenciales en América Latina y los procesos constitucionales en Chile es que el triunfalismo es el peor consejero para derechas e izquierdas. El proyecto refundacional de izquierda no llegó con Petro a Colombia, con Boric a Chile ni menos con Castillo a Perú. Tampoco los triunfos en su momento de Bolsonaro en Brasil, Macri en Argentina, Piñera en Chile o Duque en Colombia significaron un apoyo decidido y de largo aliento hacia ideas afines a la derecha. Fueron triunfos resultado del voto de castigo a los gobiernos de turno.
Derrotas oficialistas
Con la excepción de Paraguay y de la dictadura en Nicaragua (sin elecciones libres), desde el 2019 a la fecha todos los oficialismos perdieron. Probablemente, la razón más poderosa del categórico triunfo de Milei no fueron sus ideas liberales. Por el contrario, es el profundo rechazo de los argentinos, especialmente de los jóvenes, al desastre económico del kirchnerismo.
La elite política aún no percibe que la sociedad latinoamericana tiene escasa fidelidad ideológica y busca resultados, no la tierra prometida. La luna de miel que gozaban los gobiernos en el pasado ya no existe, y la popularidad de los presidentes se desploma con velocidad. Una política fragmentada, partidos débiles, bajos niveles de confianza pública y una deuda estatal heredada del covid-19 son un cóctel perfecto antigobernabilidad.
La política y el mundo de los negocios deben entender que la región entró en ciclos políticos más breves y volátiles. Sacar conclusiones apresuradas sobre un cambio ideológico en las sociedades latinoamericanas no tiene mayor asidero. América Latina hoy es la expresión del voto de castigo y de ciudadanos que buscan resultados de manera impaciente, que ni la economía ni el aparato estatal están ofreciendo. Se acabó la luna de miel para los gobiernos entrantes y la desafección democrática sigue creciendo.
El triunfo de Milei no es el fin de la izquierda latinoamericana, así como tampoco los triunfos de las izquierdas son el inicio de la promesa refundacional. Latinoamérica está de mal humor y busca resultados rápidos para sus urgencias, sin importar el color político.
Fuente: Diálogo Político